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El ala de la reina cap 9

Publicado el 27 de enero del 2024

Capítulo nueve


A la mañana siguiente una aeronave nos recoge en Limasyll. En unas pocas horas seré llevada a ver al misterioso Rondet, y mi destino será decidido. Somos un pequeño grupo, aparentemente, aunque son casi treinta personas las que van a viajar con nosotros, y aún no he tenido un momento a solas para hablar con él. Quizás está aterrado de que haga otra escena, o de que lo haga levantar la voz de nuevo. O de que haga preguntas difíciles. Jondar está aquí, por supuesto, y también Elara. Mis guardaespaldas son mi constante sombra, y Shae es el más adusto de todos, aunque mantiene su distancia; observando a todos los presentes como un halcón. Con tiene menos guardias, y no se comparan ni un poco con los míos, pero para ser justos también son dedicados. Tengo que respetar eso.

La aeronave despega y mientras que la mayoría de gente escoge ir a la cabina, a beber vino fino y comer delicados canapés, yo permanezco parada en la cubierta exterior, dejando que el viento fluya a mi alrededor. Una vez más estoy volando, aunque la experiencia es completamente diferente. Me aferro al barandal, cierro los ojos y sonrío cuando la brisa agita mi cabello y hace hormiguear mi piel, sintiéndome viva por primera vez desde que mi Avispa cayó del cielo.

Volamos sobre las tierras de cultivo y bosques, luego sobre un bosque más abundante. Las montañas sobresalen de entre el exuberante verde bajo nosotros, y lagos, que parecen plata derretida, muestran nuestro reflejo al pasar. Sin pueblos ni ciudades, al menos no que pueda ver. La tierra bajo nosotros es tan exuberante y llena de vegetación como los jardines del palacio. ¿Dónde viven todos? Hay varios asentamientos y puedo divisar destellos de casas entre los árboles, rodeadas por vastos tramos de tierra. Hay pocos habitantes en comparación con el tamaño de la zona. A diferencia de los vairianos, los anthaeses viven en sus dos ciudades principales, o casi en completo aislamiento. No sé por qué. Si alguna vez tengo la oportunidad, ya tengo más cosas que descubrir, más preguntas que formular. Si voy a vivir aquí, si voy a ayudar a Con a gobernar, esto son cosas que debería saber. Tengo tanto por aprender.

Aunque es un mundo hermoso. Puedo ver porque nadie querría dejarlo.

Demasiado pronto, la aeronave comienza a descender hacía una zona despejada al borde de la espesa jungla. Un domo resplandeciente se alza de entre los árboles, y pasamos sobre él, al aterrizar.

Un aterrizaje suave, perfectamente ejecutado. Tendré que felicitar al capitán más tarde. Con suerte eso será lo correcto. ¿Quién sabe?

Un camino pasa a través de los árboles, está bordeado con luces y guirnaldas de flores. También hay gente en los árboles, observándonos mientras bajamos por la rampa de desembarco. Con me sonríe alentadoramente y toma mi brazo. Se puede escuchar una música suave y grupos de anthaeses conversan, tomando bebidas frías y comiendo diminutos canapés delicados. La mayoría del grupo que vino con nosotros se quedará aquí, pero Con y yo aún no estamos solos.

—No estéis nerviosa —dice mientras caminamos hacia la línea de los árboles—, solo sed vos misma.

—No lo estoy —Mi voz suena mucho más confiada de lo que me siento—. Quiero decir, no estoy nerviosa —Tampoco soy yo misma, no desde que perdí mi Avispa en el bosque y mi mundo dio un giro de ciento ochenta grados. Pero eso no es algo que pueda compartir con Con. No aún. Tal vez nunca.

—Solo quiero decir que puede ser algo abrumador a veces. Matilde siempre…

—Estoy segura de que estaré bien —En estos momentos no quiero pensar en su anterior esposa. En realidad, nunca quiero pensar en ella, sé que todo lo que soy, todo lo que haga será comparado con ella. Y yo nunca podré estar a la altura de su legado, nunca seré parte de Anthaéus como ella lo fue. Estoy a punto de decirle eso, pero cuando llegamos al final del camino, ya no puedo encontrar las palabras. La vista ante mí me roba el aliento, asombrándome.

El domo del Rondet es —como todo lo demás de la cultura anthaesa— hermoso, delicado, e imposible. Está escondido en un denso bosque, a kilómetros de distancia de cualquier otro lugar. Atravieso la entrada y levanto la vista, maravillándome ante él. Un domo de vidrio de colores, adornado en los bordes con volutas de metal que representan enredaderas y hojas, como si cosas naturales hubieran sido transformadas al metal en vez de ser una imitación forjada en metal. El domo también está lleno de plantas, por donde quiera que mire hay vida verde y dorada, extendiéndose y desplegándose a mi alrededor. Por todos lados está el aroma de miles de flores, la intoxicante atmosfera de las cosas vivas. En el centro hay un cristal, es enorme, hermoso, y sobresale del suelo como si fuera algo vivo. Rápidamente adopto una expresión tranquila. Los tonos y la claridad lo identifican como algo similar al cristal Kelta, pero esto es Anthaéus. ¿Qué hace un cristal Kelta aquí? Puedo ver que está incrustado profundamente en la tierra. Parece estar en su entorno natural, pero ¿quizás lo trajeron aquí? Aunque nunca escuché que hubiera un cristal de este tamaño en ningún lado. No es de extrañar que consideren esté lugar sagrado y restrinjan la entrada. Las cosas que ese cristal podría cargar… la cantidad de energía que podría apagar… El imperio pagaría una fortuna por él. Los gravianos… bueno, ellos no pagarían, eso era seguro; pero lo querrían. Oh ancestros, como lo querrían.

Y él me lo muestra cómo sino importara.

O quizás Con no me está mostrando el cristal en absoluto.

Cuatro personas están sentadas en el círculo de pasto que hay bajo el cristal, como si simplemente estuvieran disfrutando de un picnic. Figuras vestidas de manera extraordinaria, humanas, pero no exactamente, no del todo. En realidad, nunca los confundirías con humanos, no realmente, es como ver a un humano con algo más proyectado sobre él. Sus pieles tienen un delator brillo que curiosamente se ve metálico bajo la luz dentro del domo. Pienso en el tono dorado de la piel de Con, y lo miro, viendo de inmediato el cambio. Con esta extraña luz parece intensificarse, como si estuviera hecho de oro y gemas. Nunca antes de este momento había visto tan claramente el alienígena que hay en él, aunque dicen que todos los anthaeses tienen la sangre de alguna raza antigua en ellos. No estoy segura de cómo. No había nadie aquí cuando los colonizadores humanos llegaron. ¿Tal vez un gen antiguo pero dominante adquirido por los primeros colonizadores? ¿O algo que absorbieron del agua misma o de la tierra? Es como si el Rondet existiera para señalar eso deliberadamente, y sorprenderme. Solo estando allí, parados en este lugar, bajo esta luz. Comparada con todos ellos, soy desgarbadamente simple. No es una buena situación para estar.

—Por favor, tomad asiento, Belengaria —dice una de las mujeres. Hay perlas trenzadas en su cabello blanco y un cinturón de eslabones de hierro unidos con cuero descansa sobre sus caderas. Aparte de eso su vestido es verde lo cual resalta los tonos cobrizos de su piel y el frío brillo de sus ojos verdes.

Miro hacia atrás. Con y Jondar están parados nerviosamente en la entrada. Puedo ver a Shae y Petra tras ellos. No hay nadie más, ellos son los únicos testigos. Es un alivio, aunque no paso por alto lo obviamente importante que este momento es.

No hay sillas, ¿están esperando ver que hacía? Hago una mueca al pensar en la desaprobación que esperaba inmediatamente de la nobleza anthaesa. Me acomodo en el pasto como una niña, de la misma manera en que ellos están. Nadie dice nada, ni hacen comentarios.

Ubicado en medio de ellos hay un juego de té hecho de porcelana casi trasparente, tan delgada que puedo ver el líquido a través de ella cuando la luz le da de la forma correcta. Está decorado con imágenes de dragones pintados a mano —aquellos dragones similares a insectos, o insectos similares a dragones—, hechos, por una mano inspirada, con trazos curvos de pintura. Uno de los miembros del Rondet vierte el líquido fragante con gran ceremonia, un largo chorro de líquido cae desde el pico hasta la taza. Me cautiva. Dedos largos, hermosos y elegantes, sostienen la fina porcelana, el remolino del vapor, el perfume que acompaña cada movimiento.

La mujer de piel cobriza me pasa una taza, dedicándome una pequeña sonrisa que de alguna manera parece salvaje por sus afilados dientes. Inhalo el vapor y entonces me doy cuenta que todos están esperando que beba.

Es como probar el amor, suave al principio, cálido y reconfortante, pero con una sensación subyacente de que todo está por salirse de control.

—Decidme, Belengaria —dice el más viejo de ellos. Al menos asumo que es el más viejo. Todo en él es de color blanco y plateado, pero su piel es tan lisa y perfecta como la de los otros, casi como un ópalo. Casi humano, pero no del todo, como si fuera una imagen de un humano proyectada en algo más, casi ocultando la otra naturaleza que yace debajo, pero sin lograrlo del todo. Una quimera combinada con lo más bello de las dos especies—, ¿cuál es el principal deber de una reina?

Trago, pensando en todas las cosas que Elara había dicho, en todos esos miserables libros de etiqueta y buenos modales, en todas las costumbres y rituales insignificantes que he soportado cada mañana desde que llegué acá. Todo ello ardía en el fondo de mi garganta, cada una de esas cosas es insuficiente.

En cambio, me aclaro la garganta.

—Vuestras enseñanzas dicen…

Alguien sisea de forma despectiva, el hombre que hasta el momento no había hablado. La mujer de piel cobriza toca mi brazo con sus largos dedos, su piel está muy fría.

—No os preguntó que dicen nuestras enseñanzas, ya las conocemos. Quiere saber lo que vos pensáis.

Me muerdo el labio inferior. Eso es otra cosa que no debía hacer. Todo esto estaba saliendo mal. Me rechazarán y me enviarán a casa en desgracia. Habré decepcionado a todo el imperio. Es verdad que al menos estaré nuevamente en casa, lo que es algo que quiero más que nada, pero las consecuencias para mi familia serán terribles. Si la emperatriz está disconforme…

Y los anthaeses nos necesitan. Realmente nos necesitan. Al igual que el imperio. «Concéntrate, Bel. Intenta concentrarte y no arruines esto».

Pienso en mi madre, en lo que hizo por nuestra gente, en lo que ella habría hecho por mi familia, por mi padre. En ese entonces, ahora, en cualquier momento que le preguntaran. Mi madre… que había dado todo…

—Creo… Creo que el deber de una reina es con su gente. Es apoyar al rey y dar amor en todas las cosas… —¿Por qué había usado la palabra «amor»? Yo no amo a Con—, y… y ser la voz de la conciencia y cariño, hacerlo descansar cuando lo necesite, pero no lo haga, o… o resistirse contra la injusticia. Es la voz de su gente, habla por ellos ante el rey cuando él no puede escuchar, y cuando él se equivoca… cuando él se equivoca se lo dice. Se mantiene firme y no retrocede. Es el brazo fuerte de la defensa del rey y de la de ellos, aun si los defiende de él.

Con me está escuchando, lo sé. Y por un breve momento me pregunto si está pensando en nuestra conversación de anoche, cuando no me creyó.

Recuerdo como murió mi madre, luchando por una aldea que a nadie más le importaba, salvando vidas, conteniendo a los invasores para que su esposo pudiera traer los refuerzos de Higher Cape. Y cuando le ordenaron volver a la base, cuando le dijeron que abandonara, cuando mi padre le rogó… La forma en que dirigió a la Tercera Ala contra el portanaves de asalto orbital y lo liquidó antes de que pudiera llegar al rango de ataque. Su último mensaje para su familia…

«Cuida de ellos por mí, Marcus, porque aquellos a quienes se llevaron no tienen a nadie más que a mi ahora. Y mis niños aun te tienen».

No había sido una reina. No de nombre, pero actuaba como una.

—La reina es el corazón del reino —susurro y luego recuerdo donde estaba. Mi cara se calienta cuando me doy cuenta que las miradas de todos están sobre mí y que cada par de oídos está escuchando atentamente mis palabras mal pronunciadas.

Mis palabras son acogidas en silencio. La mujer de piel cobriza mira al techo con una sonrisa indulgente en sus labios, mientras que uno de los otros, una mujer con ojos color zafiro y piel del color del oro bruñido, sirve más té. Está ataviada con un vestido de color azul con crema y no me mira para nada. Blanco y plateado tiene una mirada distraída, sus ojos están fijos en la lejanía, en algo que no puedo ver, muy lejos de aquí. Los tonos bronce del último miembro del Rondet brillan bajo la luz del sol. Me remuevo incomoda bajo su mirada inflexible.

El silencio se extiende en una especie de agonía. Y no solo para mí.

—¿Maestre Aeron? —dice Jondar—, con todo respeto, ella os respondió.

Ni siquiera lo había visto acercarse, pero su voz hace que me sobresalte internamente. Con está parado junto a él, silencioso y vacilante, sus ojos verdes se ven muy grandes en su pálido rostro. Ojos similares a los del maestre. De un verde tan brillante que parecen arder desde el interior. Parece preocupado. Realmente preocupado.

—Sí —responde el líder del Rondet. No cabe duda de que ese es su rol en esto. Su expresión es austera y fría, dura como las piedras, y me está mirando a mí—. A pesar de mis muchos años, aún tengo la facultad de escuchar, joven Jondar.

Para mi sorpresa, Jondar palidece e inclina la cabeza. Mis labios se contraen, pero me controlo. Luego, me prometo, luego me reiré sin parar. En privado. O quizás con Shae.

Un día, puede que también me ría de ello con Con. No es una mala idea. Pero no hoy. Aún no. Quizás nunca.

—Aun así, respondió —La voz de la mujer de piel cobriza interrumpe mis pensamientos—, y a cambio merece escuchar nuestra respuesta.

—En efecto, maestra Rhenna —Sonríe Aeron. Tal expresión extraña y hermosa. La misma sonrisa lobuna que Con tenía cuando estaba parado en el cuarto de máquinas luego de habernos salvado a todos, cuando solo había sido el ingeniero. Por un momento me pregunto si están relacionados. Tienen que estarlo, pero antes de que pueda darle vueltas a eso, continua—: Respondió, y respondió bien —les lanza una reflexiva mirada a los demás, quienes inclinan la cabeza—. Muy bien. La aceptamos.

Aquello debió haber hecho que mi corazón volara.

—Anunciadlo —le dice Con a Jondar que se marcha hacia los lejanos espectadores.

Las aclamaciones que se elevan alrededor de nosotros son sonidos de alegría. En cambio, para mí, el mundo parece haber desaparecido bajo mis pies. Es real, todo en este momento, de repente, es extremadamente real. Nunca voy a volver a casa. Estoy atada a este lugar. Me voy a casar con Con.

Mi última salida acaba de cerrarse.

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