Recuerdos borrosos, despedazados, surcaban la mente de Sophie, pero no los podía encajar. Probó abrir los ojos y sólo encontró oscuridad. Algo rugoso le apretaba las muñecas y los tobillos, privándole de movimiento.
Una oleada de frío recorrió su cuerpo cuando se dio cuenta de la horrible realidad.
Era una rehén.
El paño en su boca le impedía gritar para pedir ayuda y el dulce aroma del sedante ardía en su nariz cuando inhalaba, haciéndola sentir mareada.
¿Iban a matarla?
¿El Cisne Negro realmente destruiría su propia creación?
Entonces, cuál era el punto del proyecto Alondra de Luna? ¿Cuál era el punto del Siemprellameante?
La droga la arrastraba hacia un olvido sin sueños, pero ella se resistía aferrándose al único recuerdo que brindaba un pequeño rayo de luz en la espesa y oscura niebla: Unos hermosos ojos aguamarinas.
Los ojos de Fitz. Su primer amigo en su nueva vida. Su primer amigo en toda su vida.
Quizás si no se hubiera fijado en él aquel día en el museo, nada de esto habría ocurrido.
No. Sabía que incluso entonces ya era muy tarde. Los fuegos blancos ya habían estado ardiendo, dirigiéndose hacia su ciudad y llenando el cielo con un humo dulce y pegajoso.
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