Horas después, luego de que los invitados se dispersaron y mientras el sol se ponía tras el lago Michigan, Delia y Willow se acomodaron juntas en una de las sillas de madera cerca al acantilado, y doblaron sus rodillas desnudas, metiéndolas bajo sus suéteres.
Willow nunca le había prestado mucha atención al sol durante el día, mientras hacía su lenta marcha por el cielo. Pero estando allí sentada, en el borde del jardín, mirando el horizonte ancho y acuoso, no pudo evitar notar como el sol se daba prisa para ir a la cama. Contó los segundos que tardó en hundirse el último borde naranja en el agua azul violácea.
—… veintitrés, veinticuatro, veinticinco. ¡Se fue! —dijo Willow—. Nos vemos mañana, Solecito.
Ilustración por Brooke Boynton Hughes |
Tenían la mayoría del patio trasero para ellas solas. Darlene y Violet estaban jugando una partida de Scrabble con la abuela y el abuelo en el comedor. Willow escuchaba aclamaciones de vez en cuando, cuando alguien deletreaba una palabra particularmente impresionante. Dulce William estaba trabajando en la mesa al otro lado del pórtico, tarareando suavemente «Cascabel». Estaba ocupado creando pequeños animales y personas con la plastilina que había traído desde casa. Bernice estaba tirada bajo su mesa, de vez en cuando meneaba su cola felizmente contra el pórtico de madera.
—Me alegra que estemos aquí —dijo Delia, hablando contra el cuello de su suéter, el cual había subido hasta su barbilla como si fuera una tortuga escondiéndose en su caparazón—El campamento del zoológico fue divertido, pero el resto del verano no ha sido tan genial.
Willow sabía que su tío Delvan había perdido su trabajo de hacer carros en Detroit. Había visto los informes en las noticias: un montón de gente estaba sin trabajo. A la mamá de Willow le había preocupado perder su trabajo en la biblioteca de la escuela, y Willow había escuchado a su papá decir que los periódicos estaban desapareciendo. Si desaparecían, su trabajo como critico de cocina para el Chicago Tribune desaparecería con ellos.
—Sé que nos la pasaremos muy bien esta semana, Delia. Intenta no preocuparte por las cosas.
La brisa del lago era fría. Delia se estremeció y apretó con mas fuerza los brazos alrededor de sus rodillas. Willow metió sus pies bajo el suéter y se acurrucó más cerca de su prima. Permanecieron sentadas en silencio observando el agua.
Las voces de sus padres se escuchaban por las ventanas abiertas. Unas cuantas palabras aquí y allá tomaron forma, arremolinándose en la noche veraniega como polillas: despidos, facturas, dinero. Willow se preguntó de que estarían hablando sus madres en la playa de abajo.
—Últimamente pelean mucho —dijo Delia, con los ojos fijos en la silueta de la tía Deenie—. Nunca hacen nada juntos. Mamá trabaja turnos extra en el hospital para pagar por las cosas. Y papá está muy triste, pone buena cara para que Darlene y yo no nos preocupemos, pero no puede engañarnos. Sabemos que es malo. Darlene incluso tuvo que cambiarse de escuela, porque no podíamos permitirnos pagar la anterior.
Willow colocó un brazo alrededor de Delia y apoyó suavemente su cabeza contra la de su prima. Ambas levantaron la vista hacia la noche llena de estrellas. Delia dijo que la más brillante era Venus, y eso le hizo a Willow preguntarse: ¿pedir un deseo a un planeta era más poderoso que pedirle un deseo a una estrella?
Sin que su prima se diera cuenta, Willow metió la mano en el bolsillo de su short. Con el centavo de trigo en la mano y la estrella-planeta en el cielo, pidió en silencio un deseo. Uno para el tío Delvan y la tía Deenie, pero sobre todo uno para Delia.
—Tu papá encontrará trabajo pronto, sé que lo hará. Y entonces las cosas volverán a estar bien, lo prometo.
—En verdad eso espero —dijo Delia, volviendo a meter su barbilla dentro del suéter—. Ya no puede ser mucho peor.
El murmullo de voces viajó nuevamente en la brisa, solo que esta vez no provenían de la casa detrás de ellas. Venían de la empinada escalera que conducía hacia la playa. La mamá de Willow y la tía Deenie finalmente regresaban, les faltaba un poco el aliento por la subida.
—No quiero darme por vencida con él, Aggie —dijo la tía Deenie, sorbiendo por la nariz y secándose los ojos.
Delia y Willow permanecieron sentadas sin ser vistas en la oscuridad. Varias luciérnagas parpadearon cerca, enviando titilantes mensajes secretos de un lado a otro mientras las mamás de las chicas pasaban arrastrando los pies.
Delia se subió más el suéter, y toda su cabeza desapareció dentro.
Willow estaba preocupada por sus parientes de Detroit. Aunque la D parecía ser la letra de la familia de Delia, Willow esperaba que no representara la peor palabra con D en la que podía pensar.
Divorcio.
—¿Qué es ese sonido? —preguntó Willow, jalando las cobijas hasta su barbilla.
Era cerca de medianoche, y Delia y ella acababan de apagar las luces y meterse en sus chirriantes camas, ubicadas lado a lado en la habitación que compartían en el piso de arriba. Estaban en el segundo piso, justo debajo de la habitación del tercer piso de Violet y Darlene. Las tres ventanas abiertas daban al lago, y de vez en cuando la brisa levantaba las cortinas. Willow podía ver las estrellas desde donde estaba acostada contra su almohada.
—¡Escucha, Delia! Allí está de nuevo. ¿Qué puede ser? ¿Habrá algo mal con el aire acondicionado? ¿O crees que hay una ardilla atrapada en nuestra pared?
Delia se rió y se giró para ver a Willow en la oscuridad azul.
—¿Estás bromeando, Willow? Ese sonido es el lago Michigan, es el agua lamiendo la playa. ¡Esta vieja casa ni siquiera tiene aire acondicionado!
Ambas chicas se quedaron en silencio, sin moverse ni un centímetro mientras escuchaban los sonidos de la noche. Ahora que Delia se lo recordó, Willow reconoció aquel sonido pacífico que hacía el agua del lago al estirarse hasta la orilla y retirarse de nuevo. Había un ritmo reconfortante en las olas, que le daba a Willow la sensación de estarse meciendo en una hamaca.
Los pensamientos de Willow permanecieron en Delia y en lo que su familia estaba pasando, pero luego vagaron hacia sus propias preocupaciones.
Ilustración por Brooke Boynton Hughes |
¿Qué si no lograban zafarse del trabajo como niñas de las flores esta semana? ¿Qué si tenían que caminar por el pasillo usando esos horribles vestidos rosa, con todos sonriéndoles como si fueran un par de niñas de preescolar? Se giró, acostándose de medio lado, y golpeó la almohada varias veces para aplanarla.
¿Qué si Delia y ella habían enojado tanto a la nueva administradora de banquetes que las mantendría fuera de la cocina por toda la semana? ¿Iba Willow a perderse la oportunidad de trabajar con un verdadero chef?
Willow se giró hacia el otro lado, los resortes hicieron un ruido tintineante bajo ella. El sonido les recordó a las medallas de oro de Violet cuando chocaron. Violet, que siempre era buena en todo. Violet, la ganadora. Willow cerró los ojos con fuerza, intentando despejar su mente.
Si tan solo pudiera hacer algo bien como Violet. Quizás no tendría que ganar una medalla de oro por ello, pero sería bueno ver por una vez a su mamá y papá sentirse orgullosos también de ella
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