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El ala de la reina cap 6

Publicado el 19 de enero del 2024

Capítulo seis


—¿Qué hay de este? —gruño, levantando un mar de seda verde con flores y suficientes banderines para adornar una ceremonia de conferencia de una compañía entera de oficiales vairianos.

—¿Cómo, siquiera, vas a meteros en eso? —pregunta Petra, mirándolo—. ¿Más aún enderezarte? ¿O caminar? ¿Acaso las mujeres anthaeses no hacen nada en todo el día más que sentarse y arreglarse?

No puedo decir lo mucho que envidio su elegante armadura y uniforme práctico. Tiro a un lado el vestido y lo intento de nuevo. Esto es tan injusto.

—Si queréis puedo ir y conseguir ayuda —ofrece Petra finalmente.

—¡Puedes iros a hacer algo más útil! —No debía gritarle, pero realmente no me importa en este momento. Petra solo se encoge de hombros. A ella tampoco le importa, está acostumbrada a que la griten. Usualmente era ¡Puf!, ¡No me matéis!, o en general súplicas inarticuladas. Las escucha mucho. Así es la cabo Petra Kel.

—Revisaré la puerta de nuevo, ¿sí? Solo por si acaso. ¿Alguna vez leísteis ese expediente?

—Lo intenté, es incomprensible.

Petra recoge la tablet y comienza a hojearlo.

—Tienen vuestros días planeados como el de un nuevo recluta.

—Solo decidme lo más destacado, Petra.

—Acicalarse toda la mañana, luego ser lucida en una caravana como un poni ganador hasta el almuerzo, comer muy poco mientras la gente os aburre…

—Bien. Muy útil. Gracias.

—Como sea, no vais a casaros de inmediato. Tenéis una semana para instalaros. Hay todo tipo de presentaciones, primero con la nobleza, luego con el Rondet. ¿Ese es su consejo religioso?

—Son como… una mezcla entre un sacerdocio y un oráculo, creo. Viven aislados y nadie sabe nada sobre ellos.

Petra se rasca la nariz.

—Bueno, aquí dice que hay cuatro de ellos y que solo aparecen en público en las ocasiones más importantes, como la selección del cónyuge del antháem. Esa sois vos.

El siguiente vestido es rosa, y se verá mejor si alguien lo lanza por la cámara hiperbárica hacia el espacio.

—¿Ellos tienen la última palabra?

—Parece que sí. Y luego la boda…

paso la prueba.

—Lo haréis. Diez días luego de eso es la boda. Así que… sí, tenéis alrededor de veinte días.

Veinte días. Eso es todo. Menos si el Rondet dice que no soy la adecuada, lo cuál puede ser lo mejor para todos.

—Ellos no esperan, ¿o sí?

Petra se encoge de hombros y nuevamente baja la tablet.

—Tiene sentido. Necesitan resolver esto lo más pronto posible. Es lo mejor. Solo dedicaos en ello.

Es fácil para ella decirlo. Dedicarme al matrimonio. Si lo piensas no es el mejor consejo. Y es un matrimonio. Entiendo muy bien esa parte del expediente. Aunque tendré mis propios aposentos por tanto tiempo como quiera, esperan que sea su esposa. Su verdadera esposa, en todos los sentidos de la palabra.

Debo haber sacado cada estúpido vestido de su caja, pero finalmente lo encontré. Está doblado cuidadosamente y empacado en papel tisú, una reliquia de una antigua era, un vestido que tiene quince años fuera de moda, pero no importa.

Le perteneció a mi madre.

Me siento con él por un lago tiempo, admirando la elegante seda gris, el intrincado bordado en los bordes que de alguna manera lograba verse sencillo. Recuerdo verla usándolo, flotando con él por el jardín, una elegante creatura similar a un ave, lista para volar en cualquier momento.

Y lo hizo. En cuestión de días se fue para siempre.

Nerysse debe haberlo empacado, a pesar de todos los vestidos nuevos que los anthaeses proveyeron. No sé porque, pero nunca me sentí tan agradecida por algo.

No solo es perfecto, sino que también es una pequeña parte de mi hogar, de la madre que perdí y de la vida a la que tuve que renunciar. No tengo porque dejar de ser yo misma, puedo ser la mujer de la cual mi madre estaría orgullosa. Y esa no es una anthaesa.

No soy una de ellos, nunca lo seré y nunca me dejarán olvidarlo. Este es un matrimonio de conveniencia, de política y alianzas.

Entonces que así sea.

—¿Princesa? —Petra me está observando detalladamente, y no ha dicho ni una palabra en todo ese tiempo. La tablet está nuevamente sobre la mesa de café.

—Estoy bien —Mi voz ni siquiera tiembla al decirlo.

Les daré una reina vairiana si eso es lo que quieren. Aunque… no, los anthaeses nunca querrán una reina vairiana, pero les guste o no, eso es lo que tendrán.

Gústeles o no, eso es lo que seré.

Me visto, cepillo mi cabello hasta que brilla y dejo que caiga por mi espalda sin recogerlo. Se siente como la máxima rebelión.

Lo cual es bastante triste si lo piensas.

Un sutil toque en la puerta me alerta de la llegada de Shae. ¿No puede usar el intercomunicador como todos los demás? No, no mi guardaespaldas. Sonríe, pero Petra pone los ojos en blanco. Ella también lo conoce.

—Entrad —digo.

La puerta se abre deslizándose, emitiendo un siseo.

—¿Estáis lista? Tenemos que… —Su voz se va apagando hasta quedar en silencio. Shae me mira con ojos bien abiertos, tanto que parecen ocupar la mitad de su cara. Su boca sigue abierta.

—Estoy lista.

Cierra la boca, y traga audiblemente.

—Sí, su alteza.

—¿Shae? —Doy un paso hacia él, confundida y luego me detengo. Petra nos observa. Alguien siempre está observándonos.

Shae se aleja un paso, luego recuerda quien es y adopta la posición firme, es solo esbeltas líneas firmes e inflexible formalidad.

—El navío está aquí. Estamos listos para escoltaros a la recepción y luego nos dirigiremos al planeta.

«Al planeta». Maravilloso. Y la recepción significa que conoceré a mi futuro esposo. Ahora, o al menos tan pronto que no importa. Intento no temblar, o al menos no dejarlo ver. No puedo dejar que lo vean, tengo que ser fuerte.

Petra sale de la habitación, uniéndose a los hombres, de los cuales procede a burlarse por sus ojos extremadamente abiertos y por la manera en que sus miradas parecen estar pegadas a mi vestido.

—Bueno —dice con una suave advertencia —, más vale que sea el vestido. Ojos al frente, vosotros dos.

No puedo dejar de mirar a Shae, sus facciones inexpresivas y cautelosas. Lo he amado toda mi vida, o por tanto tiempo como puedo recordar amar a alguien. Lo respetaba, admiraba, quería ser como él, y entonces un día solo quería estar con él. Quería que me mirara de la misma forma que yo lo miraba.

Y por un momento lo hizo. Solo por un momento cuando entró. Pero no lo hará de nuevo.

Especialmente no ahora. El deber no lo permite.

Soy su princesa, y pronto me convertiré en la esposa de otro hombre.

—Deberíamos irnos.

Estoy lista para pasar junto a él, pero Shae estira su mano y agarra mi brazo. Su toque es fuerte, pero no doloroso. Me detiene en seco y envía corrientes de electricidad por todo mi cuerpo.

—Luces hermosa, Bel, como una reina. Como vuestra madre —duda, pero no me deja ir. Su toque se suaviza, y sus dedos comienzan a moverse, casi en una caricia— Estaría orgullosa de vos.

—Shae, yo… —Pero, ¿qué puedo decir? Estamos parados muy cerca el uno del otro, apenas nos tocamos, y es por mucho el contacto más íntimo que he sentido. Por un momento creo que se inclinará y me besará. Levanto mi cara hacia él y separo mis labios. La mirada de Shae se suaviza, y puedo ver las mismas reacciones fluyendo a través de él, burlándose de él y tentándolo a hacer la única cosa que siempre quise que hiciera. Sus ojos se cierran levemente y abre ligeramente su boca. Se acerca, y su aliento toca mi piel, un suspiro de arrepentimiento.

Es solo un momento. Demasiado rápido, demasiado corto. Y ahora se fue.

—Seréis la mejor reina que hayan conocido, incluso si ellos aún no lo ven. Sois vairiana, Bel, y en este momento luces como una. No lo olvides.

Entonces me suelta, enderezándose completamente y ubicándose una vez más en la posición firme.

—Gracias —susurro. Las palabras nunca antes se sintieron tan mentirosas; no me siento agradecida ni por un segundo. Quiero llorar, encerrarme lejos y llorar hasta que no tenga más lágrimas. Pero no puedo hacer eso.

Cualquier otra persona podría. Cualquier persona, en cualquier mundo, de cualquier otra clase social… excepto yo. Ni siquiera soy más una persona. Soy una princesa, y pronto seré una reina. Belengaria de Anthaéus. Y Bel dejará de existir.

Jondar espera en la entrada de la recepción en la plataforma de aterrizaje, caminando de un lado al otro, pero en el momento que me ve acercarme, se detiene. Se ve apuesto usando su uniforme de gala, el cual tiene más galones que una sacerdotisa en un festival. Luce tan diferente del hombre que vi la noche anterior, o del preocupado comandante con el que estuve esta mañana. Tiene tantas facetas que continuo olvidando lo que es. Es un príncipe, el hermano de la anterior antháem.

Ahora luce como tal.

Diviso varios rostros que reconozco de diferentes recepciones, audiencias y cenas. No hay rastro de Elara y estoy agradecida por ello, aunque no me pasa por alto las afiladas miradas de algunos de los amigos de la noble. Podían esconder dagas tras esas miradas y apuesto a que tardarán en perdonar sin importar si Elara estuvo involucrada en el atento de asesinato o no. Aunque por ahora tengo suficientes preocupaciones propias y no temo un ataque. Mis guardaespaldas vairianos me flanquean, impresionantes y letales. No hay oro en ellos, ni decoraciones o lujosos uniformes; todos tienen una armadura negra y sin brillo.

Y al no tenerla se siente como si estuviera desnuda.

El vestido que uso puede ser hermoso, pero me deja vulnerable y me siento así; de una forma en que nunca antes me sentí. Estudio a mis guardaespaldas: Petra es elegante como un leopardo, hermosa de la misma forma que los depredadores lo son; la confiabilidad de los anchos hombros de Thom; la determinación de Dan y su sonrisa fácil; la agudeza de Jessam, su mirada que observa todo. Y Shae. Intento no pensar mucho en Shae. Son mis guardias, tengo que depender de ellos ahora, no soñar despierta sobre ellos… sobre él.

Me concentro en cambio en Jondar y en los hombres con él, todos vistiendo de manera similar ropas finas. El grupo de bienvenida, sin duda, y en medio de ellos…

No puedo ver al rey. «El antháem», me corrijo, ellos no lo llaman rey. Por otro lado, a duras penas vi las imágenes que me enviaron, así que de todas maneras no seré capaz de identificarlo. No veo a nadie que se vea familiar. Joven, viejo, alto, bajo, pálido, oscuro. Definitivamente no hay nadie que se parezca a un rey, aun si no lo llaman así.

—Su alteza —se inclina Jondar en aquella manera tan grácil y elegante de la otra vez, pero esta vez no siento que se esté burlando de mí. Los otros lo imitan—, lucís radiante.

¿Aun cuando no estoy usando uno de los vestidos anthaeses? Que impactante. Reprimo una sonrisa de superioridad. Hacer un comentario en respuesta a un cumplido sería maleducado. Nerysse nunca me lo hubiera perdonado. Me trago las cosas que quiero decir, y en cambio inclino mi cabeza en agradecimiento.

—Debéis perdonar mi tardanza, príncipe Jondar. La reciente tragedia…

Jondar toma mi mano, y para mi sorpresa me la aprieta, brindándome una pequeña cantidad de consuelo que no esperé. Su piel es cálida y su toque suave, pero puedo sentir los delatores callos de un espadachín. Interesante.

—Por supuesto, no necesitáis disculparos. Tendréis un reporte completo con nuestros hallazgos tan pronto como esté disponible.

—El hombre que murió, el secretario de Elara…

—Un empleado relativamente nuevo. Elara está cooperando por completo, pero creo firmemente que ella solo fue el medio para el fin. Sus credenciales fueron revisadas exhaustivamente por meses, antes de que fuera elegida para ser la futura dama de compañía de la princesa Elyssa. Su anterior secretario se retiró repentinamente debido a su mala salud. El remplazo parece haber sido un miembro de una casa que desde hace poco ha tomado malas decisiones comerciales. Aquello pudo haber causado que resintiera el antháem.

—O alguien pudo haberlo sobornado.

—En efecto, su alteza. Me aseguraré de que cada ángulo sea investigado. Ahora, me lo permitís, os presentare a nuestro antháem.

Sabía que esto iba a llegar, pero ahora, justo ahora mi estómago se contrae por la anticipación y miedo. El agarre de Jondar se aprieta un poco, no de manera incómoda, solo se vuelve más firme, pero sé que notó mi reacción. Quizás está intentado ayudar, intentando ser reconfortante. No lo es.

Miro más allá del príncipe, esperando ver a alguien mayor, uno de los borrosos rostros de las imágenes que tengo en mi memoria, o alguien, quien sea, que pueda parecerse a un rey. Nada. Aunque… mis ojos se fijan en un joven de cabello claro. ¿No era él el que estaba junto a la antháem Matilde, en una de las fotos del expediente? El chico me mira fijamente, aunque no más que los demás, y sus ojos verdes brillan con curiosidad. Está parado al final del grupo, apenas siendo notado por los demás. Es joven, solo unos años mayor que yo, y apuesto, aunque no de manera extraordinaria. No es mi tipo, pero ninguno de los anthaeses que he visto hasta ahora pueden ser descritos como de mi tipo. Hay algo delicado en ellos, como pájaros. De repente pienso en los pájaros de mi reloj con cristales kelta. Tiene los mismos ojos verdes de las aves, muy brillantes y muy claros, verdes como las hojas de los bosques vairianos en un día sin nubes. Entonces sonríe; de todos ellos solo él sonríe. Me mira directamente y sonríe.

Miro a Jondar, buscando alguna clase de pista acerca de quién puede ser el antháem.

Y entonces sucede.

El suelo tiembla y se sacude, tirándome y todo a mi alrededor dentro del caos. El rugido de una explosión estalla en el aire, seguido de alaridos, gritos de alarma, advertencias, y órdenes. Escucho la voz de Shae entre ellos.

Miro frenéticamente a mi alrededor, buscándolo. ¿Está bien? Ancestros, tiene que estar bien.

Jondar grita órdenes y preguntas por su intercomunicador, luchando por levantarse de su posición arrodillada. Cada guardia en el lugar saca sus armas.

Debajo de nosotros, los motores de la nave chirrían y crepitan, y las alarmas comienzan a sonar por el aire.

Cada una de mis terminaciones nerviosas despierta por el pánico. Esto es malo. Esto es extraordinariamente malo.

El hombre rubio salta hacia un lado, comenzando a correr cuando todos alrededor aún se están recuperando. No mira atrás, no busca ayuda. Lo siguiente que sé, es que se desaparece por la escotilla de servicio. ¿Un saboteador? ¿Escapando? Hay una señal sobre la escotilla, cuyas palabras hacen que mi pecho se apriete Cuarto de máquinas. Acceso de emergencia. Solo personal. ¿Se dirige hacia allá para terminar el trabajo? Nadie más lo nota. Se está escapando.

Sin dudarlo ni por un momento, sin pensar en advertir a Shae o a Jondar o a alguien más, corro tras él.

La Adeline se sacude nuevamente mientras bajo por la escalera hacia el cuarto de máquinas; casi pierdo mi agarre, pero quedo balanceándome precariamente. No estoy segura de cuanto he bajado —¿tres pisos? ¿cuatro?—, pero sé cuando llego al cuarto de máquinas. El olor me golpea primero, penetrante y a acre, haciendo que me hormigueen las fosas nasales, que se dilaten por la alarma pese a que todo lo que quiero hacer es taparme la nariz. El rubio, de ojos verdes vino hacia acá. Corrió justo cuando la primera explosión sucedió, apenas dudándolo por un momento. Como si lo hubiera visto, como si hubiera sabido inmediatamente lo que estaba pasando. Nadie más lo vio, pero no puedo ignorarlo. No puedo dejar que escape.

Hay aceite en el piso, una mancha negra con un iridiscente brillo multicultural. A mi alrededor la nave gime y se estremece, como una enorme bestia al umbral de la muerte.

Esto no es bueno. Esto en verdad no es bueno. Las naves saludables no hacen sonidos como ese. Está muriendo a mi alrededor, lo sé.

El cuarto de máquinas está vacío. Con lentitud me abro paso entre los descomunales paneles de generadores, los enormes engranajes se sacuden en erráticos y anormales patrones. Hay un olor como de aceite quemado y metal retorcido. Toda la nave espacial es una máquina con dolor. Ella no solo está muriendo, sino que muere en agonía, y si se iba, nos llevaría a todos con ella.

Me detengo, mirando el medidor de presión. No sé nada sobre motores de este tamaño y todo lo que sé sobre aviones es como volarlos, pero una temblorosa aguja tan cerca de la línea roja no puede ser bueno. Extiendo mi mano, como vi a Luc hacer tantas veces, y golpeteo el cristal. Si acaso la aguja solo se eleva más.

Tiene que haber alguien aquí, alguien del personal encargado de los motores con un jefe y un equipo que conozca los matices de todas y cada una de las válvulas y engranajes. Todas las grandes naves funcionan de esa manera.

Rodeo la bomba de gasolina principal y los encuentro. Hay cuerpos tirados en el suelo, y sangre goteando a través de las rejillas hacia las partes ocultas del motor que está debajo, acumulándose en los remaches y placas de metal.

Muertos. No necesito revisar. Los ojos abiertos y las heridas enormes me lo dicen todo.

—¿Princesa? —La voz de Shae resuena de forma extraña a lo largo de la metálica habitación y dentro de los confines de mi cabeza, oyéndose sobre el zumbido en mis oídos causado por el impacto. Distante, vacío, perdido en el laberinto de herramientas; ni siquiera puedo decir de qué dirección viene su voz. Shae debe haberme seguido, aun cuando creí que no estaba mirando.

—Aquí estoy —llamo, antes de darme cuenta que probablemente no será de ayuda en este laberinto.

Otra voz me responde, desde abajo cerca de mis pies, tan cerca que salto hacia atrás preparándome para un ataque.

—Rápido —dice una voz masculina con tono calmado y decidido—, creo que tengo esto, pero necesito la harrington cinco.

Miro alrededor en busca de herramientas y encuentro varias esparcidas en el suelo junto a sus pies.

—No sé qué… —No, eso no ayudará a nadie. No ahora—. Describidla.

Menea hacia mí la llave inglesa que tiene en su mano.

—Como esta, pero el doble de grande.

—¡La tengo! —Agarro la llave inglesa grande y se la paso, tomando primero la pequeña. Su mano y la mitad de sus piernas desaparecen nuevamente bajo el bloque del motor. Me agacho, intentando ver quien es y que es lo que hace, pero allí abajo está tan oscuro como la noche. ¿Cómo siquiera puede ver lo suficiente para trabajar?

—¿Necesitáis luz?

—No hay tiempo. Estoy trabajando sobre todo… por tacto —Su voz se escucha algo jadeante, aunque no asustada. Definitivamente no está asustado, si algo se oye emocionado—. Cielos, sí. Esto es —Baja la voz y suena como si le estuviera hablando a un niño o a un animal salvaje. Es tan agradable. Su voz fluye a través de mí, despertando algo que no sabía estaba allí—. Sí, vamos. Solo un poco más… ¡Allí! Ya está.

La maquinaria suelta un gran suspiro, y el cuarto de máquinas se estremece de nuevo. Es la bestia sacudiéndose algo. Una nube de vapor sale de un conducto que está sobre mí, y aceite chorrea del bloque, manchando mi corpiño y falda. Jadeo sorprendida pero no tengo tiempo de pensar en ello.

—¿Podéis ver el bentley? —grita el ingeniero—, un pincho con una punta de cristal, como la punta de un bolígrafo.

Trato de limpiar algo del desastre, pero solo consigo esparcirlo más en la tela. Y en mis manos. Y en mi cabello. No tengo tiempo para esto. ¿Dónde está el bentley? Y entonces me doy cuenta…

Oh ancestros, este es el vestido de mi madre, mi último pedazo de casa. ¡Nerysse va a matarme!

El pensamiento casi hace que deje de respirar. Nerysse…

Me petrifico y tiemblo. No puedo moverme. Mis ojos me arden y mi garganta me aprieta. Todo el aire sale de mi cuerpo. No puedo respirar.

—¿El bentley? —repite, esta vez con algo más de urgencia. Pero esa voz, su voz, hace magia—. Aún no hemos acabado. Si no puedo sellar esto, toda esta cosa se detendrá y explotará.

«Tiene razón. Concentraos, Bel, haz esto. Ahora».

—Cierto. El bentley —Agarro rápidamente la herramienta, adivinando cual es por la descripción y se la paso, arrodillándome en el aceite para, una vez más, echar un vistazo bajo el bloque. Aunque no es como si esta vez logrará ver algo.

—El resto del personal está muerto. ¿Qué sucedió?

—Acabo de llegar. Los encontré así. El motor de hilos estaba a punto de explotar; aún puede hacerlo —Coloca en mi mano la harrington. Su cuerpo se tensa y apoya sus piernas entre el piso y el motor, gruñendo mientras intenta girar algo que no logro ver. Sus músculos se tensionan con cada movimiento. Es fuerte, ¿pero será lo suficientemente fuerte?

—¿Puedo ayudar?

—No, lo tengo. Creo… Maldición… no, espera. Yo… ahí lo tenemos.

Con una sucesión de estremecedores rechinidos, los gemidos de la máquina se apagan. El rechinido del metal cambia y se convierte en la suave música de una máquina balanceada. Lo logró. Realmente lo logró. El alivio hace que mis piernas se aflojen.

Un par de brazos fuertes me sujetan, alejándome de la máquina. Suelto una maldición por la sorpresa. Mis guardias se dispersan alrededor de nosotros, revisando los cuerpos, mientras la seguridad de Jondar se ocupa de las posiciones del perímetro.

—¿Qué estabais pensando? —me reprende Shae como una vieja mamá gallina. No me suelta, está demasiado molesto. Tenías que conocerlo para verlo, o al menos eso esperaba—. ¿Estáis herida? ¿Vos…?

Me suelto de su agarre retorciéndome.

—Estoy bien. No sucedió nada —Miro el frente de mi vestido, el aceite y mugre en mis manos, mi cabello que cuelga como algas alrededor de mi manchada cara.

El ingeniero sale empujándose de donde está, habiendo terminado su trabajo. Cuatro armas se encienden y le apuntan en un instante. Es más joven de lo que pensé, por mucho un par de años mayor que yo, pero es el mismo rubio que había visto, al que perseguí. Viste lo que una vez fue una fina camisa y chaleco, la entallada levita de brocado es la montaña de tela y galones que está en el suelo junto a él, empapándose de aceite, sangre y líquido del cárter. Su espalda y lados están empapados, el fino material se aferra a su piel. Puedo ver sus flexibles músculos, los planos y ángulos de su torso. La cadena de su reloj de bolsillo brilla en la tenue luz. Su cabello no es solo rubio, sino de un intenso color rosa dorado, casi metálico, el cual está ahora manchado de negro y apelmazado contra la parte de atrás de su cráneo. Su rostro está finamente esculpido, y es apuesto e inteligente.

Sus ojos se mueven de arma en arma, como si las estuviera examinando, definiendo mentalmente su forma y función, sin rastro de miedo. Sus ojos, del mismo color de las esmeraldas del collar de mi madre, se clavan en mis ropas.

—Disculpadme por ser brusco —dice, levantándose con gracia, o quizás solo con extremo cuidado. Una palabra errónea justo ahora y ellos lo culparán por las muertes y el sabotaje; la justicia vairiana será tan rápida como siempre, especialmente si piensan que estoy en peligro. Shae nunca ha dudado cuando se trata de defenderme. Recuerdo a los grunts gravianos del bosque en casa. Y en este momento ni siquiera estoy segura que él esté pensando. No realmente. Está enojado y asustado y eso lo hace el doble de peligroso. Aunque el ingeniero no parece notar el peligro; se inclina brevemente sin darse cuenta de la amenaza que afronta—. Soy Con —me dice, luego frunce el ceño notando mi apariencia bajo el aceite y las manchas. ¿Puede ver mis miedos? ¿O el enojo de Shae? ¿Acaso entiende el borde afilado en el cual se está balanceando?

—Bel —Mantengo mi voz baja. Al menos tengo esto antes de que alguien le informe de mi título completo. Puede ser la última vez que conozca a alguien de manera normal, solo dos personas; así puedo ser una piloto por última vez. Hago una reverencia respetuosa.

Su rostro muestra confusión mezclada con diversión, y un toque de estrés.

—Salvasteis la nave —le digo.

—Bueno, ya que estábamos en ella, parecía una buena idea.

Para mi sorpresa, me rio. Sale de la nada. Casi olvidé como hacerlo. Es un rugido de humor inesperado y suena demasiado fuerte en los confines del cuarto de máquinas. El sonido rebota a nuestro alrededor, resonando por las paredes, inapropiado e irrespetuoso en este lugar.

—¿El personal? —Miro brevemente a Shae, quien está parado tan quieto como una roca. Solo me responde negando levemente con la cabeza. Él no lo encuentra nada divertido, y en realidad, nada aquí es divertido.

—Sabotaje y asesinato —murmura Con, negando con la cabeza, todo rastro de diversión se ha ido—. Alguien realmente no quiere que esta nave llegue a Anthaéus.

—Bueno, no en una sola pieza —añado, captando la enormidad de aquello. Apenas estamos en la órbita anthaés y ya ha habido dos atentados contra mi vida. El primero se llevó a Nerysse, el segundo mató a cinco hombres inocentes y pudo habernos matado a todos, de no ser por Con. Se lo debo—. ¿Cómo puedo agradeceros?

Pienso en todas esas historias vairianas sobre guerreros haciendo grandes hazañas, de favores concedidos. Si me pide un beso, ¿se lo concederé? Puede ser mi última oportunidad antes de que esté casada con el antháem. Los reyes —incluso si no son llamados así— no son conocidos por su apariencia o encanto. O su inteligencia. O incluso por su forma de ser relajada como la que Con muestra. Calmada eficiencia e ironía. Es extrañamente atractivo, y no es algo que haya considerado antes. Los cuentos de hadas vairianos se centraban más en el heroísmo y la valentía de los guerreros. Eran más propensos a saltar de una nave espacial a punto de explotar que a tomarse pacientemente el tiempo de arreglarla.

Para mi sorpresa, y algo más que solo un poco de diversión, Con se sonroja. ¿Puede leer mis pensamientos? Aquello hace que mis mejillas también se sonrojen. ¿Qué he estado pensando? No soy una chica descerebrada que fantasea con alguien. Soy una vairiana. Soy una princesa.

Shae hace un sonido, un gruñido proveniente de las profundidades de su garganta. Casi olvido que está aquí. Lo miro brevemente, sintiéndome irritada por su tardío recordatorio e intrigada por saber que lo hizo darse cuenta al fin.

Otra voz rompe el tenso silencio.

—¡Allí estáis! —Jondar baja la escalera que conduce hacia aquí deslizándose por ella tan rápido que casi esperé que se cayera sobre su rostro. Nadie debería ser tan ágil como él. No es justo. Aunque suena frenético—. ¿Acaso perdisteis la cabeza? ¿Qué si algo os pasaba?

Lo miro boquiabierta. ¿Está preocupado? Bueno, después de todo quizás si es humano, aunque por el otro lado, si me pierde seguramente tendrá que pagarlo caro. Estoy a punto de decirle que nada me sucedió, que estoy aquí con Shae y con un montón de hombres armados listos para matar a la primera señal, pero Jondar apenas y me lanza una breve mirada. Se cierne sobre Con, lleno de una oscura rabia proveniente del genuino miedo.

Con ni siquiera se encoge o parece asustado, como cualquiera luciría ante un iracundo príncipe y ante tantas armas en un espacio cerrado. Si algo quizás luce aburrido. Cansado.

—Estoy bien —dice mi ingeniero con bastante tranquilidad—. Quien quiera que fue ya se había ido para cuando llegué aquí. Los mató, manipuló el motor y huyó. Necesitamos arreglar sus funerales, pagarles a las familias una compensación y ver que…

—¡Ni siquiera esperaste a un guardia, Con! Si aún hubieran estado aquí, vos también estarías muerto —La voz de Jondar resuena por las paredes metálicas del cuarto de máquinas.

Conozco esa mirada. Mi padre solía usarla cuando mi madre no escuchaba sus súplicas de quedarse fuera de los tiroteos. También la usaba en Zander, cuando mi hermano no escuchaba razonamientos. Es frustración, enojo, terror. Todos provenientes del amor.

Con significa todo para él.

La realidad y el significado oculto de la situación me golpea con fuerza. Quiero mirar a Shae y ver si él también lo notó, pero no importa. Con es completamente inconsciente de ello, es fácil verlo, y justo ahora también está irritado.

—Pero no lo están, Jon, y si hubiera esperado otro momento no podría haberlo detenido. De todas formas, de no ser por Bel que bajó y ayudó no lo habría logrado.

—¡Sois el antháem! —grita Jondar—, nuestro antháem, Conleith. Tenéis que recordarlo.

—Matilde nunca dudo en actuar, Jondar. Tu hermana…

—Matilde está muerta —termina Jondar, diciendo diversas palabrotas rápidamente en voz baja. No eran palabras que hubiera escuchado antes, pero al escucharlas salir de su boca parecían algo blasfemas. Con niega con la cabeza.

—No deberíais hablar de esa forma en frente de nuestros invitados de honor, Jon.

Y entonces finalmente capto lo que dijo Jondar.

Mis instintos se hacen cargo, como si Nerysse estuviera en mi mente gritando sobre la etiqueta y decoro, y estando demasiado conmocionada para discutirle, respiro profundo y me inclino en una respetuosa reverencia completa, agachando mi cabeza ante el hombre con el que prometí casarme. No sé dónde encontré la gracia para hacerlo, pero de todas formas me obligo a hacerlo.

—¡Oh no, Bel! ¡Por favor! —Suena consternado, por lo que levanto mi mirada solo para descubrir que está estirando su mano hacia mí—. No ahora, Bel. Por favor, solo vamos a limpiarnos y cambiarnos. No… —Me lanza una mirada triste y me pregunto si se había sentido más cómodo siendo Con el ingeniero, antes de que supiera su verdadera identidad. O quizás era mejor cuando él no conocía la mía, cuando no había sido más que una ayudante sin rostro, en vez de su futura esposa.

—Muy bien, su majestad —Debo verme desaliñada. No es como si me importara, pero un sentimiento de vergüenza se abre paso en mi interior carcomiéndome. Él esperaba una princesa, una representante del imperio, no una delgada chica desgarbada cubierta en aceite, parada en el cuarto de máquinas. Al igual que yo había estado esperando un rey.

El problema es que me gustaba más el ingeniero.

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