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El ala de la reina cap 8

Publicado el 27 de enero del 2024

Capítulo ocho


Elara no pierde el tiempo mientras me baño y visto. Su primer acto es una declaración de guerra contra mi guardarropa, analizando rápidamente cada vestido que había sido traído desde la nave, descartando la mayoría de ellos, y mandando mensajes a una docena de modistas en un lenguaje que habría hecho a mi padre rechinar los dientes. No es que me importe. Había estado deseando poder hacer algo similar.

—¿Quién ordenó esto? —dice sacudiendo algo que parece una bufanda con diminutas balas de cañón atadas en los extremos. Tintinean al chocarse y vuelven a repiquetear cuando Elara tira aquella cosa al piso. ¿Quién? No tengo idea. Con algo de esfuerzo, podría ser un arma decente.

Petra y yo permanecemos paradas cerca, observando a la noble mujer arrasar con las prendas, corsés y accesorios. Las criadas que me asignaron parecen aterrados conejos enfrentándose a una serpiente.

Elara no parece notarlo.

—Seguramente Jondar hizo que alguna doncella soltera escogiera la mitad de esto. Uno pensaría que intentaron sabotearte —Les lanza una intencionada mirada fulminante a las criadas mientras lanza otro ofensivo articulo a la pila, que iba a ser exiliada de inmediato, luego continua con su letanía—. Fuera de moda, estilo del año pasado, nunca estuvo de moda, colores espantosos, y… oh, ancestros, ¿en serio?

Estoy comenzando a sospechar que la lady de la Casa de Mericuse en realidad lo está disfrutando mucho, pero eso no hace que me ablande respecto a ella. Petra juguetea significativamente con la empuñadura del cuchillo en su cinturón. Contengo una sonrisa. Al menos tengo a alguien de mi lado. Eso ya es algo.

Elara sale de nuevo, sosteniendo el vestido que usé cuando el crucero fue saboteado, el aceite aun manchaba el frente.

—Ahora, esto… —comienza Elara.

No. Ella no iba a insultar eso. Ni en un millón de años. Algo ardiente y terrible estalla en mi interior.

Eso es mío —interrumpo con firmeza—. Era de mi madre.

Elara me mira a la cara y sonríe con más gentileza que nunca.

Esto es perfecto, pero necesitamos limpiarlo apropiadamente y repararlo. Aunque quiero que los modistas lo vean para que basen sus diseños en él.

—Pero es un vestido vairiano.

—Sí, es vairiano, y como tanto os gusta señalar, también vos. Vamos a combinar lo mejor de las dos culturas.

Mi rostro se contrae por la sospecha que se arremolina en mi interior.

—¿Aún estáis hablando de vestidos?

—Estoy hablando de todo. Vuestra apariencia, vuestro estilo, vuestras comodidades. Todas las miradas estarán sobre vos, alteza, y pienso que intentar esconder lo vairiano que hay en vos es un error. Estáis aquí por una razón. ¿Por qué mi gente debería olvidar eso?

Thom suelta un raro gruñido de aprobación. Debía estar vigilando la puerta, en vez de estar prestando atención a lo que sucede en el interior. Pero, aun así, es difícil no apreciar a lady Elara en pleno vuelo. A pesar de todo, yo misma la encuentro fascinante.

Elara le sonríe con astucia, volviéndose inmediatamente coqueta y encantadora.

—Al menos alguien está de acuerdo. Y yo que pensé que vuestro interés estaba en otro lado, cabo Rahleigh.

Para mi entretenimiento, el joven guardia se sonroja como una remolacha y aparta la mirada.

—Lady —murmura.

Petra bufa con sorna y Elara palidece, sus hombros se tensan. Tiene miedo de Petra, no sabe cómo lidiar con ella, o seguramente como lidiar conmigo. Elara encuentra más fácil lidiar con los hombres. El corto, y relajado momento desaparece como rocío matutino, pero, tal vez, después de todo hay esperanza. Tal vez ella no es tan mala.

Las medidas son tomadas, los diseños planeados, algunos vestidos ya hechos son traídos, y, milagro de los milagros, logro que ordenen un par de trajes que se parecen más a mi atuendo de piloto que a la vestimenta de la corte. No sé cuándo podré usarlos, pero al menos los tengo. Para cuando termina el día, estoy exhausta, pero al menos Elara está satisfecha.

—Vuestra presentación ante la corte es en una semana. Tendremos el primer atuendo a la medida en los próximos dos días, aun si eso significa que tendrán que trabajar durante la noche —Mi presentación ante la corte es realmente una formalidad, será la primera vez que apareceré frente a toda la nobleza anthaesa, mi introducción. Es verdad que he conocido a algunos de ellos, pero no de esta forma. Es aterrador.

—Pero los modistas no tienen que…

—Creedme, quieren hacerlo. Competirán por ello. Por diseñar el vestido formal para la presentación de la princesa vairiana al antháem.

—Y una vez que sea presentada… ¿entonces se decidirá el matrimonio?

—Oh no, su alteza. Solo el Rondet lo decidirá.

El Rondet. Cierto. La directiva religiosa de la cual nadie tiene nada de información. Ellos deciden mi destino. Porque por supuesto ellos lo deciden.

—¿Quiénes son el Rondet, Elara?

Elara se queda en silencio por un momento, prestándole bastante atención a algunas de las prendas como si estuviera organizando las cosas. Espero, observándola. Ella sinceramente parece querer ayudarme, hacer que las cosas fluyan lo máximo posible.

—Ellos… por supuesto, ellos son los consejeros más cercanos al antháem. Y son especiales. No viven entre nosotros. Yo… yo en verdad no puedo deciros más.

Frunzo el ceño ante su respuesta nerviosa.

—¿No podéis o no lo haréis?

Se encoje de hombros. Siendo Elara, esa pequeña acción es tan elegante como el movimiento del bailarín más fino. Si yo lo intento luciré como un estibador. Sin embargo, el rostro de Elara se desencaja.

—Me temo que no puedo. Solo los he visto en las reuniones del Rondet y solo a la distancia. Puedo deciros que son muy hermosos, y extraños. Pocos tienen el honor de tener una audiencia directa con ellos. Desearía poderos ayudar, su alteza. Tengo algo de información que puede ayudar, sobre nuestro linaje y costumbres relacionadas a ellos y… ¿Puedo redactar más expedientes para vos?

Supongo que eso tendrá que bastar. No dudo que me esté diciendo la verdad —tengo la sospecha de que Elara daría lo que fuera por saber más sobre el misterioso Rondet—, sus palabras me dan algo, y eso ya es un consuelo.

—Gracias. ¿Entonces los veré el día después de la presentación? Supongo que también necesitare un vestido para eso.

Elara sonríe alegremente, encantada de volver a un tema seguro.

—Por supuesto. Arreglare las cosas con nuestros mejores diseñadores y los pondré a trabajar. No os decepcionare, lo prometo. Ellos ya están compitiendo entre sí para poder diseñar para vos. Conozco algunos modistas que apuñalarían a sus rivales en los ojos para tener la oportunidad. Por ahora, vos deberías dormir tanto como podáis. Los días son más largos aquí que en vuestra tierra natal, y necesitareis estar descansada para todo lo que os espera. Os redactaré un horario de las visitas de mañana antes de retirarme.

Hace que los sirvientes preparen un baño, ordena mi camisón y bata, y promete —o ¿amenaza?— volver en una hora.

Una vez ella se va, despachando a los criados con ella, por fin puedo respirar de nuevo. Thom asegura la habitación, y con un seco asentimiento sale junto con Petra. De pronto, todo parece muy silencioso. Presiono el intercomunicador en mi muñeca.

—¿Shae?

—¿Su alteza? ¿Está todo bien?

—¿En qué me metisteis?

Shae abre la puerta y permanece parado bajo la melosa luz de la noche. Una mirada a la esbelta expresión de Shae y mi pechó se aprieta. No quiero nada más que lanzarme a sus brazos, pero mi cuerpo se niega a moverse.

Seguramente es lo mejor.

—¿No deberías estar tomando un baño? —pregunta.

Quiero hacer una broma, algo ingenioso y simple, pero las palabras mueren en mi boca.

—¿Hay noticias de casa?

Un breve ceño fruncido aparece en su frente, proyectando una sombra en sus ojos.

—No. ¿Queréis que los contacte? ¿Qué arregle una transmisión?

Por supuesto que quiero, nunca antes me había sentido tan nostálgica. Añoraba reír con mis hermanos o escuchar sus interminable bromas y superioridad. ¿Qué estarán haciendo desde que me fui? ¿Cómo está nuestro padre?

Pero no puedo hacerlo, sería un desperdicio de recursos.

—No importa.

No debería sentirme tan desesperadamente sola, es solo nostalgia. Pasará. Después de todo no soy una niña. Tengo diecisiete. Necesito acostumbrarme a este mundo, a esta vida. Y rápido.

—¿Bel? —dice Shae, entrando y cerrando la puerta tras él. Y de pronto todo es peor. Mucho peor. No puedo respirar bien, así que me giro intentando ocultarlo. Shae no se deja engañar. Por supuesto que no. Su gentileza me desconcierta, altera mis nervios. Está preocupado. Se preocupa por mí—, ¿estáis bien?

—Claro —Incluso para mí, mi voz suena débil y distorsionada. El pánico se arremolina en mi interior, girando cada vez más rápido.

—¿Hay algo que pueda hacer?, decidme.

Oh, lo hay, pero nunca podré decirle.

—No, yo debo… debo bañarme. Elara regresará pronto.

Su tono se oscurece.

—¿Hizo algo?

Niego con la cabeza. Pobre Elara, a partir de ahora esa siempre será la primera cosa que alguien pregunte. Aun cuando creo que en verdad está intentando ayudar. Aun cuando encontró centros de caridad y reciclaje para toda la ropa, prestigiosos empleos para los modistas; aun cuando está haciendo todo en su poder para reparar algo que ni siquiera fue su culpa. La pregunta siempre estará allí.

—No, nada. Lo siento, no debí haberte llamado —Al menos eso es cierto, muy cierto. No debí haberlo llamado en lo absoluto—. Solo quería hablar con alguien. ¿Sabes? Con un amigo.

Vuelvo mi mirada hacia él y el rastro de una sonrisa se abre paso entre sus labios.

—Estaré aquí, lo prometo. Cuando sea que me necesitéis. Siempre.

Antes de que pueda responder, cruza la habitación hacia mí y me jala para abrazarme, un abrazo cálido y reconfortante. Me tenso y luego me relajo, sintiéndome sorprendida y al mismo tiempo completamente aliviada. He soñado con eso. Solo esto. Y más. Inhalo su aroma, absorbiendo su calidez, puedo sentirlo a mi alrededor. Esto es pura alegría. Más de lo que podría haber soñado.

Y aun así no es suficiente.

Lucho por contener el sollozo de desesperación que crece en mi interior, y entierro mis uñas en la tela de su uniforme.

Tan rápido como se movió para sostenerme, se aleja. Penoso e incómodo. Como si hubiera vuelto a leer mi mente y no pudiera soportar tocarme por más tiempo. Por un momento su rostro muestra confusión e incluso anhelo, estoy segura de ello. Y luego su oficial máscara regresa a su lugar. Una nube de miseria se cierra a mi alrededor. Arruiné todo de nuevo. Sabía que lo haría. No debí haberlo llamado. No debería tener esos pensamientos. Soñar esos sueños. Soy una idiota.

—Debería irme —me dice Shae—. Elara va a regresar. Enviaré a Petra con ella. Y vos deberías… —Su mirada se dirige hacia el baño y traga audiblemente, moviendo su manzana de Adán en su esculpida garganta. Si no lo estuviera mirando directamente no lo habría creído. Se ve totalmente nervioso ante la idea de que yo me bañe. De mí desnuda—. Debería dejaros para eso.

Nunca había visto a Shae retirarse de algo o alguien. En definitiva nunca pensé que se retiraría por mí.

Miro fijamente la puerta mientras se cierra tras él, intentando descifrar que acaba de pasar.

Y solo así, quedo sola.

La semana anterior a mi presentación ante la corte pasa con aterradora velocidad. Las sesiones matutinas de entrenamiento continúan, pero se vuelven más cortas y menos intimas a medida que más anthaeses vienen a observar. Es como si fuera una atracción del zoológico. Adonde quiera que voy la gente se detiene a mirarme, y sus ojos siguen todos mis movimientos, juzgándome. Todo el tiempo. Constantemente me siento como si fuera una exhibición. Aunque no es como si fuera muy lejos. La idea de la corte anthaesa y mi presentación se cierne sobre mí, colgando como un velo de la muerte. No estoy preparada para ello, para todo lo que representa, pero aun así continúa acercándose, incesante, implacable, cada día que pasa lo acerca más y más. No sé cómo detenerlo, y para cuando realmente tengo un momento de pensar en ello, ya es demasiado tarde y estoy vestida, atendida, arreglada y casi lista para ser presentada ante la corte anthaesa como si fuera alguna clase de premio que ganaron. Si fuera por mí usaría los ópalos que Nerysse había admirado, pero Elara me recuerda que no puedo mostrar ninguna clase de favoritismo y que si usaba un regalo tendría que usar todos. De ser así rechinaría mientras caminaba. Ni siquiera recuerdo quien los envió. El pensamiento sobre Nerysse llega inesperadamente y trae consigo una oleada de dolor que tengo que ocultar. No puedo mostrar debilidad. No sé porque, pero no puedo. Si me derrumbo ahora nunca sobreviviré a esto.

—¿Eso incluye las dagas? —Me gustan las dagas. Son piezas hermosas, hechas con el acero más fino, perfectamente balanceadas. Son un regalo de Zander.

Elara me lanza una mirada fulminante.

—No, su alteza. Sin dagas.

Hago una mueca, pero Elara no parece notarlo. O sí lo hace, es lo bastante discreta como para ignorarlo.

Al final, Elara escoge un pesado collar de oro de la colección anthaesa. Yo lo porto como si fuera un collar extremadamente costoso. Los zafiros brillan sobre mi garganta haciéndome pensar en los ojos de Shae. La imagen en verdad no me ayuda.

Inhalo el embriagador aroma a jazmín y pasionaria a lo largo del sendero bordeado de columnas que va desde mi cuartel al palacio central. El sonido de la música es llevado por la misma brisa, pero cuando paso bajo una arqueada entrada hacia la torre ya no puedo seguir escuchándolo. Sin la luz del sol, el pasillo que entramos es extrañamente frío y silencioso.

Subimos las escaleras de caracol, una hélice en espiral esculpida en piedra blanca. Solo hay guardias a la vista, la guardia real de Anthaéus es más impresionante de lo que había imaginado. Mi propia escolta me rodea con Shae en el frente, quien usa su uniforme de gala por primera vez desde que dejamos Vairian. Le queda bien, concuerda con su apariencia y dureza. Lo hace ver de pies a cabeza como el héroe que sé que es. Debía ser festejado como tal, no ser exiliado a aquí, para protegerme.

Y a pesar de eso, sé que si alguien le pregunta dirá que no hay otro lugar en el que quiera estar.

De manera peculiar me hace sentir culpable, y agradecida. Pero no estoy completamente segura de que sea verdad. Ya no sé lo que Shae quiere. Luego de ese momento en mi habitación, no sé si quiere estar aquí o no.

Al llegar a la cima de la escalera, me encuentro en el rellano del segundo piso que está por encima de la enorme recepción, y por un momento intento ubicarme. ¿Cuál es el punto de subir todas esas escaleras solo para bajarlas de nuevo? Pero a medida que veo aquel mar de gente, todos ataviados con sus galas más elaboradas, lo entiendo. Hacer una entrada. La escalera frente a mí es una curva elegante, en lugar de la estrecha espiral de la primera, y estaba alfombrada de color carmesí. Mientras permanezco allí parada, observando la belleza de la habitación: las altas ventanas que dejan entrar la luz a raudales, las entradas arqueadas que conducen hacia más jardines verdes; escuchando los murmullos de la música, las voces y las risas que se elevan hasta mí, la habitación se queda en silencio.

El heraldo me anuncia, diciendo aquella extraña letanía de nombres que no parecen encajar conmigo, y que aun así están atados a mi vida y a mi futuro. Desciendo por la escalera, intentando quitarme de encima el peso de lo inevitable.

Es por esto que estoy aquí.

Este no es un evento romántico. Ni un cuento de hadas. Soy una pieza de juego en un vasto tablero. Y si piensas en ello ni siquiera soy una verdadera esposa. Un matrimonio político, una alianza y una promesa. Con su única hija en Anthaéus, mi padre y todo Vairian se asegurarán de que el planeta esté protegido, y por extensión el imperio les seguirá.

Si me aceptan, y al imperio que represento.

En medio del terror que me produce entrar en una habitación con tantos ojos sobre mí, con tantas esperanzas puestas en mí, tengo un momento de penosa claridad.

No es Bel la que entraba en el salón del trono, es Belengaria, princesa de Vairian. Puedo ocultarme detrás de esa máscara y me protegerá tan efectivamente como cualquier armadura. O eso espero.

Me protegerá contra algunas cosas, como las armas de la corte. Armas que, justo en este momento, me asustan más que los cuchillos o las armas de fuego.

La multitud congregada se inclina ante mí. En el otro extremo, parado en una tarima elevada, está Con esperando. Incluso me sonríe. Una sonrisa tranquila y segura que sé es solo para mí. ¿Quién más lo está mirando en este momento?

De alguna manera aquello hace que sea más fácil cruzar la habitación, pasando por las elaboradas decoraciones con incrustaciones de mármol, bajo el alto domo con su delicado enyesado de estuco y sus paneles de vidrio de colores. Subo a la plataforma y me reúno con él.

—Saludos, Belengaria —dice Con, con voz clara y sonora que de alguna manera llena la habitación—. Os doy la bienvenida como nuestra invitada de honor.

Con toma mi mano y se la lleva a los labios mientras se inclina. Su beso no es más que un gentil roce sobre mi piel. Había esperado que todo esto fuera superficial —no se supone que los reyes se inclinen, ¿o sí?—, pero no cabe duda de la sinceridad de sus movimientos. Sus ojos brillan divertidos, me aprieta ligeramente los dedos, un gesto de ánimo, y me guía al asiento junto al suyo. Aquí arriba estamos extrañamente aislados, lejos de los cortesanos que hablan entre ellos. La música comienza de nuevo y me muevo en mi asiento, insegura de que debería decirle. Había esperado tener tiempo a solas con él para conocerlo, pero no de esta manera. Solos, pero rodeados de gente. Con se aclara la garganta como si fuera a decir algo, pero cuando levanto mi mirada, parece pensárselo mejor y se sonroja. Todo esto es penoso e incómodo, y puedo sentir mi pecho apretarse. Me obligo a respirar y a apartar la mirada.

En cambio, me concentro en la multitud mientras la música suena, observando sus rostros, notando quien está con quien, donde están sus lealtades o al menos donde parecen estarlo.

Y entonces lo vi. Hay un graviano en medio de la multitud. Fuera de lugar, como una pesadilla, pidiendo a gritos mi atención en medio de la habitación y activando cada una de mis alarmas instintivas. Una cara pálida y rugosa, casi reptiliana, en medio de los suaves tonos dorados de los anthaeses. No es posible. ¿Qué está haciendo él aquí? Simplemente está allí parado, como si perteneciera aquí. Obviamente es uno de sus aristócratas, a juzgar no solo por sus ropas y presencia, sino también por su propio comportamiento: la forma en que está parado, el desdén con el que observa la multitud, y a mí. Está mirándome directamente. Su piel es tan pálida como un pergamino, un duro contraste con la seda y terciopelo negro que usa. Sus rasgos son delicados y están esculpidos finamente, de seguro por elección. Ellos alteran todo lo que no les agrada. Tecnología, genética, tortura, cirugía, lo que sea necesario. Y si no pueden alterarlo lo destruyen. Incluso su cabello blanco pudo haber sido tallado cuidadosamente en alabastro en vez de ser natural. Sus ojos son lo peor, fríos y planos como piedras grises.

Parpadea, sus segundos parpados permanecen cerrados una fracción de segundo más que los externos.

Mi columna vertebral se llena de acero. Nadie más parece reaccionar y por un instante me pregunto si estoy alucinando, pero no es así. El graviano se voltea y habla con un hombre anthaés junto a él. Para mi sorpresa se ríen.

¿Por qué está aquí? ¿Justo en este momento? ¿En medio de todas estas personas, riéndose?

—¿Princesa? —La voz de Con es calmada y segura, pero está teñida con una pizca de preocupación—. ¿Estáis bien? ¿Necesitáis algo?

Con había visto mi expresión horrorizada. Al igual que muchos otros, estoy segura.

Mantengo el tono de mi voz bajo y me inclino hacia él.

—No, pero… hay un graviano por allí.

Con no parece sorprendido.

—Sí, el embajador graviano. Viene a menudo por aquí, usualmente con demandas —Casi hay una risa escondida en su voz.

¿Está intentando hacer de esto una broma?

—Nadie me advirtió.

—¿Advertiros? Tenemos muchos visitantes. Hay una delegación de Camarth por allí a la izquierda —Hace un sutil ademán hacia las tres figuras ataviadas con pesadas túnicas, las cuales los cubren completamente. Entonces son de la casta religiosa, provenientes de un mundo que estudié con Nerysse el año pasado, pero del que nunca pensé ver a sus habitantes, no en la vida real—. Y de Melia por allí.

—Pero un graviano, su majestad…

Con, por favor —Hay verdadero dolor en sus palabras.

¿Va a empezar una pelea de nombres en este momento? No muerdo el anzuelo. Esto es demasiado importante. No puedo creer que sea tan ingenuo sobre los gravianos. No se puede confiar en ellos. Nunca. Los niños vairianos aprenden esto desde la cuna.

—Como sea. La guerra entre nuestros mundos duró veinticinco años. Ninguna familia vairiana quedó ilesa, sin mencionar que los gravianos destruyeron recientemente a la mayoría de mis parientes, e intentaron dispararme desde el cielo justo como hicieron con mi madre. ¿Acaso no están todavía ocupando Kelta? ¿Y él está simplemente… allí parado?

Algo destella en su rostro y sus ojos se endurecen nuevamente. Él sabe mi historia —tiene que saberla—, pero tal vez nunca pensó en ella profundamente hasta este momento. Su tono de voz se vuelve conciliatorio.

—Debí haberos advertido. Mis disculpas.

Pero esto no es sobre mí. Es sobre el monstruo que está parado en medio de su salón de baile como si perteneciera allí, como si no alabara a la muerte y no tuviera planes de saquear cada mundo con aterradora eficiencia.

—Los gravianos no deberían estar aquí

—¿Y cómo sugerís organizar una solución pacífica para este conflicto sin entablar un diálogo? —Con niega con la cabeza, como si estuviera hablándole a un niño, lo que hace que el calor de mi rostro aumente. Quiero marcharme, pero si lo hago causaré un desastre diplomático. Aunque seguramente no será tan malo a si lo golpeaba en la cara. A Con o al graviano—. Tenemos que hablar con ellos, Bel.

Lo miro fijamente, incapaz de creer sus palabras. La luz brilla en su rostro, justo sobre la línea de su pómulo, bañándolo en luz dorada. Por un momento parece tener diminutas escamas doradas allí. Es algo hipotónico, pero la ilusión se desvanece un instante después.

Sacudo mi cabeza, y el enojo regresa rápidamente, precipitándose por mis venas para expulsar el destello de asombro.

—Los vairianos y gravianos no entablan dialogo, Con.

—Pero sí los anthaeses —Con regresa a su posición anterior, al parecer la discusión terminó. Aprieto los dientes, y busco con la mirada a Shae. ¿Cómo se atreve a despacharme de esa forma? Shae ya está mirando al embajador graviano con un destello asesino en los ojos. Thom y Dan tomaron posiciones para poder cubrirme. Por si acaso. Han pensado en cada eventualidad. Y en cuanto a Jessam, él está al pie de la tarima con su mano sobre la culata de su arma, fingiendo indiferencia. Petra camina sigilosamente en la parte superior de las escaleras como una gata montesa, cubriendo toda la habitación, mirando con furia a la multitud. Ellos saben. Entienden el peligro.

Al principio los gravianos habían venido a Higher Cape para las negociaciones de paz, y nuestra gente fue al espacio graviano. Se encontraron en mundos neutrales con la esperanza de organizar un acuerdo. Y lo que siguió a eso fueron años de guerra, años de innumerables vidas perdidas.

Ellos no quieren paz, quieren recursos. Quieren sacrificios para su sangrienta diosa. Quieren cuerpos para crear mechas. Nos odian. No somos como ellos y nos odian. No hay lógica en ello, ni razón. No hay oportunidad para la paz.

Nuevamente deseo tener armas. Al parecer está bien que mis guardias las porten, pero no yo. Genial. Simplemente tendré que recordar ordenarle a Shae cargar una pieza extra que pueda tirarme en caso de que se desate un tiroteo. Los anthaeses son muy confiados. Extremadamente confiados. Y en este momento no hay nada que pueda hacer, excepto sentarme aquí y esperar.

Me presentan a varias personas. No tengo esperanza de recordar sus nombres, pasan demasiado rápido. Ni siquiera sé si hay un orden en particular o cómo funciona la jerarquía. ¿A la inversa, o algo así? ¿Por familias? Si soy honesta, solo presto atención parcialmente. No puedo apartar mis ojos de aquella cara pálida y plana, y de la forma en que me observa.

Por último, Jondar se arrodilla frente a mí, acompañado por un joven hombre que tiene que estar relacionado a él, a juzgar por su apariencia similar.

—El príncipe Jondar y príncipe Kendal de la casa Henndale —anuncia debidamente el heraldo.

Entonces es el hermano de Jondar. Tiene mi edad, estoy segura de ello, pero luce tan blando y mimado como un bebé. También tiene el mismo mohín. Es bastante claro que él no me aprueba, puedo saberlo por la forma en que su mirada está fija en algo más allá de mi hombro, por la forma en que aprieta bastante su mandíbula. Hago una nota mental para observarlo cuidadosamente y para preguntarle a Elara sobre él más tarde.

Aunque Kendal no me presta atención más allá de un breve momento. En cambio, mira con furia a Con.

—¿Puedo decir algo, si me lo permitís, su majestad? —Por su tono agresivo sus palabras son más una amenaza que una pregunta. Y por la seria expresión avergonzada y enojada en el rostro de Jondar es bastante obvio que esto no fue planeado, pero que aun así estuvo temiéndolo. Ya es demasiado tarde. Casi siento lastima por él.

Con entrecierra los ojos y su boca se aprieta levemente. Hubo una tensa pausa y luego Con hace un ademán con la mano para que continúe. La petulante mirada en el delgado rostro de Kendal no es atractiva. Entonces él es esa clase de hombre que confía en que los demás no querrán hacer una escena y lo usa para su propio beneficio. He conocido a los de su clase antes.

—Mi hermana —Aquella palabra tiene tanto peso, y tantas implicaciones, y él la usa como si fuera un arma—, la difunta antháem, creía que a todos se nos debería dar una audiencia justa concerniente a los asuntos de nuestro mundo. Y, aun así, aquí estamos, adentrándonos ciegamente en una alianza imperial antes de considerar completamente la otra alianza, ofrecida por los gravianos.

Su voz tiembla mientras habla, algunos dirán que, de pasión, otros menos benévolos dirán que de miedo. Entierro mis uñas en los brazos de la silla.

—No tenemos ninguna oferta de alianza proveniente de los gravianos —interviene Jondar.

—Oh, pero la tenemos —continua Kendal, como si estuviera diciendo una gran broma práctica. Se deleita en ello, en este momento de triunfo que tiene sobre ambos. Sus ojos brillan con cruel deleite—. Yo mismo la aseguré. Embajador Choltus, seríais tan amable de unirse a nosotros, por favor.

Hay una oleada de protestas asustadas cuando toda la habitación reacciona. Tu simplemente no invitas a un miembro de una raza particularmente agresiva a acercarse a la realeza. Eso simplemente no se hace. El protocolo, los modales y todas esas cosas se hacen a un lado, la seguridad tiene prioridad. Esto es una locura. Una estupidez. Me tenso, incapaz de ocultarlo esta vez. Kendal sonríe con superioridad. Oh ancestros, es obvio que es todo un personaje desagradable.

El movimiento desbandado de los guardias de Con habría sido cómico si el asunto no fuera tan serio. Maldigo una vez más mi falta de armas, lanzándole una mirada desesperada a Shae, quien aparta su abrigo para revelar —solo por un breve segundo— otra arma. Es una cosa pequeña, pero será lo bastante efectiva de cerca. Shae me conoce mejor de lo que yo misma lo hago. La palmea mientras la saca de la funda, sin atraer atención hacia él, los dedos de su otra mano hacen una rápida señal que conozco.

«Preparaos».

Una extraña calma me inunda. Si el graviano ataca, podré proteger a Con desde aquí. Y a mí misma. Espero. Shae solo tiene que tirarme el arma. No vacilaré.

El embajador Choltus no nos presta atención, ignora a los anthaeses que se escabullen lejos de él, ignora a los guardias que murmuran frenéticamente en la conexión de los intercomunicadores, e ignora a los vairianos listos como gatos a punto de saltar. Es graviano, no le importa lo que pensemos. Se acerca a la tarima como si fuera dueño del mundo, pero no se sube en ella. No es estúpido ni suicida. Aunque sí arrogante. Se inclina ante Con, pero solo lo debido. No es precisamente un insulto. Y solo inclina la cabeza en mi dirección. Es más una forma de señalarme, de despacharme, que de reconocerme.

—Su majestad, este matrimonio propuesto es una estratagema de la emperatriz para obtener vuestro mundo y todos sus preciosos recursos para sí misma —dice el embajador.

Un estremecimiento de reconocimiento me sacude. Conozco esa voz, la reconozco. Resuena en mis pesadillas, donde me escondo en los matorrales y espero que vengan por mí.

«Traedme a esa chica.»

Es la misma voz que había resonado por el radio en el bosque en casa, el mismo hombre. Aquel que había ordenado que me tiraran del cielo.

Y ahora tiene un nombre: Choltus.

El embajador ahora me mira, una mirada que me marca como alguien contaminada y me hace sentir como tal. Sus ojos sin color se deslizan sobre mí, descartándome nuevamente como si fuera del mismo interés que la alfombra bajo sus pies.

—Esta chica no es más que la hija de un noble de menor importancia de Vairian, un planeta que de por sí no es más que un mundo a las afueras del sistema solar que es de poca importancia para el imperio, lleno de sanguinarios bárbaros. Su familia principal está muerta y la emperatriz ha puesto sus peones para que ocupen su lugar. Estáis siendo engañado, antháem.

—Embajador —responde Con. Su voz es bastante gentil, pero hay una firmeza oculta que no había esperado—, entiendo que aún hay muchas preguntas sobre el reciente ataque a Vairian que el gran consejo graviano aún no ha respondido.

El embajador revela sus dientes, mostrándolos en lo que creo es una sonrisa. O una amenaza.

—Son acusaciones sin pruebas, su majestad, hechas por gente prejuiciosa. Incluso la emperatriz no ha hecho una declaración del asunto porque no confía en la palabra de los vairianos.

Aprieto los puños. No puedo creer lo que estoy escuchando y aun así nadie más parece reaccionar a ello.

Si la familia real de Vairian estaba muerta, ¿quién más que los gravianos querría matarla? Las palabras bullen en mi interior, pero no puedo decir nada de eso. Con tiene que manejar la situación. Si sucumbo en este momento, a la explosión avergonzaría a Con, me deshonraría, y quedaría como la misma tonta aislada que Choltus acababa de describir. Tal vez eso es lo que quiere, exponerme. Para causar indignación.

Y Con solo se queda ahí sentado. Lo fulmino con la mirada, pero él no parece notarlo. Con debe hacer algo. Me muevo inquieta en mi asiento y me obligo a permanecer callada. El esfuerzo hace que mi estómago se retuerza dolorosamente. Tengo que pensar. Necesito pensar.

Miro brevemente a mis guardias. No puedo leer nada en la cara de Shae. «Prepárate», me advierto a mí misma. Para cuando él se mueva, para cuando él golpee, debo estar lista.

—Este no es el momento ni el lugar, embajador —dice Con usando su voz calmada y controlada como la de un experto orador. Me sorprende. ¿Cómo puede sonar tan controlado, tan a cargo de esta situación horripilante?

—Majestad —Choltus extiende tanto la palabra que suena como una burla—. Los gravianos hemos ofrecido compartir nuestra tecnología y armamento a cambio del derecho de poder minar aquí. Hemos sido bastante generosos. No intentamos engañaros con una… —Se voltea a mirarme y deseo que no lo hubiera hecho. Sus ojos parecen desnudarme y encontrarme abominable—… jovencita en venta.

Hay un momento de silencio lleno de sorpresa. Un frío helado me inunda y mi garganta se aprieta.

—Suficiente —El tono de voz de Con no parece haber cambiado, pero algo más lo hace. De repente parece más firme, e inesperadamente frío. Como si ya se hubiera retirado emocionalmente de la conversación. ¿Es esto ira? ¿Esta extraña y silenciosa intensidad?

—Estáis aquí debido a nuestra invitación, embajador, para representar vuestro planeta madre, no para discutir nuestra situación política. Pero ya que insistís en traer a colación la política, aún está el asunto de Kelta.

Ni siquiera me atrevo a respirar durante el momento de silencio que le sigue a aquella declaración, simplemente miro fijamente a Con. ¿Acaba de cometer un terrible error? ¿O quiere un espectáculo público para forzar, justo ahora, aquel problema en frente de todos?

—Kelta es una colonia tradicional de los gravianos, su majestad.

Los dedos de Con aprietan los brazos de su trono. Un movimiento casi imperceptible, solo lo noto porque estoy sentada a su lado. Después de todo, tal vez, hay acero en este antháem.

—Y, aun así, las antigüedades más viejas son de patrimonio anthaés. Sin mencionar que orbita alrededor de nuestro mundo, muy lejos del vuestro. Durante los últimos cientos de años los únicos habitantes de allí fueron nuestra gente. No, embajador, las reclamaciones gravianas de Kelta son espurias, y todos lo sabemos. Prescindámonos de tales cuentos. Ya hemos evitado este tema y vuestros engaños han hecho que sea imposible negociar. Ahora decidme, ¿vuestras fuerzas están listas para retirarse? —Choltus no responde, y Con levanta la barbilla. Quizás el graviano no esperó que él fuera allí, hoy de todos los días, haciendo sus propias demandas. Tal vez, pensó que conmigo sentada junto a él, el antháem estaría distraído. Por suerte, no distraigo tanto. Aunque no sé qué es lo que espera lograr.

Con sabe que puede contar con el apoyo de su gente. Esa debe ser la razón de porque sacó esta discusión al aire, enfrente de toda la corte. Si algo logré entender del expediente sobre Anthaéus, es que su gente idolatra al antháem, y la evidencia que he visto desde que llegué aquí es de cuanto adoran a Con. Harían cualquier cosa por él. Si los gravianos tuvieran control sobre Con, ¿se imaginan el poder que ejercerían? ¿Entonces que quería Choltus al aliarse con Kendal?

Tal vez avergonzar a todos los presentes, hacer parecer que nos equivocábamos en un día tan importante, o quizás pensó que Con cometería un error y le daría lo que quería.

Si es así, entonces subestimó al antháem, al igual que yo. Con sonríe, es una sonrisa delgada y fría, y espero que nunca me de esa sonrisa a mí. Es peor que un cuchillo.

Despacha a Choltus rudamente:

—Con la bendición del Rondet, este matrimonio proseguirá.

—Entonces os deseo alegría en él —El embajador no se molesta en ocultar su desdén—, sin importar que tan equivocado puede ser. Desde el principio exprese las objeciones que tenía respecto a esta farsa. Os lo solicité y también mucha de mi gente lo hizo. El gran consejo de Gravia no será testigo de este matrimonio y emitirá una declaración de oposición para todos los mundos conocidos. Y ahora, con gran pesar, debo retirarme de vuestra corte.

Choltus solamente hace una reverencia superficial y luego con un giro brusco se marcha nuevamente, siendo seguido por el príncipe Kendal que protesta y se disculpa con el embajador como si fuera un amante despreciado, ignorando a su propia gente. Cuando su grupo se marcha del salón, las voces estallan como una ola que golpea la orilla, sorprendidos, indignados y asustados. Anthaéus, con todos sus modales y protocolo, nunca había visto algo así.

No debo seguir mirando a Con, pero es difícil apartar mi mirada de él. Solo un pensamiento continúa dando vueltas en mi mente. Él quería esto. No sé lo que está haciendo, pero por alguna razón Con quería esta confrontación.

Jondar parece estar listo para ahorcar a su hermano, de no haber habido tantos testigos. Aunque las probabilidades son que de todas maneras lo va a hacer. Hay algunos que parecen listos para ayudarle. Me obligo a respirar profundo, para calmar el temblor de mis manos, y saludo a las personas que faltan con tanta cortesía como Con lo hace, quien no parece sentirse afectado ni en lo más mínimo. El antháem es la imagen de elegancia y calma. No estoy segura de cómo lo logra, pero no me decepcionaré a mí ni a mi gente haciendo menos.

Sin embargó, cuando pienso en esa fría mirada, en la máscara en el rostro de Con, en aquella sonrisa anodina, me estremezco.

Luego de la presentación, hay otro banquete.

—Les gusta comer —le digo en susurros a Shae mientras nos abrimos paso a través del salón de banquetes.

—Les gusta hablar —gruñe en respuesta—. Pensé que aquello nunca acabaría.

—El graviano estaba con una interesante compañía. Él y Kendal se marcharon juntos, ¿no? ¿Realmente dejaron la corte?

—Eso parece —me asegura Shae—, y eso significará problemas. Los gravianos no hacen amenazas vacías. No sé qué es lo que trama vuestro antháem. Permaneced alerta, había más de una persona dando vueltas alrededor del príncipe Kendal y del graviano. Más tarde verificaré sus nombres con vos. Elara y Jondar pueden ayudar.

Tengo que decirle. Shae necesita saber lo que yo sé. Llegamos al fondo de la habitación, donde la mesa principal está levantada en una plataforma, por encima de las demás. El techo está pintado de color azul índigo con pequeñas estrellas doradas, que forman todas las constelaciones. Un fino mantel de damasco cubre la mesa, y sobre él hay colocada, una delicada vajilla de porcelana y plata.

Me detengo antes de subir en el área elevada y tomo la mano de Shae como si necesitara ayuda para subir el único escalón que hay. Me inclino cerca de él y susurro:

—Era él, Shae. Antes en el bosque, en casa. Él estaba a cargo del grupo que vino tras de mí.

Shae se paraliza por un momento, todos sus músculos se tensan.

—¿El embajador?

—Sí, el embajador Choltus.

Shae levanta su mirada, revisando quien puede estar escuchando, quien puede hablar. Pero no duda de mí ni cuestiona si recuerdo correctamente, y estoy agradecida por ello. Permanece calmado, controlado, sin desear que alguien más vea el destello de preocupación que brilla en sus ojos.

—Ya veo. Lo investigaremos, princesa. Tenéis mi palabra —Y en un abrir y cerrar de ojos cambia de tema y me conduce a mi asiento—. ¿Cómo encontráis al antháem?

Que gracioso que lo mencione. Con se une a nosotros un segundo después y nunca tuve la oportunidad de contestarle. El antháem sonríe, pero está enfrascado en una conversación con Jondar.

A pesar de estar aquí a su lado, apenas tengo la oportunidad de hablar con Con. Difícilmente se consideraría una conversación completa, solo hablamos el tiempo suficiente para que mis opiniones respecto a Choltus sean desestimadas completamente. Cada vez que miro hacia él, está metido profundamente en una conversación o escuchando con atención a alguien más. Encontrar tiempo para pasar con él será el verdadero obstáculo en este supuesto matrimonio. Eso es si, él siquiera está dispuesto a hablarme, o a escuchar mis escépticas opiniones. A duras penas será como el trabajo en equipo que un matrimonio debería ser, especialmente uno de la realeza.

O quizás así es como un matrimonio real debería ser. Porque, sinceramente, ¿qué se yo sobre matrimonios, ya sean de la realeza o no?

De repente todo, incluso hablar con el eminente y bastante anciano sacerdote de Cuore que está sentado a mi izquierda, parece mucho más difícil. Pincho la carne asada en una rica salsa de vino rojo melianes, y empujo algunos vegetales por el plato.

Con se ríe de algo que no escucho y luego se coloca de pie. Todos los presentes lo imitan, pero cuando intento pararme junto a él, su mano toca mi hombro; empujándome ligeramente y con suavidad de vuelta a la silla. Es un toque discreto, y para los demás el gesto parece fraternal. En el lugar donde me toca, mi piel cosquillea, es una intimidad inesperada. No sé qué hacer con ello.

El silencio cae sobre el vasto salón de banquetes. El frufrú de la ropa, el tintineo de vasos, y el murmullo de las conversaciones se extinguen de inmediato.

—Honorables invitados —La voz de Con se escucha bien por todo el salón. Él siempre habla tan suave cuando estamos los dos solos, que nunca pensé que su voz publica sería tan cautivadora. Fuera de la vista de los demás, Con aprieta su puño contra su cadera. Está luchando con los nervios, de la misma manera que yo lo hago. Miro fijamente su mano, intentando enviarle la fortaleza que necesita. Su rostro se ve guapo bajo las luces doradas que por un momento le dan nuevamente a su piel aquella misma ilusión de escamas brillantes—, mañana haremos nuestro viaje para ver al Rondet, en celebración y con esperanza. Les presentaremos a su alteza, la princesa Belengaria de Vairian, duquesa de Elveden y condesa de Duniin, con la creencia cierta de que la encontraran más que merecedora —Se vuelve hacia mí, sonriéndome, y para mi sorpresa puedo ver que se sonroja ligeramente. Sus labios casi titubean con sus siguientes palabras. Con se ahoga, aparta la mirada, y traga audiblemente antes de continuar—. Os pido a todos que levantéis vuestras copas para brindar por nuestro futuro, por nuestra alianza con Vairian y el imperio, y con la princesa Belengaria.

Un coro de voces resuena diciendo:

—Princesa Belengaria.

Un helado peso se hunde en el fondo de mi estómago. Mañana. Nadie se había molestado en decírmelo. Mañana, todo se decidirá. Me gustara o no.

Camino de un lado a otro por los azulejos elegantemente decorados, observando la tela de mi falda pasar sobre castillos, bosques, pájaros y lagartijas. Me quedé sentada a la mesa de banquetes tanto como pude, pero fue bastante fácil excusarme y marcharme. El vino fluye como un manantial de montaña. Dudo que alguno de ellos vaya a extrañar mi presencia. Me detengo en el centro del balcón, con la mirada fija en el centro circular donde cuatro creaturas similares a dragones se entrelazan. Cada una tiene dos pares de alas transparentes, talladas en cristal y dos enormes gemas por ojos. Brillan. La obra de arte es hermosa y tan delicada que puedo imaginarlos salir saltando del suelo y comenzar a volar. Pero, ¿qué son? ¿Acaso los antiguos anthaeses tenían leyendas como las de Vairian? ¿Cómo las del Primer mundo?

—¿Princesa? ¿Me llamasteis? —La voz de Con me sobresalta y salgo de mis fantasías como una niña culpable. No parece haber bebido mucho, lo cual es un alivio. Esto sería mucho más difícil si no estaba sobrio.

—Sí —Y ahora que está aquí, no sé realmente como decirle esto.

Con sonríe mirando el suelo decorado.

—Hermoso, ¿verdad? Es una leyenda de Móntserratt en la cual…

—Con —lo interrumpo. No tengo tiempo en este momento para leyendas, y Con suena como si fuera a prolongarse contándola por una hora o más. Lo que es sorprendente considerando su reticencia habitual. Tiene aquel aire de entusiasmo, que usualmente se deriva en detalles complicados y gestos con la mano. Pero esto es más importante, necesito que me escuche—, él intentó matarme.

Con se queda completamente quieto y sus ojos se estrechan hasta ser dos finas líneas de color esmeralda.

—¿Quién?

—El embajador, el embajador graviano, Choltus. Cuando estaba en casa, cuando cayó Higher Cape. Él.

Veo el cambio en su expresión. No está escuchando. Ni siquiera me está escuchando.

—Bel, no hay pruebas de que él estuviera involucrado.

—¡No hay pruebas excepto mi palabra! —ladro, marchando hacia él. Con no retrocede. Debería porque estoy enojada, pero no lo hace, solo permanece allí parado observando mi furia—. Recuerdo su voz, Con. Mataron a millones de mi gente, eliminaron nuestra capital junto con toda la familia real, sangre de mi sangre.

—El imperio nos envió copias de los reportes del incidente. No encontraron suficiente evidencia de que fuera una acción oficial del gobierno graviano.

—¿Entonces quien fue?

—Una rama radical. Una organización terrorista, aquellos que no aceptan la paz.

—Ningún graviano acepta la paz. Ellos querían a Vairian, querían la riqueza de nuestro suelo y nuestras piedras, la madera de nuestros árboles y el aceite bajo nuestros océanos, seguramente incluso querían el agua misma. Habrían tomado todo. Solo trajeron muerte y destrucción.

Con finalmente se aparta de mí, sus manos extendidas frente a él en un gesto de paz.

—Bel, por favor…

Alejo sus manos de mí de un manotazo.

—Lo escuché luego de estrellarme. Me escondí en los árboles y lo escuché. Nunca olvidaré esa voz. Él me quería, Con, como un rehén, quizás como prisionera, no lo sé. Lo más seguro es que fuera para matarme, pero su voz…

«Traedme a esa chica.»

Como si no fuera más que una mercancía. Un elemento útil para negociar. El recuerdo me roba las palabras. Me estremezco y las manos de Con frotan suavemente mis brazos. Me sostiene con cuidado, con gentileza, como si pudiera romperme. Nunca antes alguien me sostuvo así.

—Sentaos. Luces pálida.

Me zafo de su agarre, mis uñas recién arregladas se entierran en mis palmas. No puedo mostrar debilidad en este momento. Con tiene que creerme.

—Se llama enojo.

—Quizás la voz solo sonaba igual. Su acento o algo así. Estabas estresada y asustada, escondiéndote y acababas de estar en una estrellada…

Estresada… sí… y en cuanto a asustada

—Soy un soldado vairiano, Con. ¿Estáis diciendo que todos los gravianos suenan igual? Sabes más que eso. Fui entrenada para escuchar, para guardar cosas en mi memoria para reportarlas después, para…

—¡Bel! —Su grito me sorprende tanto que quedo en silencio. Con se paraliza, su propia cara muestra la sorpresa que siente por haber levantado tanto la voz—. Bel —lo intenta de nuevo, con más suavidad casi pesaroso—, incluso si fue él, sucedió en Vairian, no en Anthaéus, muy lejos de mi jurisdicción… ¿Qué puedo hacer?

Tiene razón, maldición. Cruzo los brazos fuertemente sobre mi pecho y me doy la vuelta, odiando esto. Odiando ligeramente a Con en este momento. Pero tiene razón. ¿Qué puede hacer? ¿Arrestar un embajador solo porque lo dije? Uno que ya está en medio de un desastre diplomático, ¿y luego de la forma en que Con le habló, lo acorraló? No. Es una locura.

Pero eso no hace que me guste más. De hecho, odio admitirlo.

Lo fulmino con la mirada, deseando que entienda que esto está lejos de terminarse y que iba a recordar cada palabra. Si iba a ser mi esposo, necesita entender que no puede solo desestimarme. Está subestimando enormemente a los gravianos. No los entiende para nada, y no está escuchando.

—Pudisteis creerme —susurro, y me marcho de allí, dirigiéndome de regreso a mi cuartel. No estoy segura si me sigue o no, no me atrevo a mirar atrás.

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