Esa noche, soñó que los elfos de Keebler la estaban reteniendo como rehén hasta que perfeccionara todas sus recetas de galletas. Entonces les dijo que prefería las Oreos y la intentaron ahogar en un enorme contenedor de chocolate ganache. Se despertó sudando frío y decidió que dormir estaba sobrevalorado.
Cuando amaneció, tomó una ducha rápida y se puso sus mejores jeans y una camisa amarilla mantequilla con rayas marrones que aún no había estrenado. Era la única pieza de su armario que no era gris, y siempre estaba demasiado consiente de sí misma como para ponérsela. Pero ese color acentuaba las motitas doradas de sus ojos, y hoy volvería a ver a Fitz. Por mucho que le costara admitirlo, quería verse bien. Incluso había recogido parte de su cabello con una hebilla y había considerado la idea de aplicarse un poco de brillo en los labios, pero eso ya era demasiado. Entonces bajó a hurtadillas las escaleras y salió a buscarlo.
Caminó en puntillas hacia el jardín delantero, pestañeando rápidamente para quitarse las cenizas de los ojos. El humo era tan denso que se le pegaba a la piel. En serio, ¿cuándo iban a empezar a contener los incendios?
—¿Buscas a alguien? —le preguntó su vecino, desde el alto asiento en medio de su jardín en la casa de al lado. Al señor Forkle siempre se le podía encontrar allí, reorganizando sus cientos de gnomos en un esquema elaborado.
—No —respondió detestando lo entrometido que era—, estaba revisando si había menos humo, pero ya veo que no —Se puso a toser, para añadirle algo de efecto.
Sus brillantes y redondos ojos azules se clavaron sobre ella y enseguida supo, por sus pensamientos, que no le creía.
—Ustedes jóvenes —se quejó— siempre tramando algo.
Al señor Forkle le encantaba empezar las frases con «Ustedes jóvenes». Era un hombre mayor y olía a pies y siempre estaba quejándose de algo, pero fue el único que llamó a emergencias cuando se cayó y se golpeó la cabeza, así que le tocaba ser amable.
El hombre movió un gnomo unos centímetros a la izquierda.
—Será mejor que entres antes de que el humo te dé otro dolor de cabeza como los que siempre…
Unos fuertes y agudos ladridos lo interrumpieron. Una bola de pelo con patas corría por la acera, ladrando con la cabeza echada hacia atrás. Un joven rubio vestido con shorts de licra deportivos corría detrás del animal.
—¿Te importaría cogerla? —le gritó a Sophie mientras el perro corría por su césped.
—Lo intentaré —El perro era rápido, pero se las arregló para pisar la correa con una torpe zancada. Se arrodilló y acarició a la jadeante creatura de mirada salvaje para calmarla.
—Muchas gracias —dijo el chico, mientras corría por el camino. Tan pronto se acercó el perro gruñó y tiró de la correa ladrando como loco.
—Es la perra de mi hermana —gritó, por encima del ruido—. Me odia. Mi hermana no; la perra —añadió. Extendió la mano enseñándole varios mordiscos recientes con forma de media luna que todavía estaban sangrando. Uno era tan profundo que definitivamente le dejaría cicatriz.
Sophie levantó el tembloroso perro y lo abrazó. ¿Por qué tenía tanto miedo?
—Supongo que no estás dispuesta a llevarla hasta la casa de mi hermana, ¿o sí? Está solo a un par de cuadras y parece que le agradas más que yo —Le guiñó uno de sus penetrantes ojos azules.
—Ciertamente no lo hará —gritó el señor Forkle antes de que Sophie pudiera abrir la boca—. Sophie, ve para dentro. Y tú —Señaló al corredor— vete de aquí ahora mismo o llamaré a la policía.
El chico entrecerró los ojos.
—No le estaba preguntando a usted…
—No me importa —lo interrumpió el señor Forkle—. Aléjate. De. Ella. Ahora.
Los ladridos se hicieron más fuertes cuando el chico se acercó a ella. Apenas y podía pensar con todo el caos que había; pero hubo algo en su expresión que le hizo preguntarse si el chico planeaba agarrarla y llevársela de ahí. Fue entonces cuando se dio cuenta.
No podía oír sus pensamientos. Incluso con los ladridos debería haber oído algo.
¿Habría enviado Fitz a alguien en su lugar?
Pero, si así era, ¿por qué el corredor no se lo había dicho? ¿Por qué intentaba engañarla?
Antes de que pudiera reaccionar, el señor Forkle se interpuso entre ellos, deteniendo en su lugar al corredor. Podía ser un señor mayor, pero era un hombre alto, y, cuando se enderezaba, podía ser alguien bastante intimidante.
Los dos hombres se miraron fijamente el uno al otro durante unos segundos. Entonces, el corredor negó con la cabeza y retrocedió.
—Sophie, suelta al perro —le ordenó el señor Forkle. Ella lo hizo y el perro se alejó corriendo. El corredor los miró amenazadoramente antes de correr detrás del animal.
Sophie soltó la respiración que estaba conteniendo.
—Estarás bien —le prometió el señor Forkle—. Si lo vuelvo a ver, llamaré a la policía.
Sophie asintió intentando encontrar su voz.
—Ah. Gracias.
El señor Forkle bufó mientras sacudía la cabeza y refunfuñaba algo que empezaba por «Ustedes jóvenes», mientras regresaba a sus gnomos de jardín.
—Mejor entra.
—Cierto —aceptó, caminando otra vez por el camino con piernas temblorosas.
Tan pronto cerró la puerta de la calle, se apoyó en ella e intentó darles sentido a las dispersas preguntas que se agolpaban en su cerebro.
¿Por qué intentaría capturarla ese chico? ¿Podía ser otro elfo? Fitz tendría que darle serias explicaciones cuando decidiera hacer su próxima aparición.
Seguía sin saber nada de Fitz cuando llegó a la escuela, y ahora no estaba segura de qué hacer. A lo mejor él estaba esperando que estuviera sola antes de aparecer, pero, después del incidente del perro, quería tener algunos testigos cerca. A menos que hubiera enviado al corredor a recogerla…
Todo era tan confuso y frustrante.
Cuando el timbre sonó se dirigió hacia la clase, manteniéndose un par de pasos más atrás de los otros.
Una mano la agarró del brazo y la jaló hacia las sombras que se extendían entre los edificios. Sofocó un grito justo a tiempo al reconocer a Fitz.
—¿Dónde has estado? —le exigió ella en un tono demasiado alto. Varias cabezas se volvieron hacia ellos—. ¿Tienes idea de lo que he pasado?
—Me extrañaste, ¿vedad? —susurró, con una breve sonrisa arrogante.
Sophie notó que la sangre le subía hasta la cara y desvió la mirada para ocultar su rubor.
—Es más el hecho de que me dejaste sola con miles de preguntas sin respuesta, sin una manera de encontrarte y luego aparece ese hombre e intenta capturarme y…
—Espera, ¿qué hombre?
—No lo sé —respondió—. Un extraño chico rubio intentó engañarme para que me fuese con él y, cuando no lo hice, pareció como si fuera a secuestrarme, pero no estoy segura, porque no pude oír sus pensamientos y creo que podría ser otro elfo.
—De acuerdo, cálmate —Fitz se echó el pelo hacia atrás—. Nadie más sabe que estás aquí. Solo mi padre, y él me envió por ti.
—¿Entonces por qué no pude oír sus pensamientos?
—No lo sé —admitió—. ¿Estás segura de que no pudiste?
Repitió la escena en su mente, intentando recordar. Había muchos ladridos y gruñidos. Su corazón le retumbaba en los oídos. Ni siquiera podía recordar haber oído los pensamientos del señor Forkle —ahora que lo pensaba—, y siempre los había podido oír.
—Quizá, no del todo —le respondió en voz baja.
—Yo digo que es humano y que quizás su mente es más silenciosa que las otras. Pero se lo consultaremos a mi padre. Será mejor que nos movamos —Señaló a una profesora que los miraba como si sospechara una inminente diablura—. No podemos saltar con gente alrededor.
—¿Saltar? —chilló, mientras él la jalaba detrás del edificio de inglés—. No puedo saltarme las clases, Fitz. Llamarán a mis padres, y después de lo de ayer creo que mi madre me estrangulará.
—Es importante, Sophie. Tienes que venir conmigo.
—¿Por qué?
—Solo confía en mí.
Sophie juntó las rodillas con fuerza para que no la jalara más lejos. No podía estar desapareciendo todo el tiempo. Elfo o no, tenía una vida ahí, con asignaturas que podía suspender y unos padres que la podían castigar.
—¿Cómo quieres que confíe en ti si no me cuentas nada?
—Puedes confiar en mi porque estoy aquí para ayudarte.
No era suficiente con eso. Si él no estaba dispuesto a decirle que estaba sucediendo, sabía cómo descubrirlo.
Era extraño usar a propósito su telepatía, después de tantos años intentando bloquearla, pero era la única manera de descubrir lo que él estaba escondiendo. Así que cerró los ojos y tocó sus pensamientos como había hecho el día anterior. Una brisa revoloteó dentro de su mente, susurrándole fragmentos inconexos de información, nada de lo que necesitaba. Pero, al empujar un poco más profundo encontró lo que le estaba ocultando.
—¡¿Una prueba?! —gritó—. ¿Para qué me van a probar?
—¿Me leíste la mente? —Fitz la arrastró por las sombras, adentrándose en un rincón más oscuro mientras negaba fuertemente con la cabeza—. No puedes hacer eso, Sophie. No puedes ponerte a escuchar los pensamientos de alguien cada vez que quieras saber algo. Hay unas reglas.
—Tú intentaste leer mi mente sin mi permiso.
—Es diferente. Yo estoy en una misión.
—¿Qué quieres decir con eso?
Fitz se pasó las manos por el cabello, un gesto que al parecer solía hacer cada vez que estaba frustrado.
—Olvídalo. Lo que importa es que podrías meterte en serios problemas por invadir de esa manera la mente de alguien. Es una ofensa seria.
Su manera de decir «seria» hizo que todo dentro de ella se retorciera y apretara.
—¿De verdad? —preguntó en voz baja.
—Sí, así que no lo vuelvas a hacer.
Empezó a asentir cuando un leve movimiento en un roble cercano llamó su atención e hizo que se congelara. Su corazón martilleaba tan fuerte que bloqueaba cualquier otra cosa. Solo fue por un segundo, pero juraría que había visto la cara del corredor.
—Está aquí —susurró Sophie—, el chico que intentó capturarme.
—¿Dónde? —Fitz examinó el campus.
Sophie hizo un gesto hacia el árbol, pero no había nadie. Ni pensamientos cerca. ¿Se lo habría imaginado?
Fitz sacó el buscador de caminos plateado de su bolsillo y ajustó el cristal.
—No veo a nadie, pero vámonos de aquí. De todos modos, no podemos tener a todos esperando.
—¿Quiénes son todos?
—Mi padre y el comité de Consejeros. Forman parte de la prueba que me escuchaste pensar cuando invadiste mi cabeza —La miró de soslayo por unos segundos y Sophie sintió que se le encendían las mejillas.
—Lo siento —murmuró.
Nunca había pensado en la telepatía como una invasión, pero entendía porque lo dijo. Sus pensamientos no habían llenado su mente automáticamente como ocurría con los humanos, ella se había metido a empujones y los había cogido. También estaría furiosa si alguien le hacía lo mismo.
No volvería a cometer ese error.
De todas formas, no era como si alguna vez hubiera disfrutado ser una telépata. Leer metes siempre causaba más problemas que los que solucionaba.
Fitz le cogió la mano y la condujo hacia la luz del sol.
—¿Lista? —dijo mientras levantaba el buscador de caminos.
Sophie asintió, esperando que no se diera cuenta de cómo le temblaba el brazo.
—¿Puedes decirme que determinará la prueba?
Fitz le sonrió de oreja a oreja mientras clavaba sus ojos en ella.
—Tu futuro.
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