Capítulo cuatro
La Adelina es un crucero espacial imperial, y la nave más impresionante que he visto hasta ahora. Desde la proa hasta la popa sus líneas son delgadas y elegantes. Zander me dijo que había sido construida en el espacio, y no tenía las restricciones de otras naves que necesitaban salir de la atmosfera. La Adelina no fue construida para ningún tipo de arribo. Ella vive entre las estrellas. Lo llaman hilar, navegar el hiperespacio a velocidades extremas, completamente fuera del espacio normal. Las matemáticas que involucra me sobrepasaban, pero Zander dice que de todos modos es más algo de instinto.
Zander habla de la nave con cariñoso detalle, sobre los lugares que usualmente visita, lugares que bien podían pertenecer a un cuento de hadas, lugares a los que siempre soñé ir. En otra vida. Las personas pagan el equivalente a las ganancias de toda una vida para viajar en ella. Lugares a los que nunca iré, lugares de los cuales no quiero escuchar mientras mi mundo se hace cada vez más pequeño y mis sueños son tragados por un agujero negro.
Aun así, lo escucho, intentando ser paciente y no moverme con nerviosismo; no porque necesite una vez más su explicación, sino porque quiero oír la voz de Zander. Quiero deleitarme en el sentimiento que me produce tener una conversación tranquila con mi propia familia mientras aún puedo.
El pequeño trasbordador gira alrededor del exterior de la Adeline, dirigiéndose al hangar inferior. La luz del sol vairiano ilumina el exterior, pulido y perfecto, creando la impresión de ser una enorme ballena acorazada, orbitando alrededor de mi mundo. Observo los portales con forma de gemas dispersados a los lados, y los cristalinos domos de las cubiertas de observación, los cuales parecen dos ojos.
Un poco más lejos, las embarcaciones escolta se reúnen, listas para formar el convoy que nos llevará fuera de órbita. Son más pequeñas pero llenas de armas, como una manada de perros de caza listos para partir.
Entonces el transbordador vuela bajo el crucero y dentro del hangar, una enorme boca que nos traga, y lleva dentro del estómago del leviatán.
Mi estómago hace una voltereta por la emoción, o por el efecto del cambio de gravedad, y tengo que luchar por mantenerme quieta, por concentrarme tanto como Shae, y el equipo de seguridad que me asignaron, están concentrados. Así puedo actuar como una guerrera en esto, una guerrera antes de la batalla. Aún no conozco a mi presunto esposo, y no lo conoceré sino hasta que lleguemos a Anthaéus. El antháem nunca, bajo ninguna circunstancia, deja su planeta. Nunca he sido capaz de averiguar, qué, por todos los mudos, creen que pasará si lo hace. Los archivos que estudié implican que es una creencia de los anthaeses, algo relacionado con su forma única de ver el mundo, pero no dicen ningún detalle. Tal vez nadie sabe realmente la razón. Para una civilización tan culta parecen ser tremendamente supersticiosos cuando se trata de su gobernador o consejo religioso… o lo que sea que el Rondet es.
La información en los archivos sobre el mismo antháem, me pone nerviosa. El título en sí, junto con el rango y los privilegios, trae consigo un vínculo con su tierra que es tanto místico como inusual. Los reportes imperiales suenan escépticos, pero no lo desacreditan. El antháem es un rey, pero nunca lo llaman así; es más como una figura religiosa, pero tampoco es eso con exactitud ya que el Rondet ocupa ese rol. Algo cambia en el antháem una vez que él o ella toma el cargo, algo que la gente anthaesa cree que vincula su gobernante a su mundo, a la tierra misma.
Y guardan el conocimiento sobre que era ese algo. Lo guardan con celo.
Es algo fascinante, o lo sería sino lo hubieran escrito en el lenguaje más seco conocido por la humanidad. Creo que es algo intencional, para que sea algo en lo que necesitas estar completamente motivado para poder terminar un solo reporte, ni hablar de todo un archivo de ellos.
El antháem rige bajo el deseo del consejo religioso, el Rondet, y no hay detalles de cuántos lo conforman, ni de cómo son elegidos o escogidos. Viven en aislamiento, lejos de la ciudad y de los asentamientos más grandes, en un sitio religioso secreto —y en un mundo del tamaño de Anthaéus, con su diminuta población, eso en verdad es aislado—. No hay fotos del Rondet. Ni una sola. Nunca ha habido. Y aunque encontré unas pocas fotos de la anterior antháem, Matilde, no estoy segura de cuáles de los diversos hombres rodeándola, es su esposo y heredero, Conleith. Al parecer no estuvieron casados por mucho tiempo antes de que ella sucumbiera trágicamente a alguna clase de cáncer. La sucesión no es hereditaria, sino que son escogidos, usualmente por su predecesor y el Rondet.
Observo el rostro de Matilde, sus brillantes ojos azules llenos de inteligencia y humor. Era hermosa, no cabía duda. Mayor que yo. Lo que significaba que su cónyuge, ahora el antháem, también debe ser mayor.
Y yo debo entrar en este matrimonio, casarme con algún viejo. No tiene ningún sentido. Nunca voy a encajar. No con los anthaeses, y ciertamente no con el misterioso Rondet. Ellos esperan a la princesa real Elyssa, pero en cambio el destino me entrega a ellos. Vi por mí misma el horror de lady Elara ante tal promesa.
Si me rechazan, podré ir a casa. Ni siquiera he dejado Vairian y ya la melancolía es insoportable. Estoy casi tentada a sabotear todo esto. Y tengo el terrible presentimiento de que ni siquiera necesitaré esforzarme mucho en ello.
La enorme nave cobra vida, emitiendo un ruido sordo. No es un rugido, ni algo que se parezca al sentimiento de volar; solo es una profunda y arraigada sensación en el suelo sobre el cual me paro, algo que no puede ser amortiguado por la gruesa alfombra carmesí. Se siente como si estuviera parada sobre algo que inhala y exhala con lentitud, y que, en algún lugar, en las profundidades debajo de mí, hay un enorme corazón latiendo a un ritmo implacable.
Por supuesto, es algo imaginario. Es una maquina como cualquier otra, pero incluso, para mí, mi Avispa se había sentido de alguna manera viva. Siempre se referían a las naves como «ellas» —un remanente del primer mundo—, pero se sentía bien. Algo como la Adelina no puede ser únicamente mecánica con una transmisión de hilos en el centro. Presiono mis manos contra los paneles de madera pulidos que recubren la pared. El crucero es el mejor de su clase, no habían escatimado gastos en él. Mi cuartel se puede comparar fácilmente con las habitaciones de lujo en Higher Cape, cada recámara estaba más decorada que la anterior. Al parecer el antháem está decidido a impresionarme, o lo más probable es que quisiera impresionar a mi familia. El imperio nos observa, a cada paso del camino. No podemos olvidar eso. Mi padre no será visto de ninguna manera como deficiente cuando se trata de cumplir su parte del trato.
Porque solo es eso, un acuerdo. Tendré que recordarlo. Conleith no me quiere, no a mí. El antháem quiere la protección que una alianza con Vairian, y por extensión con el imperio, puede ofrecerle; los soldados vairianos entrenados que vendrán conmigo, que son parte de una raza guerrera. Lo quiere tanto como mi gente necesita las riquezas de Anthaéus para reconstruir. Higher Cape ya no estaba. Todas esas habitaciones de lujo, todas las torres que brillaban al atardecer como cobre bruñido… aniquiladas por una súper arma graviana.
También tengo que recordar eso, y ayudar a salvar Anthaéus de sufrir el mismo destino.
¿Y la emperatriz…? Ni siquiera puedo entender cómo funciona su mente. Sé que ella quiere estabilidad, quiere extender su imperio y está dispuesta a tomar todo cuanto se necesite para hacerlo. Las historias sobre ella dicen que es inmortal, aunque parece envejecer y morir como todos los demás, nombrando a su sucesor antes de fallecer. Siempre una mujer joven, siempre una emperatriz. Ni siquiera estoy segura que ella en verdad sea humana. Los mundos aplican para unirse a la alianza con el imperio, o son atraídos de alguna forma, se encuentra un uso para cada uno de ellos y les ofrecen una recompensa por su servicio. Por supuesto para Vairian son honores militares, defensa mutua y auxilio. La emperatriz ha enviado gran cantidad de ayuda desde que nuestra guerra con los gravianos terminó, por otro lado, también nos ha enredado en un montón de otras guerras. Sé que quiere las riquezas de Anthaéus al igual que los gravianos, solo que ella está dispuesta a conseguirlas de una manera más indirecta.
Usándome.
Al entrar en mi cuartel, contengo la respiración sorprendida.
Al otro lado de la habitación, a lo largo de la pared, las ventanas muestran las estrellas pasándonos con rapidez. Están enmarcadas con intricados patrones forjados de hojas y flores bañados en oro, espejos que reflejan la luz y la oscuridad del exterior. Hay una sala de estar y más allá de eso están el dormitorio y baño. Cada habitación fluye hacia la siguiente, cada una intentando superar el esplendor de la anterior.
—¿Es aceptable, princesa Belengaria? —pregunta Jondar con un toque de satisfacción en su voz—. La nave tiene la última tecnología en pantallas de visualización —Ondea una mano en frente de uno de los espejos y este brilla. El reflejo desaparece revelando varias noticias y transmisiones de entretenimiento que parpadean ante nosotros—. Hay información enciclopédica acerca de diferentes temas, incluyendo un expediente sobre Anthaéus que recopilamos para vos, y un horario completo de los eventos a bordo de la nave y de cuándo lleguemos.
Sus manos se mueven con gracia ágil y experta, mostrándome donde está todo en la pantalla y abriendo los archivos que menciona. De repente estoy ansiosa por empezar a examinar todo, pero no quiero demostrarlo. En especial no a él.
Entonces esto es para mí beneficio. O más bien para mostrarme como lucirá el futuro, y lo que pueden hacer por mí. La bruta princesa del mundo rural seguro se intimidará ante tal alarde, ¿eso es lo que él piensa?
Rechino los dientes, pero me las arreglo para sonreír. A duras penas.
—Estoy segura que me las arreglaré, príncipe Jondar. ¿Qué tan largo es el viaje en total?
—Una vez lleguemos a las vías interestelares serán cerca de treinta y siete horas. Las habilidades de hilar de la Adeline son insuperables. Pero estoy seguro de que nos inventaremos suficientes formas de entretenimiento para pasar el tiempo. Muchos miembros de la corte del antháem vinieron con nosotros para saludaros y acompañaros a vuestro hogar.
—Vairian es mi hogar —digo sin pensar, distraída por las estrellas del exterior.
Jondar frunce el ceño, sin esperar eso.
—Entonces a vuestro nuevo hogar.
Mi cara se sonroja por la mortificación. No debí haber dicho eso, y la inmediata corrección de Jondar me exaspera. Shae se acerca un poco a mí, casi igual de enojado. Tiene su arma bláster preparada; probablemente no debe, pero ¿desde cuándo él deja que eso lo detenga? Los otros miembros de la unidad de guardaespaldas —Petra Kel, Thom Rahleigh, Dan Penn y Jessam Hix— lucen claramente incomodos. Son tan conscientes de las consecuencias como yo; no son estúpidos, no estarían aquí si lo fueran.
La luz de un intercomunicador destella en el cinturón de Jondar, quien revisa la pantalla en su muñeca y con decisión vuelve su rostro inexpresivo.
Antes de que pueda decir alguna otra palabra, se inclina profundamente
—Y ahora si me disculpáis, tengo preparativos que hacer. La cena será servida en dos horas en el salón de banquetes. Anhelo veros allí
Jondar no me mira a los ojos al marcharse.
Shae asiente en dirección a sus hombres, quienes rápidamente examinan la habitación, revisando cada esquina y debajo de cada mueble mientras Petra custodia la puerta. Espero —ya que no me dejarán hacer algo para ayudar—, y Nerysse murmura algo entre dientes, irritada por el retraso, aunque tampoco discute. Sabe que es necesario.
—Todo en orden —le reporta Dan a su capitán.
En mi cuartel hay una colección de objetos valiosos y opulentos recién comprados.
—Regalos de boda —dice Nerysse, sosteniendo una delgada botella ámbar—. Mirad, es vino helado de Telenón. Los telénonios dejan que las uvas se congelen, pero solo en la superficie. Requiere una gran habilidad hacerlo y cada viñedo solo puede producir poco menos de cien botellas cada tres años más o menos —Siempre una profesora, con todos los detalles listos en la punta de su lengua.
—Podéis quedártelo si quieres, Nerysse —le digo.
—Pero es un regalo de uno de los nobles anthaeses. Lady Elara…
¿Elara? Apuesto que es tan amargo como ella.
—Bueno, entonces no debe desperdiciarse, ¿o sí? —Empujo la botella en su mano hacia ella. Nerysse brilla de placer, coloca la botella a un lado, por ahora, y se gira hacia los demás—. Todos vosotros, salid. La princesa necesita alistarse para el banquete.
Jondar dijo dos horas. ¿Acaso necesito dos horas para vestirme? Miro de reojo a Nerysse y me doy cuenta de que tengo suerte si es así de rápido.
Dan me sonríe con compasión mientras escolta a los demás guardias fuera. Cierra la puerta firmemente tras él.
—Desearía que dejaras de llamarme así —murmuro. Es inútil, pero aun así continúo intentándolo.
Shae se ve completamente impenitente, como siempre.
—Eso es lo que ahora eres, Bel. Pensé que ya habíamos hablado esto.
—Vos hablaste eso, yo ni siquiera estuve presente para esa discusión —Nerysse nos ignora, desempacando y sacando vestido tras vestido, cada uno más adornado y espantoso que el anterior. Todos son nuevos, provistos por los anthaeses. Me pregunto si escogieron los más feos apropósito.
Dejo a Nerysse continuar con eso y me dirijo hacia el dormitorio, consciente de que Shae me sigue. Se para en el umbral de la puerta, como una roca, sin sentimientos, sin mostrar nada. Me siento con fuerza en la cama y deseo estar otra vez en casa, así puedo cerrar de un golpe las puertas, o mejor aún, escabullirme hacia mi Avispa y alejarme volando.
«Oh, ancestros, deseo simplemente poder alejarme volando».
Aquí no tengo esa opción.
—Os dejaré alistaros —dice Shae en su característico tono solemne. Ya no me sonríe. Darme cuenta de eso es como una lanza clavada en mi pecho. Él no sonríe, ¿cuándo pasó eso? Éramos amigos, esperaba ser más que amigos, y ahora…
Ahora soy una princesa y su trabajo es mantenerme con vida. Eso es todo. Es más importante que cualquier podría-haber-sido.
La cena a bordo es una ocasión suntuosa y extravagante, plato tras plato de exquisiteces y delicias, pero yo estoy más interesada en la vista desde la enorme ventana a lo largo del camarote de lujo. Las estrellas pasan como una flecha mientras el crucero estelar hila el camino interestelar, navegando los espacios vacíos entre ellas, moviéndose más rápido de lo que sería posible con los motores regulares. Borrones de luz y color que se arremolinan como una obra de arte abstracta. La mayoría de los invitados ni siquiera las miran, pero yo no puedo apartar mis ojos de la belleza que nos rodea. Estamos volando en medio de ello, como un cisne vuela por el cielo, sin esfuerzo.
Los platos continúan llegando, cada uno más complejo que el anterior. Hay demasiada comida, más de lo que una persona puede comer.
Por fin, cuando la noche llega a su fin y me puedo escapar, Shae me escolta de vuelta a mi cuartel.
Me cambio el vestido e intento irme a dormir, pero fallo. En cambio, miro las borrosas estrellas del exterior hasta que Nerysse entra para atenuar las ventanas y bloquearlas. Sin preguntar.
Cuando Nerysse se retira a su propia habitación, me envuelvo en una sedosa bata y salgo de la habitación en silencio.
Shae está en el corredor, recostado contra la pared en aquella pose tan familiar que me duele verlo allí. Entrecierra los ojos hasta que no son más que unas rendijas.
—¿Y vos a donde creéis que vas, princesa?
—A la cubierta de observación.
Por un momento creo que discutirá, que me enviará a mi habitación como si fuera una niña desobediente. Si lo hace lo odiaré, especialmente ahora. Pero, por fortuna, Shae solo asiente solemne y camina detrás de mí.
—Estáis enojada.
Shae no tiene problema alguno manteniéndose a la par de mis zancadas resueltas. No con esas piernas largas. Aquello solo me hace enojar más.
—Por supuesto que lo estoy. No quiero estar aquí.
—¿Quién quiere?
Lo miro sorprendida, pero no puedo ver nada en su rostro que lo delate. Si algo, luce ligeramente deprimido.
—¿No quieres?
—Nunca he sido un fan del espacio sideral, demasiadas cosas pueden salir mal. En lugar de eso, a mí denme una buena batalla cara a cara.
—Una batalla —Niego con la cabeza, riéndome a pesar de no querer hacerlo—. Porque nada puede salir mal en una batalla, ¿verdad?
Shae me lanza una rara sonrisa.
—No cuando yo estoy peleando.
Por un momento le creo. Shae ha visto combates en cuatro sectores diferentes del imperio, en mundos que ni siquiera puedo imaginar. Puede hacer cualquier cosa, después de todo, eso es lo que siempre he creído. Pero no puede sacarme de esto. No está vez.
—No quiero esta batalla, Shae. No quiero casarme con alguien que nunca he conocido. Ni siquiera quiero ser una princesa.
Y la sonrisa se fue, su rostro una vez más es estoico.
—No más de lo que vuestro padre quería ser rey, pero henos aquí. Y si esta es una batalla, pues enfrentadla, Bel. Eres una vairiana.
—No todos tenemos que ser guerreros solo porque somos vairianos. Quería ser piloto. Quería…
—Pues no puedes, entonces todo lo que debéis hacer es enfrentarlo. Eso es lo que cualquiera de nosotros hace con la vida cuando desafía nuestros deseos. Encararla y ponerla en su lugar —La voz de Shae no es severa, pero no deja lugar para un argumento. Conozco ese tono.
Nos detenemos frente a la puerta del domo de observación y Shae la abre por mí, pero no entra, como si sintiera que necesito estar sola.
—Creo que eso es lo más que me habéis dicho desde que esto comenzó —Sonrío temblorosamente por culpa de mis nervios y humor, pero es una sonrisa real. Esperé que ahora que estábamos solos Shae al fin sería él de nuevo, y casi había sonado como él. Solo por un segundo, mientras me estaba regañando. O siendo honesto conmigo. O lo que sea que haya sido. Lo extraño muchísimo. Quiero agarrarlo y besarlo, quiero que sea él el que lo haga. Pero no podemos. El momento pasa y él no se mueve. Solo me mira, y luego aparta la mirada a propósito.
—Estaré aquí si me necesitas —dice.
Las palabras suenan como si hubiera algo más merodeando tras ellas, pero no dicen lo que es. Entonces me aparto de él, mirando hacia arriba, y cierro los ojos para alejar las lágrimas, luego los vuelvo a abrir concentrándome en la vista.
La pálida luz de una distante estrella enana es la única iluminación en el observatorio, borrosa por la velocidad y los efectos del camino hilado por el cual navegamos. Mis pasos resuenan en el piso de mosaico, pero mantengo la vista hacia arriba, centrada en la infinita magnitud del espacio. Nunca en todas mis ensoñaciones pensé que sería tan pacifico como esto. O tan hermoso; como volar de noche sobre el agua quieta, como atrapar una briza y volar libremente sobre el mar Deringer a la luz de la luna. Estiro mis brazos a los lados, inclinando la cabeza hacia atrás de forma que todo lo que veo es el domo, e intento sentirlo nuevamente. Las estrellas me pasan volando, un arcoíris de nubes gaseosas, planetas brillando como gemas en la noche, y tantas estrellas brillantes.
Una discreta tos me hace saltar. Me giro rápidamente hacia el ruido, con un sonrojo apareciendo en mis mejillas. Debo dejar de ser tan transparente, es irritante.
El príncipe Jondar debió entrar por otra puerta, aunque no sé por dónde. Viste una bata de seda sobre su pijama, pero no parece haber dormido más que yo, si algo, luce completamente despierto. Su mirada se desliza sobre mi figura cubierta por el camisón ceñido que Nerysse seleccionó, y cierro mejor la bata alrededor mío. Aunque sus ojos no se detienen en ningún lado.
—Pensé que estaba sola —Uno creería que eso sería indicativo suficiente para deshacerse de él, pero no se retira. Jondar no es bueno con las indirectas. O es muy, muy bueno ignorándolas.
Una lenta sonrisa inclina las comisuras de su expresiva boca.
—Eso supuse. ¿Tenéis problemas para dormir?
Le lanzo una mirada vacía y le doy la espalda.
—Para nada.
Su suave risilla resuena por la vacía habitación, dejándome saber que se acercó. Maldición.
—Ah, por fin, eso es más parecido a una princesa.
—¿Queréis que actúe como una zorra?
—Una princesa —me corrige, lleno de paciencia y calma—, como lady Elara.
Resoplo por la nariz. ¿Cómo es eso el comportamiento de una princesa?
—Entonces repetiré mi anterior pregunta.
Jondar suspira, con algo de impaciencia esta vez, con algo de… bueno, si fuera alguien más diría que con algo de consternación.
—Elara sabe cómo sobrevivir los juegos de nuestra corte, sin mencionar los de la corte imperial, donde, de hecho, los juegos pueden ser mortales. Ella no intentaba denigrar vuestra personalidad. Será de gran valor para vos en la corte, os lo prometo.
¿En serio? Él estuvo allí cuando nos conocimos, ¿qué no estaba prestando atención?
—Entonces dio una buena impresión.
Su mano acuna mi hombro, cálida y gentil, de una forma más parecida a como lo harían mis hermanos. Un escalofrío de sorpresa me recorre. Es demasiado íntimo. Es demasiado. Me giro lista para tirarlo al suelo, pero él retrocede, y para mi sorpresa noto algo de cautela en sus ojos. Luce preocupado. Luce avergonzado. Solo por un momento.
—Elara quería avergonzarme —confiesa luego de un momento—. Ella busca estatus y yo le negué el acceso a ello. Me temo que os uso como una oportunidad para hacerlo. Fue mezquina, pero por favor no la juzguéis por eso.
—¿Qué le hicisteis?
La sonrisa irónica que coloca en su rostro es una máscara para ocultar algo más, aunque no puedo estar segura de qué. ¿Una pérdida? ¿Dolor? ¿Ambos?
—No le pedí su mano en matrimonio.
Esperaba algo más condenatorio.
—¿Por qué no?
—Porque no la amo.
Por un momento no supe que decir. ¿Incluso a él se le permite tener la elección que a mí me negaron? Aquello acaba de mejorar mi vida.
—Entonces, no sé quién tiene más suerte.
Jondar agacha la cabeza y creo que va a decir algo más, quizás intentará consolarme. Aprieto los puños, lista para golpearlo si intenta algo.
Sin embargo, cuando vuelve a mirarme su expresión es tan fría y austera como siempre.
—Llegaremos al espacio anthaés mañana a las doce, hora de la nave, y nos encontraremos con el transbordador que nos llevará al planeta. El antháem arregló una fiesta de bienvenida en el transbordador, servirá como una primera cita menos pública, una oportunidad antes de que desciendan hacia la multitud. Es un gran honor y una muestra de la alta estima en que os tiene.
Jondar continúa mirándome, esperando algo. Parece alegrarse más al pensar en la primera cita privada. Tal vez cree que me sentiré de la misma manera.
—Creí que el antháem nunca dejaba el planeta.
Una sonrisa sarcástica rompe una vez más su severidad.
—Visitar una nave en órbita es escasamente lo mismo que dejar el planeta. El mundo no llegará a su fin si sus pies no están sobre tierra anthaés por unas pocas horas.
Los reportes no lucían tan seguros de eso. De todas formas, ¿por qué querrán una reunión privada? De seguro, ¿no en beneficio mío? Tal vez está preocupado de lo que obtendrá en su nueva esposa. Tal vez quiere verme antes de que algo sea público, así puede mandarme de vuelta a casa si soy una opción muy espantosa para siquiera contemplarla. «Tal vez…»
Aunque no puedo decirle nada de eso a Jondar. No puedo decir nada, tengo que esconder lo que siento, lo que pienso. Tengo que deshacerme de él.
—Por supuesto —Una respuesta diplomática—. El antháem es muy amable.
Paso a Jondar de la manera más regia que puedo lograr y Shae aparece en el umbral de la puerta, su mirada dura y llena de enojo. Más que solo enojo. Cuando sus ojos notan la presencia de Jondar algo arde en ellos.
—Su alteza —comienza Shae con voz tensa. Entonces tampoco había visto entrar a Jondar. Oh, Shae, eso es un error. Algo que no creí posible —¿Qué…?
—Voy a regresar ahora —respondo, sin estar de humor para regaños. Justo ahora no necesito parecer como una tonta aún más grande. Ya tuve suficiente—. Puedes encerrarme si debéis hacerlo.
Cuando llego al umbral de la puerta, la voz de Jondar me hace detenerme.
—¿Belengaria?
Dice mi nombre con tanto cuidado que al principio no creí que fuera él. Me giro, fulminándolo con la mirada, sintiéndome aún enojada. Ancestros, se siente bien estar enojada, dejarlo salir.
—El antháem es un buen hombre. Él… él significa mucho para… para su pueblo. Este matrimonio es un enorme paso, uno controvertido. Mucha de nuestra gente no acoge algo que pueda parecerse a una alianza imperial sancionada. Nuestros enemigos y amigos por igual han emitido muchas amenazas. Necesita amigos fuertes y leales junto a él.
Mantengo mi expresión tan tranquila como el cristal, aunque por dentro mis emociones se arremolinan. Puedo entender la fuerza, pero la lealtad se gana. Jondar está implicando más que eso. No en lo que decía, pero está allí, en su voz, en las profundidades de sus ojos. Devoción. Amor.
¿Espera que ame a Conleith incluso antes de conocerlo? ¿Espera persuadirme? O ¿está intentando expresar algo más?
—Di mi palabra, príncipe Jondar —suavizo ligeramente mi voz—. Si dudáis de mi entonces no conocéis a los vairianos.
Cuando regresamos, Dan y Jessam están de guardia fuera de mi cuartel.
La habitación está demasiado tranquila. En el momento en que nos detenemos frente a la puerta y Jessam la abre, sé que algo está mal. Muy mal.
Oscuridad, y un silencio demasiado profundo me envuelve. Todas las ventanas están atenuadas, opacas en vez de transparentes, bloqueando las estrellas, envolviendo todo en la oscuridad, justo como lo dejé. No hay nada de luz. Me pregunto dónde está Nerysse. Una figura se mueve enfrente de mí, una hecha en su totalidad de duro músculo, llena de alarma controlada. Shae.
Él también lo siente.
Con un par de asentimientos, despliega a sus hombres y se dispersan. Jessam entra primero, encendiendo las lámparas extinguidas.
Nerysse está acostada en medio de la alfombra escarlata que tanto admiró. Me trago un grito. Una mirada y sé que está muerta. El drama no nos llevará a nada.
Pero… era Nerysse.
Junto a su mano hay un vaso, con algo de líquido aún en él, formando un charco sobre la alfombra. La botella de vino helado está parada sobre la mesa, y está abierta. Recuerdo demasiado tarde lo que dije.
Le dije que se la quedara. Debe haber venido por una copa.
La envenené, es tan cierto como si yo la hubiera vertido.
Y entonces me llega otro pensamiento, uno aún más horrible. Murió sola, sin nadie que la ayudara.
El sonido de un sollozo mezclado con un ataque de hipo resuena en el silencio.
Shae se gira, con los ojos bien abiertos por la alarma. Avergonzada y horrorizada, coloco mi mano sobre mi boca para impedir que suceda de nuevo, pero mis temblorosos hombros me delatan.
—Jessam, informad al príncipe Jondar de lo sucedido y decidle que investigaremos. También decidle que le encuentre inmediatamente a la princesa otra habitación, y revisad su elección con un micro-escáner. ¿Entendido?
Jessam hace una brusca reverencia y sale rápidamente de la habitación.
Shae se acerca al cuerpo. Yo estoy congelada en mi lugar, sin poder moverme. Petrificada. Pero él está calmado y es eficaz, a pesar de que Nerysse prácticamente también lo había criado. Se arrodilla junto a ella, se inclina para oler su aliento y revisa su pulso y su pálida piel sudorosa. Observa todo, porque necesita saberlo todo.
—Luce como un envenenamiento —dice Dan.
Shae gruñe y un destello de molestia cruza su rostro. Nadie lo habría notado a no ser que lo conozcan tan bien como yo.
—Sí, aunque eso no significa necesariamente que lo sea. Quiero análisis de su sangre en busca de toxinas y analizad también el vino. Comenzaremos por ahí. Y, Dan, mantened esto como un asunto vairiano; ella es una de nosotros al igual que Bel. No hay necesidad de que Jondar y los anthaeses se involucren.
—Es su nave, capitán —le dice Petra, su voz era solemne pero firme. Y, por supuesto, tiene razón—, y la princesa está bajo su cuidado.
—Aun así, es nuestra princesa, bueno, por ahora. ¿Con quién van a discutir? Haced que suceda. Quiero establecida una total y firme jurisdicción desde el inicio. Alguien acaba de intentar matar a Bel, no dejaré pasar esto.
Una oleada de agotamiento recorre mi cuerpo, seguida de shock; el dolor que ni siquiera he comenzado a sentir se cierne sobre mi como una ola a punto de romper. Y no puedo apartar mis ojos de Nerysse, ni siquiera cuando uno de mis guardias la cubre con una sábana.
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