Capítulo tres
Dos horas después, ataviada con un vestido el doble de ancho que yo, el cual dejaba mis hombros al descubierto, mi cabello atado de forma tal que lo más probable es que tendré dolor de cabeza por una semana, y mi cintura apretada por el corsé totalmente innecesario, dejo a Nerysse en la puerta de mi alcoba y comienzo el lento descenso hacia el comedor de oficiales, que fue elegido como el salón de banquetes. El collar de esmeraldas de mi madre cuelga pesadamente en mi cuello. Es la única pieza de joyería de valor que mi familia aún posee; con seguridad ahora forma parte de las joyas de la corona. El hecho de que padre las envió para que las usara dice más sobre la importancia de la situación de lo que me gustaría.
—Listo —Me evalua mi institutriz como un sargento de entrenamiento hace con los nuevos reclutas—. Os veis deslumbrante.
Deslumbrante… bueno, siempre puedo intentarlo. Pienso en lo hermosa que mi madre se veía siempre que usaba un vestido de fiesta o una chaqueta de vuelo. Me detengo en la parte superior de la amplia escalera mientras anuncian mi nombre. Me han entrenado en esas formalidades, aunque nadie se lo tomó muy en serio, y no es como si hubiera prestado mucha atención a ellas. Eran más una broma que cualquier otra cosa. Aún puedo oír a mis hermanos riéndose de ello en el fondo de mi mente, en algún lugar polvoriento y olvidado donde todo era alegría.
Que broma son ahora.
Trago fuertemente, luchando por recordar la etiqueta y modales que Nerysse intentó meter en mi cabeza como mi institutriz. Y entonces mi nombre resuena, es más como un título. Suena hermoso, como si fuera el nombre de alguien más, como si fuera una aspirante a mi propio título: princesa Belengaria de la casa Merryn de Vairian, duquesa de Elveden, condesa de Duniin. Necesito todo mi coraje, especialmente cuando cada miembro de la multitud de abajo centra su atención en mí.
Entonces vi a Shae y ya no puedo correr, no si él me está observando. No puedo escapar de esto, sin importar lo mucho que quiera.
Shae está parado al pie de la escalera, usando su mejor uniforme de gala —de color verde como el bosque, y brillantes botones dorados—; cuando levanta su mirada hacia mí, su rostro es inexpresivo y sus ojos brillan con ardor. Aunque la espada a su costado es ornamental, sigue siendo un arma y la trata como tal. Su hoja es tan afilada como cualquier espada ordinaria. También, en su otra cadera, diviso el familiar bulto de una pistola bláster dentro de su funda.
No he encontrado el momento para hablar con él sobre las órdenes de mi padre, ni sobre nada de lo que ha sucedido. Quiero hacerlo desesperadamente, pero, aunque tengamos un momento, no tengo la más mínima idea de que decir. Shae es un soldado, no una niñera. Lo último que él querrá hacer es seguirme a todos lados en una fiesta. Fijo mi mirada en él, y solo en él. Una arruga se forma en el puente de su nariz mientras me observa con igual atención. Si voy a salir de esto, lo haré mirándolo a él.
Trago duro y comienzo mi descenso por las escaleras. Si Shae está aquí, todo estará bien. No importa lo que suceda.
Pero tan pronto mis pies tocan el suelo junto a él, el príncipe Jondar da un paso adelante, inclinándose en una elegante reverencia. Casi retrocedo con un respingo y la mano de Shae casi desenfunda su arma, pero ambos nos detenemos, aunque requiere todo nuestro esfuerzo hacerlo.
—Princesa, que encantadora. Nos honráis —Antes de que sepa lo que está sucediendo, coloca mi brazo alrededor del suyo y me guía lejos. Soy consciente de Shae siguiéndonos, silencioso y discreto. Puedo sentir su mirada en mí. Al menos aún está allí. Al menos tengo esto—. Permitidme presentaros a lady Elara de la casa de Mericuse.
Jondar no sonríe al decirlo y puedo captar algo en la forma que lo dice, una hostilidad, y cautela.
La mujer perteneciente al título me observa con ojos fríos e intensos. Es hermosa bajo cualquier estándar, y me lleva una cabeza de alto; tiene cabello dorado y está perfectamente arreglada. Ciertamente los hombres se juntan alrededor de ella, incluyendo a Zander. Le lanzo una mirada a mi hermano, pero él solo me sonríe ampliamente y sin arrepentimiento. Se necesitará más que mi desaprobación para alejarlo de una mujer con tal belleza clásica.
—Su alteza.
Lady Elara ejecuta la reverencia más grácil que he visto. Fluye con el movimiento, tan elegante como una maravillosa pieza de maquinaria a punto. Inclino únicamente mi cabeza, recordando mi posición justo a tiempo, antes de que siquiera intente hacer una torpe imitación con la cual habría hecho el ridículo. Soy la superior de Elara en todos los sentidos. Aparentemente. Aunque no se siente así, pero esa es la idea general. Soy una princesa, tengo que recordarlo por muy difícil que sea. Los ojos de Elara brillan como los de un depredador, y sé que ella puede ver a través de mí.
—Conocí a vuestra prima, la princesa Elyssa. Una chica encantadora y una terrible pérdida. Iba a ser su principal dama de compañía —Levanta un abanico salpicado de gemas y adornado con un encaje etéreo que parece una mariposa cuando lo ondea frente a ella—. Vuestros parientes me han estado entreteniendo con historias sobre vuestras habilidades de vuelo —Casi sonrío. Una pequeña ola de júbilo me recorre por un momento antes de ser destruida por el tono que llevan las palabras que le siguen—: Que aventurera.
La sonrisa de Elara no llega a sus ojos, y lucho por recomponerme, pero es Zander quien sale en mi defensa. Deseo que no lo haga, porque no puede decir nada útil.
—En Vairian, lady Elara, nuestras mujeres tienen un rol activo al igual que nuestros hombres. Estoy seguro que Elyssa os dijo esto. Nuestra madre, por ejemplo, tenía una afinidad natural para volar y combatir. Fue una heroína de guerra, una líder de hombres y mujeres y una mártir de nuestra libertad. Creo que Bel, un día brillará más que ella.
El inesperado cumplido enciende un brillo dentro de mí, pero puedo ver que a los invitados no le importan las mujeres de Vairian, o las habilidades de vuelo y combate, o nuestra madre. Realmente no creo que les importe lo que podré hacer en el futuro. Ellos ya decidieron. Para ellos los vairianos solo somos unos bárbaros. Todos y cada uno de nosotros.
—Que extraordinario —responde Elara, derritiendo la habitación con otra sonrisa devastadora. Sonrisa que es fácilmente correspondida por sus devotos acompañantes.
Contengo la respiración. Es tan fácil para ella, ¿no es verdad? Ella sabe cómo hacer esto mucho mejor de lo que yo podré saber. La mirada de Zander se encuentra con la mía y me lanza una de sus irritantes sonrisas de superioridad. Es la única cosa que me salva, mi hermano y esa expresión. Zander no se derrite ante ella. No creo haber estado alguna vez más orgullosa de él. Es bueno asegurarse que él no es un completo idiota.
Entonces, Elara habla de nuevo:
—Y, ¿habéis estado en combate, princesa Belengaria?
Desgraciada; ella y su condenada superioridad.
—Sí —Levanto mi barbilla al responder.
«Bueno, me dispararon eso tiene que contar. Quizás nunca devolví el disparo, pero…». Me balanceo en mi lugar por un momento mientras los gritos de mi Avispa, las ráfagas de viento golpeándome y el demoledor impacto se repiten en mi mente.
Algo brilla en la mirada de Elara. ¿Interés?
—¿En serio? ¿Habéis matado?
Recuerdo a los soldados en el bosque, el sonido de los disparos resonando por el lugar. No los maté, sin embargo, murieron por mí; porque me amenazaron. Y Shae estuvo allí, pero lo habría hecho si hubiera necesitado hacerlo. Si no tuviera opción.
Cuando no respondo, Elara hace un pequeño sonido de entendimiento proveniente de lo profundo de su perfecta y delicada garganta, y vuelve su mirada hacia Zander, sonriéndole.
—Supongo que todos tenemos personas que hacen ese tipo de cosas.
Miro a mi alrededor buscando a Shae, y lo encuentro parado detrás de mí, no muy lejos de donde estaba. Su rostro está tan impasible como siempre, y tiene las manos cruzadas detrás de su espalda. Frunce el ceño por un momento, preguntándome con la mirada, cuando nuestros ojos se encuentran, pero no se acerca.
—¿Vuestro guardaespaldas, princesa Belengaria? —pregunta Elara. Vuelvo mi atención a la mujer, encogiéndome internamente al ver la pícara mirada de interés en sus ojos. Shae es un hombre apuesto, un hombre peligroso, justo el tipo de hombre que creo fascinará a una cortesana aburrida, y yo casi que se lo mostré—. Que eficiente se ve.
—Si me permitís —interrumpe Jondar antes de que pueda pensar en cualquier forma de responderle que fuera adecuada para una compañía educada—, me encantaría presentaros al nuevo embajador anthaés aquí en Vairian.
Me permito ser escoltada lejos. El hecho es que, si me quedaba, soy propensa a pegarle un puñetazo a Elara justo en su perfecta cara. Shae nos sigue, ignorando a todos en la habitación sin importar lo lindo que le sonrían.
Antes de que lleguemos con el embajador, otra fanfarria se escucha. Me giro al igual que todos los demás y levanto la vista hacia la escalera. El hombre que está allí parado luce majestuoso, indómito y como un extraño. Pero no lo es.
Mi padre desciende por las escaleras en silencio. Parece no necesitar una introducción. No cabe duda entre los congregados quien es, que ahora es el rey Marcus de Vairian. Antes de que hiciéramos la alianza con el imperio, antes de que los gravianos fijaran su atención en nosotros, había un rey en Vairian. Antes del imperio, antes de que los mundos colonizados se unieran por protección, había un rey en Vairian. Cuando los primeros colonizadores se instalaron en este mundo, lo seleccionaron de entre los mejores guerreros, hace cientos de años. Usó una corona como esta, —una delgada tira de oro, simple y sin ninguna clase de adorno— la cual decía todo. Es tan práctica e impresionante como el hombre que la usaba. La corona de un soldado.
Mis ojos se llenan de lágrimas, volviendo borroso todo lo que veo. Mi padre nunca quiso esto. Parpadeo para alejar las lágrimas, decidida a no avergonzarlo. Seré fuerte si él lo es. No lo decepcionaré. Si él debe tomar la carga del reinado en este tiempo de guerra, yo seré una princesa.
Mi padre llega junto a la silla que estaba en una tarima elevada, la cual ahora es el trono designado. También es muy improvisada y práctica, y muy al estilo vairiano. Si no tenemos algo, lo hacemos nosotros mismos. Lo haremos, encontraremos nuestro camino a través de las sombras hacia el amanecer. Así que una simple tira de oro remplaza la corona perdida, una silla remplaza el trono, y los nombres cambian, convirtiéndose en lo que se necesita justo ahora. Y un hombre sencillo se convierte en rey. Lo quiera o no.
Mi padre levanta la mano. En realidad, no hay necesidad de ello, ya que no hay ruido, ni susurros, ni cuchicheos. La atención de todos está centrada en él.
—Mis amigos, estamos encantados de que estéis aquí esta noche. Estos son tiempos insólitos y muchas cosas han sido apresuradas, cosas que nunca debieron ser apresuradas. Pero en aras de la necesidad, os pido que dejéis a un lado las formalidades. Esta noche, con un nuevo espíritu de cooperación, mi hija se compromete con el antháem, Conleith de Anthaéus.
Contengo la respiración. No puedo respirar, no puedo hacer nada, solo puedo quedarme allí parada mientras todos se giran a verme. Entonces, está decidido. Sin ninguna participación mía, sin darme opción o sin que pueda opinar como me lo prometió. Él solo decidió.
Me trago el nudo de aire que está atascado en mi vía respiratoria, empujando la bilis y la rabia. Esto es lo que él quería decir. Hacer a un lado no solo las formalidades, sino las elecciones, el libre albedrio, porque aquello no importaba, al menos no tanto como importa Vairian. Busco desesperadamente con la mirada a Shae, pero él permanece parado, tan quieto como una estatua, con la mirada fija en la distancia. Se rehúsa a mirarme. «Oh, ancestros, ¿por qué no me mira?»
Una ronda de aplausos estalla a mi alrededor, entrecortados y algo inseguros. Jondar sonríe y también comienza a aplaudir, inclinándose ante mí, pero yo no puedo moverme. Puedo sentirlo ahora; aquel sentimiento de que todo gira fuera de control. Mi vida —la única vida que siempre quise— se desliza entre mis dedos, drenándome, dejándome con el enfermizo sentimiento de temor y con un futuro lleno de dudas.
Estoy perdida. Estoy sola.
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