Capítulo dos
Para cuando nuestros transportes terrestres llegan a la capital la batalla ha terminado, mientras que mi desgastada y vieja casa en Elveden fue recién reasignada. Observo el exterior a través de la estrecha ventana. Avispas como la mía y aeronaves más grandes vuelan en círculos sobre nosotros. Puedo ver Halcones en la atmosfera superior, los verdaderos guerreros de la fuerza aérea. Todo está preparado, inquieto.
Durante el camino, una vez que el médico de campo anunció que la herida de mi cabeza era una herida menor y me hube limpiado la mayoría de la sangre, saco mi tablet de la mochila. De milagro, no se rompió en la colisión, aunque cuando comencé a ver las noticias casi deseé que lo hubiera hecho. Agujeros negros humeantes, manchaban las terrazas de Higher Cape, y el hospital aún ardía. Las torres de la universidad están destruidas y el armazón de una aeronave graviana sobresale del lado de la academia como si fuera una obscena extensión nueva. El palacio no es más que escombros.
Las imágenes de Higher Cape, de los Jardines del Pueblo y de la Plaza de Encuentro, del palacio donde mi familia, aunque distante, había vivido, titilan a través de mis lágrimas como viejos y degradados rollos de fotografía. Todo se había ido. Ruinas y cenizas. El lugar que Vairian ocupa dentro del imperio es militar, no éramos conocidos por algo más, a pesar de que en nuestro mundo hay toda clase de gente con toda clase de habilidades. Elveden es conocido por su cocina y por los finos vinos que producían los viñedos, pero no era nada comparado con el mundo gourmet de Félenar, o los vinos producidos en Telenón, renombrados a lo largo de todo el imperio. Antes de hoy aquello nunca me molestó. Somos una raza antigua, con mil años de historia propia desde la primera colonización del planeta. Solo nos unimos al imperio cuando no pudimos hacer más, y no como un planeta que es un miembro completo. Somos, en gran parte, autónomos. Es más una alianza que un vasallaje. Al menos se supone que lo sea. De nombre. Mi dinastía se remonta hasta aquella época, un linaje y genealogía que pocos, a excepción de la emperatriz, pueden decir que tienen; aunque no es como si aquello me hubiera importado antes. ¿Cuál es el punto? Los varianos son personas prácticas, sensatas y pragmáticas. Soldados.
Pero Higher Cape era hermosa.
Ahora, estoy experimentando un raro momento de duda. Con mi mundo mutilado y la mirada del imperio sobre él, ¿qué harán los gravianos? ¿Dónde golpearán luego en su búsqueda de recursos? ¿Otro mundo, uno menos protegido? ¿O regresaran para acabarnos? ¿Qué hará la emperatriz? ¿Presionará por una alianza más cercana? ¿Por una verdadera unión, la cual nos hará de ella?
Vairian necesita levantarse tan pronto como sea posible. No tiene tiempo de lamentarse.
La casa es un caos. Las personas corren de un lado a otro, por todo el lugar, todo el palacio es un hervidero de actividad que nunca antes había visto. Demasiado pequeño para ser un palacio, demasiado apretado para permitir eficiencia autentica, siempre había parecido ser demasiado grande para nuestra familia con la mayoría de mis hermanos desplegados o en la academia. Ahora apenas puedo encontrar un metro cuadrado donde no esté estorbando a alguien.
Zander grita por el brillante embudo de latón de un intercomunicador central, sus ojos resplandecen enojados como llamaradas de fuego. Las pantallas frente a él pasan información tan rápido que es casi imposible leerla. Aquello no le molesta.
—¡Absolutamente no! Ni un centímetro, Luc. La flota imperial ya está aproximándose a nuestro sistema solar exterior, armas listas para disparar. Pueden enfrentarse a nosotros y a nuestros aliados si desean. Los derribaremos del cielo, mandadlos hacia el sol. Sin piedad. No más de lo que ellos mostraron en Cape. Si quieren rendirse incondicionalmente entonces lo discutiremos. Hasta entonces lanzadles todo lo que tengáis.
Había estado deseando ver a mi hermano mayor, pero ahora retrocedo un paso, alarmada por este extraño que tiene su rostro.
—No le hagáis caso —dice el más joven de mis hermanos, Art, mientras pasa junto a mí. La tablet que sostiene en su mano está tan llena como las pantallas grandes. Sus dedos se mueven sobre ella rápidamente, aun hablando conmigo mientras trabaja—. Está enojado porque ya no está en al frente, y Luc está allá arriba recibiendo toda la gloria con los Halcones.
Zander cuelga de golpe el auricular y cruza rápidamente la habitación para darme un enorme abrazo de oso que me levanta del suelo. Quiero odiarlo por ello, pero no puedo. No tenía idea de lo mucho que necesitaba esto.
—Gracias a los ancestros estáis bien. Debí haber sabido que apenas tendríais un rasguño. Lamento lo de vuestra Avispa, hermanita.
Niego con la cabeza cuando me coloca nuevamente en el suelo.
—Es solo una nave —Me arden los ojos. No esperaba esto. Solo era una nave, pero aprendí a volar en esa máquina. Era mía, a pesar de que antes había sido de Zander. Y él también la amó—. Lamento haberla perdido. Debí haber sido capaz de esquivarlos, de…
Zander me hace callar, su voz volviéndose más gentil que antes.
—Está en el pasado. Seguid adelante. Padre estaba preguntando por vos, pero no vayas a quitarle mucho tiempo. Oh, y tendrás que hacer un juramento. Por supuesto, es solo una formalidad, pero es requerido.
—¿Qué clase de juramento?
Zander revuelve mi cabello con su ancha mano y casi olvido intentar librarme y alejarme de él. Es solo un par de años mayor que yo, pero nadie lo adivinaría por la forma en que actúa.
—Siempre haciendo preguntas, Bel. Un juramento de lealtad. Ahora es rey. En verdad tendréis que obedecerle en vez de solo prometerlo y salir corriendo a hacer lo que quieras. Sera mejor que vayas a arreglaros antes de verlo. Nerysse está esperándoos en vuestra habitación. Mostradme, Art, ¿qué encontraste?
No hay nada que pueda hacer excepto obedecer. Porque eso es lo que eran, ordenes. Zander acaba de darme órdenes. Lo miro fijamente mientras él y Art juntan e inclinan sus cabezas sumidos en un profundo debate. Zander ahora es el príncipe heredero, o lo será si pueden encontrar una corona. ¿Eso en qué me convierte?
La primera cosa que noto al entrar en mi recámara es que está cubierta de ropa. Parecía como si mi armario hubiera explotado.
No, no mi armario. El de alguien más. Hay toda clase de vestidos extendidos sobre cada superficie disponible. Me detengo en seco, con la boca abierta, observando los encajes, las sedas, botones, corsés, polisones y todas las impracticabilidades que he logrado evitar usando el uniforme de piloto o un simple vestido de cambio, si debo usar uno.
—No os quedéis ahí parada haciendo muecas de pescado —ladra Nerysse, saliendo de detrás del biombo con otra bola voluminosa de seda—. Todo esto fue enviado. Necesitamos decidir qué vestido es apropiado y colocároslo.
Solo puedo mirar a la mujer que ha sido mi niñera e institutriz durante los últimos diez años. La mujer que debe conocerme mejor.
—Yo… ¿qué?
—Desvestiros —Nerysse se detiene, fulminando con la mirada a Shae que aún me sigue como una sombra por donde iba. No me había dado cuenta. Shae está parado en la entrada, regresándole la mirada con la misma intensidad. Supongo que ahora sé de dónde lo aprendió. De la misma fuente que yo, y ambos estamos mirándola en este momento—. Y vos, fuera. Bloquead la puerta si tenéis que hacerlo. Nadie entra ni sale —añade Nerysse con intenciones amenazadoras.
—Su alteza necesita un guardia con ella.
«¿Su alteza?». Le lanzo una mirada afligida, pero él la ignora.
Nerysse no parece darse cuenta.
—Seguramente que no en todo momento. Salid de aquí, capitán Finn.
—Traeré a Petra —Shae sale de la habitación, convocando a la guardia por su intercomunicador mientras asume claramente una posición de centinela fuera de la puerta justo antes de que Nerysse la cierre fuertemente tras él.
—Nerysse, ¿qué está sucediendo?
—No tienes elección en este asunto, así que no discutáis. Son ordenes de vuestro padre. Os volveré una princesa y pronto. Ahora, quitaos esos harapos. La audiencia es en tan solo en unas horas y sois la única oportunidad que tiene para deslúmbralos.
—Pero… Pero tiene a los muchachos…
—Muchachos —dice Nerysse como si hubiera sugerido que mi padre usara cabras—. Para esto os necesita.
Camina a mi alrededor como un depredador, levantando mi cabello, retorciéndolo en un moño, y chasqueando la lengua de aquella forma desdeñosa tan característica de ella.
—Nerysse, por favor, él sabe que yo no… no puedo usar esa ropa y volar.
Aquello provoca que suelte un corto resoplido.
—No vas a seguir volando por mucho más tiempo, niña. Vas a casaros.
Mi corazón se acelera en mi pecho, un agonizante latido hueco. «No. No esto. Por favor».
—¡No lo haría!
Nerysse aprieta mis hombros. Se supone que es un gesto de apoyo, pero se siente como si estuviera siendo aplastada.
—Creo que descubrirás lo contrario. Las cosas han cambiado, Bel, cariño.
—¡No! —Me alejo del agarre de Nerysse y abro la puerta rápidamente, paso a Shae antes de que pueda detenerme y corro. Corro tan rápido como puedo.
La puerta del estudio de mi padre está ligeramente entreabierta. Mientras me acerco, escucho voces, la de mi padre y alguien más. El acento del extraño es musical y su voz es profunda y lírica, pero la voz no es el problema sino las palabras.
—Por supuesto, aún si el Rondet la considera apta, habrá barreras. Ella no es la más recatada de las mujeres.
—Desposar a un vairiano significa tener un compañero, no adquirir un adorno barato, príncipe Jondar, como de seguro sabréis. Vuestro mundo tendrá que dejar atrás esas expectativas —Mi padre suena irritado.
—¿Hay algún otro en su vida?
—No. Amigos de la infancia y tontos encaprichamientos. Aun es joven.
—Entonces solo queda probar su virginidad.
—¡¿Su qué?! —explota mi padre. Doy un paso atrás, casi tropezándome con mis propios pies, y jadeo asombrada. Nunca lo he escuchado tan encolerizado. Al moverme choco contra Shae, que se detuvo detrás de mí, callado y fuerte. Miro desconcertada su rostro y él frunce el ceño, pero me deja escuchar. Me deja oír esta ridícula y espantosa conversación, y deseo que no me lo permitiera.
El príncipe Jondar, quien quiera que sea, no parece darse cuenta del peligro en el que está.
—Si va a casarse con el antháem, debemos asegurarnos de ello. Sin duda alguna el Rondet lo demandará.
La voz de mi padre suena tan fría como el invierno en las montañas cuando habla:
—Vuestro consejo religioso puede demandar lo que quiera. Repito, es una niña.
Hay una pausa medida, toda la etiqueta y modales aumentan en aquel momento de silencio. Entonces el príncipe habla de nuevo, escogiendo sus palabras con gran cuidado.
—Los niños crecen, su majestad, más rápido de lo que nos damos cuenta. No es más que una formalidad, una antigua tradición. Una de muchas que necesitará aprender.
—Ha sido protegida y supervisada en todo momento. No escucharé más sobre esta locura en particular. El acuerdo era con el difunto rey. El rey Veron, el príncipe heredero Galen y la princesa Elyssa pudieron haber accedido, pero yo no. Es solo en deferencia a la emperatriz que lo estamos honrando ahora. Si deseáis incumplirlo hablad y lo finalizaremos. Esta unión es el deseo de la emperatriz, no nuestro. Bel no fue criada para esto. No ha habido tiempo de prepararla.
La sangre abandona mi rostro, de forma vertiginosa y nauseabunda. Una pequeña parte de mi esperó —oró— que él estuviera hablando sobre una de mis primas, alguien que milagrosamente sobrevivió, especialmente por la descripción de «niña». Pero mis primas están muertas. «Nuestra única princesa», es lo que Shae había dicho. Y mi padre necesita aliados…
Mi padre continua:
—Será más que adecuada. Si queréis una tímida marioneta, buscad en otro lado.
Retrocedo aún más, sin estar segura de poder seguir soportando esto, sin querer seguir escuchando. No puede hacerme esto. No mi padre. Me imaginé presentaciones, estúpidas reuniones arregladas entre las familias, y pasar un largo y tranquilo tiempo conociendo a mi futuro esposo, acostumbrándome a la idea. Pero esto… esto es tan rápido. Tan decisivo.
Para empezar, ¿cómo se arregló esto? Apenas obtuvimos nuevamente intercomunicadores subespaciales funcionales desde el ataque. Es una locura. Una completa locura. Es como si hubiera caído dentro de una pesadilla de la cual no lograba despertar. ¿A dónde me van a mandar siquiera? Antes de tener el tiempo de pensar bien aquello, empujo la puerta para abrirla y entro caminando a grandes zancadas. Estoy tan enojada que pensar no hace parte de la ecuación en estos momentos.
—¿Siquiera ibas a decirme? ¿Iba a poder decir algo sobre esto?
Es un error. Lo sé en el momento en que veo el rostro de mi padre. Su piel palidece, sus ojos se entrecierran mirando fijamente mi chaqueta de vuelo y pantalones cubiertos de barro, mi desordenado cabello, y la sangre seca que fallé en quitar por completo. Por un momento su mirada se suaviza, y tanto afecto como decepción brillan en sus ojos. Aquello es peor que su enojo y consternación. De repente deseo que el suelo se abra y me trague.
Acabo de cometer un error colosal.
—Esta debe ser la princesa —dice Jondar. Me giro para verlo, esperando encontrarme con un dominante fanfarrón gordo. No es nada como eso. Es mucho peor.
Es tan alto como cualquiera de mis hermanos, esbelto y elegante, ataviado con un traje hecho a la medida y un pañuelo purpura imperial atado al cuello. Jondar —el príncipe Jondar, recuerdo tardíamente— se inclina ante mí con la reverencia de un bailarín o un espadachín. Su cabello oscuro cae por un momento sobre sus ojos, dándole una apariencia libertina y cuando se endereza el completo impacto de su rostro me golpea. Sí, es más que apuesto, bien educado y elegante. Una escultura clásica salida de la mismísima corte de la emperatriz. Encajará perfectamente allí, en el centro de Cuore, el pináculo de la civilización humana y de la cultura, donde las personas más bellas e inteligentes gravitan. O al menos eso es lo que todos decían. Es un mundo tan alejado de Vairian que en realidad no tengo idea de la distancia que supone. La sede de la emperatriz está a una distancia de años luz.
Algo en mí se activa, alguna nueva clase de instinto de supervivencia, y me inclino en una reverencia. El efecto es arruinado por los pantalones de vuelo que uso en vez de una falda. Es una reverencia de igualdad, aunque también una reverencia de cortesía y respeto. Eso es todo.
—Príncipe Jondar.
El príncipe sonríe, una expresión que lo hace lucir aún más devastador.
—Princesa Belengaria, que… encantadora.
Su tono de voz indica lo contrario. Es como un puñetazo al estómago. Me siento como me hubiera revolcado en algo inmencionable y luego hubiera llegado para cenar. Peor aún, me siento como una niña caprichosa.
Mi padre coloca su mano sobre mi hombro, y su firme agarre es reconfortante.
—¿Viniste directamente luego de bajaros del transporte? Al menos debiste tomaros un momento, cariño. Habéis pasado por mucho. El príncipe está aquí como embajador de su cuñado, el antháem, Conleith de Anthaéus, viudo de la anterior antháem, Matilde de Anthaéus. Se comprometió recientemente con vuestra prima segunda Elyssa, pero… bueno… las circunstancias han cambiado.
Mi pecho se aprieta de aquella forma molesta y dolorosa que continúa apareciendo. Hablando de Elyssa, ella amaba cantar y bailar, sonreía, era mayor que yo, dotada y elegante. Pero Elyssa estaba muerta. Todos ellos están muertos. Todo ha cambiado. Inhalo profundo para centrarme y miro a mi padre a los ojos. Una sonrisa triste aparece en las comisuras de su boca y sus ojos brillan con compasión, solo por un instante. Él también odia esto. Todo esto.
Sin embargo, aquello no le impide hacerlo. Es su deber, y el deber lo es todo.
«Anthaéus… conozco esto. Conozco sobre Anthaéus». Es de dónde vienen los pájaros, mis pájaros mecánicos. Anthaéus está aún más lejos que Cuore, justo en el borde exterior de la galaxia. Un aislado mundo, lleno de maravillas y misterios, pero peligrosamente cerca del límite espacial Graviano y reservado hasta el punto de ser obsesivo. Incluso los reportes de la Universidad Imperial no tienen mucho que decir sobre Anthaéus.
—De haber esperado un informe completo, Bel, antes de honrarnos con vuestra compañía, os habría dicho todo. Con el apoyo de la emperatriz, Conleith pide vuestra mano en matrimonio. Junto con apoyo militar y convoyes de guardias en intercambio, por supuesto. Por suerte para nosotros, Jondar se retrasó en el transito cuando el ataque ocurrió y no llegó a Higher Cape, por lo que se desvió hacia aquí. Las cosas se están moviendo rápidamente, pero nada se ha decidido aún. Nos aseguraremos de que también nos favorezca. Y a ti, cariño.
Suena más como una ocurrencia tardía, pero él no quiere decirlo de esa forma. Espero.
Me aprieta el hombro de nuevo —una advertencia, un consuelo—. Miro a Jondar, manteniendo mi rostro tan calmado como puedo. Nada puede evitar que el sonrojo aparezca en mis mejillas.
—Ya… ya veo, padre.
Padre me guía hacia la puerta, saliendo conmigo y la cierra detrás de nosotros. Shae se endereza, con la mirada fija en la distancia, sin ver, sin oír. El soldado perfecto.
«¿También lo escuchó?». Quiero preguntar, pero no me atrevo, no enfrente de mi padre. Aunque no estoy segura de si lo hubiera hecho aun si él no estuviera aquí. No sé qué hacer.
—No se ha decidido nada —dice mi padre en un susurro tranquilo—. Y si continúas comportándoos así nunca se hará. Necesitamos esto, Bel. Ahora más que nunca. Necesitamos proyectar la apariencia de tener el control o lo perderemos todo. La emperatriz traerá regentes o peor, nos declarará un mundo vasallo, lo cual es igual a invadirnos en nuestro momento más débil. Incluso ahora, Jondar puede decidir que eres demasiado franca como para que su pueblo lo soporte.
Elyssa nunca hubiera entrado en una reunión de esa forma, eso era seguro. Elyssa nunca hubiera avergonzado a su padre de esta manera. Elyssa felizmente se hubiera marchado a cualquier tierra lejana y salvaje que fuera necesaria y se hubiera casado con su anciano rey viudo sin quejarse ni una sola vez. Elyssa, Elyssa… pobre Elyssa, muerta, reducida a cenizas junto con Higher Cape. Bajo la cabeza una vez más y mi padre me envuelve en su abrazo.
—Esto es una negociación, Bel. El imperio está orquestando esto, la misma emperatriz lo está haciendo. Necesitamos las riquezas de Anthaéus y ellos necesitan la protección que podemos ofrecerles. Y tened por seguro que la emperatriz tendrá su ganancia. Esto es su voluntad. Os prometo que si está en mi poder seréis escuchada, pero no ahora. No con este hombre al alcance del oído.
—Lo siento —digo—, no pensé.
—Necesitáis comenzar a pensar, y pensar rápido. Ahora estamos dentro del juego, Bel, y no podemos permitirnos ser cogidos desprevenidos. ¿Veis que tan rápido se mueve todo? Tal y como dije, es la mismísima emperatriz. Los gravianos han estado derribando los mundos más débiles y saqueando sus recursos naturales. Su mundo está muriendo, por lo que no tienen más opción que robar aquellos cercanos a él. Hemos estado deteniéndolos. Quieren herirnos e impedir que ayudemos a alguien más. Puede que no tengamos mucho, Bel, pero podemos pelear. Ese es nuestro arte, nuestro don. Es como sobrevivimos.
»Los anthaeses están en una posición aun peor, a pesar de sus riquezas e influencia. Están aislados. Su luna más grande, Kelta, fue invadida hace menos de un año, su puesto de avanzada fue destruido y no tienen defensa. Ahora Gravia amenaza su mundo. Este ataque no solo afecta a Vairian, sino que es algo generalizado y calculado. También llegaron noticias de diferentes incursiones en Melia y Verdeyne, todos lugares clave. La destrucción de Higher Cape y nuestra clase gobernante fue diseñada para sacarnos de la gran batalla, y por extensión inutilizar la milicia del imperio. Pero no podemos permitirlo. Si nos unimos, tenemos una oportunidad. Solo si nos unimos, ¿entendido? —Asiento y padre casi sonríe. Casi—. Bien. Ahora id y arreglaos para la cena. Nuestro invitado se nos unirá. Y avisadle a vuestros hermanos también, los quiero presentables. Jondar está acostumbrado a los modales imperiales y a la elegancia anthaesa. Ya piensan que somos salvajes, por lo que no necesitan que algo más se los confirme —Toca mi rostro, y me encojo recordando la herida de mi cabeza—. Id primero a la enfermería.
Mi padre se endereza y comparte una mirada con Shae; aprieta la boca y le hace señas al capitán para que se haga junto a él. La conversación es corta y hablan en voz muy baja. No puedo oírlos, no quiero oírlos. Mi cabeza da vueltas y solo quiero vomitar. Finalmente, Shae toma bruscamente la posición militar firme con rostro inexpresivo.
—El capitán Finn liderará vuestra guardia personal —dicta mi padre—. Has lo que os diga.
Y con eso se dirige nuevamente hacia la puerta. Mientras la abre, lo observo: la dura línea de sus hombros se tensa como si cargara con un gran peso. De verdad me siento como una niña. Una mocosa egoísta y malcriada. Mi familia necesita aliados y seguridad.
Al igual que la gente de Anthaéus, especialmente ahora que los gravianos están preparados para caer sobre ellos como bestias salvajes.
Si voy a ser parte del precio a pagar, ¿cómo puedo siquiera pensar en hacer las cosas más difíciles?
Shae me sigue hasta mi alcoba como una sombra, sin decir una palabra.
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