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La guardiana de las ciudades perdidas capítulo 2

Ilustración del mapa por Francesca Baerald

Publicado el 10 de enero del 2024

Capitulo dos


El instante siguiente fue un borrón.

El coche viró bruscamente hacia la derecha, esquivando por centímetros a Sophie, se subió al bordillo y acabó golpeando el lado de una farola. El enorme farol de acero se partió en la base y cayó en picada hacia Sophie.

¡No!

Fue su único pensamiento mientras sus instintos tomaban el control.

Disparó la mano hacia el aire y su mente saco fuerza del algún profundo lugar en su estómago expulsándola por sus dedos. Sintió que la fuerza colisionaba contra el farol que caía, agarrándose a él como si fuera una extensión de su brazo.

Cuando el polvo se asentó, levantó la vista y jadeó.

El resplandeciente farol azul flotaba sobre ella, sostenido de alguna manera por su mente. Ni siquiera se sentía pesado, aunque sabía que pesaba una tonelada.

—Bájalo —le advirtió una voz conocida, con un acento marcado, sacándola del trance.

Lanzó un grito y bajó el brazo sin pensar. El farol se precipitó sobre ellos.

—¡Cuidado! —exclamó Fitz, apartándola rápidamente segundos antes de que el farol se estrellara contra el suelo. La fuerza del impacto los lanzó despedidos y cayeron sobre la acera. El cuerpo de Fitz amortiguó su caída cuando aterrizó sobre su pecho.

El tiempo pareció detenerse.

Sophie lo miró a los ojos —unos ojos que se habían abierto lo máximo que podían—, tratando de ordenar el torbellino de pensamientos y preguntas que se agitaban en su cabeza para darles algo de lógica.

—¿Cómo lo hiciste? —susurró Fitz.

—No tengo idea —respondió Sophie, mientras se sentaba y volvía a reproducir los últimos instantes en su mente. Nada tenía sentido.

—Tenemos que irnos de aquí —le advirtió Fitz, señalando al conductor, que los miraba como si hubiese presenciado un milagro.

—Lo vio —dijo Sophie, jadeando, mientras sentía su pecho apretarse por el pánico.

Fitz la ayudó a levantarse cuando se puso de pie.

—Vamos a otro sitio donde no nos vean.

Estaba demasiado abrumada para pensar en un plan, así que no se resistió cuando la arrastró por la calle.

—¿Por dónde? —preguntó Fitz, cuando alcanzaron el primer cruce.

No quería estar sola con él, así que señaló hacia el norte, en dirección al zoológico de San Diego donde seguramente habría una multitud, incluso durante una tormenta de fuego.

Arrancaron a correr, aunque nadie los perseguía y por primera vez en su vida, Sophie echó de menos los pensamientos. No tenía ni idea de lo que Fitz quería, y eso lo cambiaba todo. Su mente comenzó a formular espantosos escenarios, la mayoría de los cuales involucraban a agentes del gobierno metiéndola en una camioneta oscura y experimentando con ella. Miró fijamente la carretera, preparada para huir al primer signo de algo sospechoso.

Llegaron al enorme parqueadero del zoológico y Sophie se relajó al ver afuera gente deambulando entre los coches. Con tantos testigos, no le iba a pasar nada. Ralentizó el paso para caminar.

—¿Qué quieres? —le preguntó, cuando recuperó la respiración.

—Viene para ayudarte. Te lo prometo.

Su voz sonaba sincera. Sin embargo, eso no hacía que fuera más fácil creerle.

—¿Por qué me estabas buscando? —Se jaló una pestaña suelta, más que temerosa por la respuesta.

Fitz abrió la boca para responder, pero vaciló.

—No estoy seguro si pueda decírtelo.

—¿Cómo voy a confiar en ti sino respondes las preguntas?

Él reflexionó por unos segundos.

—Bueno, de acuerdo. Pero no sé mucho. Mi padre me envió a buscarte. Estamos buscando a una chica específica de tu edad, y yo debo observar y pasarle la información, como siempre. Se supone que no debía hablar contigo —Frunció el ceño, como si estuviera decepcionado consigo mismo—. Es que no puedo entenderlo. No encajas.

—¿Qué significa eso?

—Significa que eres... diferente a lo que esperaba. Tus ojos me confundieron.

—¿Qué pasa con mis ojos? —Se tocó los párpados, súbitamente consciente de sí misma.

—Todos tenemos ojos azules, así que, cuando los vi pensé que nos habíamos vuelto a equivocar de chica —Fitz la miró con algo similar al asombro—. Eres uno de los nuestros.

Sophie se detuvo y levantó las manos.

—¡Guau! Espera, ¿qué quieres decir con «uno de los nuestros»?

Fitz miró sobre su hombro y frunció el sueño al observar la multitud de turistas con cangureras. La jaló hacia un rincón retirado del aparcamiento escondiéndose tras una mini-caravana verde oliva.

—Bueno. No hay manera fácil de explicarlo, así que voy a decirlo. No somos humanos, Sophie.

Durante unos segundos, se quedó demasiado aturdida para hablar. Luego una risa histérica se escapó de sus labios.

—No somos humanos —repitió, sacudiendo la cabeza—. Claaaaaaaro.

—¿Adónde vas? —le preguntó Fitz, mientras Sophie se dirigía hacia la acera.

—Estás loco. Y yo también por confiar en ti —Sophie pateaba el suelo con cada zancada que daba.

—Te digo la verdad —gritó—. Sólo piénsalo por un minuto, Sophie.

No quería escuchar una palabra más de él, pero la súplica en su voz la obligó a detenerse y enfrentarlo.

—¿Los humanos pueden hacer esto?

Fitz cerró los ojos y se desvaneció. Desapareció sólo un segundo, pero fue suficiente para dejarla tambaleando. Sophie se apoyó en un coche sintiendo que todo daba vueltas a su alrededor.

—Pero yo no puedo hacerlo —le replicó Sophie respirando profundo para despejar su cabeza.

—No tienes ni idea de lo que puedes hacer cuando te lo propones. Piensa en lo que hiciste con esa farola hace unos minutos.

Parecía tan convencido, y casi tenía sentido.

Pero ¿cómo podía ser?

Y, si no era humana… ¿Qué era?

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