Disable copy and paste

Voz de poder capítulo 2

Voz de poder mapa

Ilustración del mapa por Rebecca E Paavo

Publicado el 1 de enero del 2024

Capítulo dos 


Todos nos miramos con los ojos bien abiertos, y entonces mi padre salió por la puerta, conmigo pisándole los talones. Corrimos juntos, tan rápido como podíamos. La corta distancia al pueblo pareció ser infinita, pero tan pronto como el camino llegó al borde de la aldea, pudimos ver la conmoción frente a nosotros, a pesar de la tenue luz. Varios hombres deambulaban frente a la tienda, y tenían antorchas.

De alguna manera ambos corrimos más rápido.

Mi padre saltó justo en medio de ellos, codeándolos y empujándolos a un lado y separándolos el uno del otro. Yo, por otro lado, corrí alrededor de los hombres, ubicándome entre la cerrada puerta de enfrente de nuestra tienda y el pequeño grupo.

No tomó más de un momento —y una sola respiración— darse cuenta de que habían estado bebiendo. De todas formas debí haberlo supuesto. De otro modo no estarían actuando así. Conocían a mis padres, incluso les agradaban, y todos eran clientes de nuestra tienda.

Pero algo los había encolerizado, y no fue difícil adivinar qué. Gritos de «magos» y «lectura» se escuchaban entre la algarabía.

—Iba a matarnos a todos —le dijo uno de ellos a mi padre, quien lo penetró con una mirada despectiva,

—¿De qué estás hablando, Murphy? —ladró, como si no acabara de escucharme contar la historia completa hace unos minutos.

—Los magos volverán y nos caerán encima, trayendo los guardias con ellos —Murphy sonaba obstinado, el miedo teñía sus palabras—. No toleran a nadie que esté intentando aprender a leer.

—Y yo diría que es lo justo —gritó otra voz—. No quiero morir quemado en mi cama porque algún tonto alucinaba. Leer conlleva a escribir. Todos saben eso.

—Estoy seguro que nadie en Kíngslee está intentando aprender a leer —dijo mi padre, su voz era un oasis de calma en medio del caos—. Y de todas formas, ¿qué tiene que ver eso con mi tienda?

—Ellos estuvieron aquí —dijo Murphy, frunciendo el ceño—. Todos los vimos, hablando bonito y pagando dinero. Tiene que ver con ellos —Hizo una mueca, como si le costara descubrir como encajaba la historia—. Estoy seguro que eso es lo que dijo el chico. Dejaron palabras en tu tienda, y ahora la gente está leyéndolas.

Un coro de voces enfurecidas lo apoyó, y Murphy pareció recuperarse a pesar de no tener una idea clara de que era lo que había sucedido con exactitud. Pero su mención de un chico había sido suficiente. Rechiné los dientes. Samuel. Sin duda alguna había estado en la taberna, hablando sin parar, y había logrado encolerizar a un montón de hombres borrachos. Los llenó de miedo y los dejó con la vaga idea de que nuestra tienda estaba guardando, de todas las cosas posibles, palabras.

La próxima vez que lo viera lo ahorcaría. Solo podía alegrarme que al parecer no supo darles el nombre de Joseph o de Isadora. Era mejor que se enfrentaran a mi padre y a mí que a una mujer aterrorizada y a un niño pequeño.

Pero mi confianza se desvaneció ante la nueva y ruidosa ovación los hombres. Varios de ellos se abrieron paso hacia adelante, acercándose a la tienda, a pesar de los esfuerzos de mi padre. No podía mantener a todos a raya.

El miedo me atravesó como una lanza. Estos hombres habían recibido un susto —tal y como yo lo había recibido, así que entendía cuanto podía perturbarte—, pero estaban buscando alguna clase de desahogo físico. Podía verlo en sus ojos. Y habían decidido que nuestra tienda albergaba la cosa más peligrosa de todos los reinos: palabras escritas.

Nuestra tienda. El único sustento de mi familia, al menos por tres años más hasta que Jasper completara sus estudios.

Mi padre rugió en voz alta, haciendo que de momento se quedaran quietos por la sorpresa.

—¡No sean tontos! —gritó—. No tenemos palabras en nuestra tienda. Vayan con sus familias antes de que acarreen verdaderos problemas sobre ustedes.

Por un momento pensé que sus palabras funcionarían, pero entonces alguien de atrás gritó algo indiscernible, y todos avanzaron de nuevo. Mi padre agarró el brazo de Murphy y él se detuvo para gritarle algo. Pero los demás hombres aún avanzaban rápidamente junto a ellos.

Uno de ellos echó hacia atrás su brazo —con el que sostenía la antorcha—, sus ojos estaban fijos en una de las ventanas de la tienda. Fuego.

La energía fluyó a través de mí, y me paré en la punta de mis pies. Por un momento sentí la misma sensación vivificante que me había embargado cuando miré aquellas palabras escritas, y sus formas curvas flotaron en mi mente. Entonces liberé el pensamiento y grité «alto» tan fuerte como pude.

Por medio segundo él continuó moviendo hacia atrás su brazo, sin ser disuadido por mi grito, y entonces el poder salió latiendo de mí en una vasta oleada. No pude verlo, pero pude sentirlo mientras se estrellaba contra la pequeña multitud frente a mí, extinguiendo sus antorchas. Todos quedaron inmóviles, era obvio que estaban tan sorprendidos como yo.

Solo ellos permanecieron petrificados en su lugar. Mi padre aun agarraba el brazo de Murphy, aunque su rostro estaba vuelto hacia mí. Y el hombre al frente del grupo aun sostenía su antorcha la cual ahora estaba apagada, como si se preparara para lanzarla. Tragué y los miré a todos. Todos me devolvieron la mirada, pero aun así ninguno de ellos se movió. Era casi como si mi palabra los hubiera forzado a… detenerse.

Di un tembloroso paso hacia atrás, chocándome con la puerta cerrada de la tienda. Y entonces el poder —o lo que sea que eso era—, se rompió, explotando hacia el exterior y fragmentando el vidrio de las ventanas de la tienda.

Me agaché, levantando mis brazos para proteger mi cara, aunque el poder había volado la mayoría de fragmentos dentro de la tienda. Cuando me enderecé los hombres habían comenzado a moverse de nuevo. Aún hablaban los unos sobre los otros, pero podía ver en sus rostros que la sorpresa los había serenado de manera más efectiva que un baño frío.

—¿Qué fue eso, Elena? —preguntó Murphy, su voz elevándose sobre las demás.

Negué con la cabeza, mi espalda aún estaba presionada contra la puerta.

—No lo sé. Solo les grité para que se detuvieran y entonces…

—Uno de ellos aún debe estar aquí —gritó una voz nerviosa desde en medio del grupo—. Uno de esos magos.

Varios hombres lucían abrumados ante aquella posibilidad.

—¡Acechando en los alrededores, observándonos! —dijo otro.

—Bueno, si ese es el caso —dijo mi padre, logrando de alguna manera permanecer calmado en medio de todo— será mejor que todos se vayan a casa. Antes de que los señalen, o algo como eso.

Los hombres asintieron, sin necesitar más incentivo para dispersarse, algunos volvieron a la taberna, pero la mayoría se marchó en diferentes direcciones, sin duda alguna dirigiéndose a la seguridad de sus propias casas.

—¿Los señalen? —Deseé que mi voz no temblara, pero continuaba reviviendo la sensación del poder saliendo a raudales de mí.

—¿Quién sabe lo que esos magos pueden hacer? —Mi padre se encogió de hombros—. Como sea, funcionó, ¿no? Ya se fueron todos —Miró alrededor antes de elevar la voz—. Ya se fueron, y quien quiera que seas tienes nuestro agradecimiento. Puedes salir.

La oscuridad ya realmente había caído por completo, y ninguna voz habló para perturbarla. Tampoco apareció nadie para unirse a nosotros.

—Bueno, entonces… —Mis palabras salieron apresuradas, una tras otra—, supongo que será mejor que vayamos a casa.

Mi padre frunció el ceño, aun examinando la oscuridad, así que tomé su brazo y lo jalé hacia el camino. Una luz oscilante frente a nosotros llamó nuestra atención, pero resulto ser mi madre, que venía a nuestro encuentro con un farol.

—Entonces, ¿qué hay sobre ese problema? —preguntó mirado alrededor hacia la vacía calle. En aquel momento su mirada se posó sobre las ventanas de la tienda—. ¡El vidrio!

Miré sobre mi hombro. Me había olvidado de las ventanas.

—No te preocupes —dijo mi padre—. Traeré unas tablas y las sellaré de inmediato. Pero en cualquier caso dudo que alguien vaya a disturbar la tienda esta noche.

—¿Oh? —Mi madre parecía escéptica.

—Hay un mago por los alrededores —dijo mi padre—. Y por alguna razón decidió intervenir y ayudarnos. Murphy y otros hombres del bar querían prenderle fuego a la tienda en una rabieta de ebrios.

—¿Prenderle fuego a la tienda? ¿Un mago? —Madre alternó su mirada entre mi padre y yo, pero solo negó con la cabeza con impotencia.

Mientras caminábamos despacio de regreso a casa, mi padre le contó toda la historia con muchas exclamaciones y jadeos.

—Suena como que tuvimos suerte de no perder nada más que las ventanas —dijo ella finalmente y mi padre gruñó estando de acuerdo. Pero parecía distraído, y podía verlo robando miradas furtivas hacia la oscuridad, como si esperara que el mago desconocido saliera de un salto y nos abordara.

—Clemmy también quería venir, pero la hice quedarse. Eso fue lo que me retrasó —Mi madre se detuvo con la mano puesta sobre nuestra puerta delantera—. Estará ansiosa por escuchar toda la historia —Sus ojos se posaron sobre mí—. Me alegra que no salieras herida, Elena. O… espera…

Levantó el farol.

—Parece que tienes un corte, debe haber sido por el vidrio. Gracias a los cielos que es solo un pequeño corte —Empujó la puerta mientras hablaba y entró, apresurándose a buscar agua y un trapo limpio.

Toqué suavemente la gota de sangre que provenía de una corta herida en mi frente, pero ella apartó mi mano de un golpe. Ni siquiera lo había sentido.

Clementine corrió hacia nosotros y demandó una explicación, y mi padre repitió la historia.

—¿Un mago nos salvó? —Clementine juntó sus manos en un aplauso y su cara se iluminó por completo—. Cuan emocionante —Volvió su mirada reprochadora hacia nuestra madre—. Debiste haberme dejado ir.

—No fue… —Las palabras apenas pasaron por mi garganta apretada.

—¿Qué dijiste, Elena querida? —preguntó mi madre, estando aun distraída por mi corte.

Respiré profundo y lo intenté de nuevo, aunque las palabras aun salieron de manera temblorosa.

—No creo que fuera un mago —Levanté la mirada para ver a mi padre a los ojos—. Eso… lo que sea que fuera… vino de mí.

—Imposible —dijo padre, por lo que debía ser la milésima vez. Ciertamente lo había dicho más que suficientes veces anoche, y ahora con la primera luz había reiniciado el estribillo.

Me encorvé en mi asiento, mi desayuno permanecía sin tocar frente a mí. Quería rendirme y decir que tal vez había estado equivocada y que no había provenido de mí en lo absoluto. Pero no podía, porque había revivido demasiadas veces aquel momento en mi cabeza, y estaba completamente segura. Cualquier oleada de poder que había dejado a esos hombres inmóviles había estallado de mí.

Por supuesto, podía entender su incredulidad y su miedo. Yo también los compartía. Porque tal y como había dicho mi padre, lo que sucedió era imposible. Y aun así, había sucedido.

Clementine se arrodilló frente a mí, y el miedo que había en sus ojos me sacudió más que el terror de mi padre.

—¿Estás segura, Elena? —Estudió mi rostro.

No pude soportar su escrutinio y aparté la mirada antes de asentir.

—En ese caso —dijo mi madre—, lo fue o no lo fue. Y a mi parecer no hay manera de que podamos probar lo uno o lo otro. De hecho, no hay nada que podamos hacer sobre ello.

—Pero… —La protesta de mi padre fue cortada cuando miró a mi madre a los ojos, al otro lado de la habitación —. Supongo que tienes razón. No hay nada que podamos hacer más que esperar y ver qué pasa.

Nadie le preguntó qué estábamos esperando, porque todos lo sabíamos sin necesitar decirlo: Los magos y los soldados. Si en verdad había dejado salir un estallido de poder salvaje, entonces ellos estarían hoy en Kíngslee. Habían magos y pelotones cuyo trabajo era encontrar cualquier pista de poder descontrolado, y cualquier signo de que alguien estuviera aprendiendo a leer. Los grises. Eran los mismos magos que habían dirigido la investigación luego de que esa aldea hubiera desaparecido en una enorme bola de fuego.

¿Aquel suceso los habría perseguido después? Habían fallado y demasiadas personas pagaron el precio. Aunque por supuesto, no ellos. Ningún miembro de las familias de magos había fallecido en esa remota aldea. Así que tal vez no les había molestado demasiado. Excepto como un asunto de fallo profesional.

Pero sabía que solo estaba intentando distraerme de lo que más me asustaba. Había gritado la palabra «alto» y aquellos hombre se habían petrificado. El poder había sido inestable, rebotando hacia mí con bastante velocidad. Pero no había sido descontrolado, no había estallado de manera indiscriminada. Nadie había muerto, en cambio habían hecho lo que les ordené. Y eso era aún más imposible que mi uso de poder en primer lugar.

—Al menos tiene testigos —dijo madre, con un ligero temblor en la voz—. Como dijiste estaba justo en frente de toda esa multitud. Todos vieron que ella no escribió nada.

Mi padre asintió, pero pude ver su pequeña mueca.

Suspiré, mi cabeza se sentía pesada por el cansancio. Solo había dormido a pedazos durante toda la noche.

—Todos estaban borrachos, madre. Todos excepto mi padre y yo. Solo puedo imaginarme las historias que ya se están esparciendo por la aldea. Si alguno de ellos puede recordar con claridad lo que sucedió, estaré más que sorprendida. No serán exactamente testigos confiables.

—Quizás eso sea algo bueno —dijo Clementine, la única que había logrado comer algo, sin duda alentada por su optimismo infantil—. La historia será tan confusa que nadie siquiera pensará en conectar algo con Elena.

Mis padres intercambiaron otra mirada, pero ninguno de nosotros la corrigió. Déjala mantener su optimismo por tanto tiempo como sea posible. Si los magos venían, solo podía imaginar que tendrían formas más exactas de localizar la fuente de poder que entrevistar a los locales borrachos.

No obstante, cuando Clemmy subió al ático para terminar de arreglarse para el día, mis ojos la siguieron.

—¿Qué si…? —bajé la voz—, ¿qué si alguien viene por mí? ¿qué si piensan que había estado leyendo y… me llevan? —Me encogí ante la estupidez del eufemismo, pero no pude lograr que mi boca dijera la palabra ejecutan—. ¿Qué le pasará a Clemmy?

Aquel pensamiento había turbado mi noche tanto como cualquier preocupación sobre mi destino. La oportunidad de Jasper se había ido, hace tres semanas había cumplido diecinueve. Si se inscribía para unirse al ejército ahora, sería considerado un recluta independiente. Cada familia debía enviar un joven de dieciocho años. Así que si los magos venían —si me mataban—, luego, en seis años y medio, los soldados vendrían por Clemmy en su cumpleaños número dieciocho. Y ella no duraría ni un mes en el ejército. Ni siquiera necesitaría que el enemigo sellara su destino, no dado lo propensa que era a atrapar cualquier enfermedad que pasaba por la aldea.

—Eso no sucederá —dijo mi madre, pero pude escuchar como intentaba mantener una seguridad que realmente no sentía en su voz—. No has hecho nada malo. Nunca leíste una palabra en tu vida, mucho menos intentaste escribir una.

Asentí, pero mi mente viajo sin permiso a aquel pergamino y a los seductores símbolos negros que lo habían llenado. Ella tenía razón, entonces ¿por qué seguía sintiendo culpa? Los magos no podían leer la mente, ¿o sí? Y de todas maneras el deseo de leer no estaba prohibido, siempre y cuando no actuaras en él.

Como si respondieran a mis pensamientos culpables, un fuerte golpeteó sonó en nuestra puerta. La cabeza de Clementine se asomó por el agujero del ático, su expresión reflejaba el miedo que me llenó.

Mi padre se colocó de pie lentamente, y cruzó la habitación. Los golpes continuaron.

Cuando abrió la puerta, reveló a un guardia con la mano levantada, preparado para golpear de nuevo.

—¿Sí? ¿Puedo ayudarlo? —La voz ronca de mi padre no sonaba como su tono normal.

Mi madre se movió levemente, ubicándose entre la puerta y yo, pero de todas maneras me levanté. No había forma de esconderse de lo que sea que viniera.

Noté con desprendimiento que el hombre no usaba la insignia de uno de los escuadrones de élite que cazaban a los lectores rufianes. Era un guardia, no un soldado. Pero no conocía lo suficiente como para saber lo que eso significaba.

Un hombre más alto, ataviado con una opaca túnica roja, pasó junto a él y entró en la casa. Pude ver un destello de mi propia confusión cruzar el rostro de mi padre al verlo. La presencia de un mago no era inesperada, pero llevaba los colores de un general del cuerpo de seguridad. Un rojo. No el especial color gris carbón que usaban los magos cuyo rol especifico era rastrear lectores. Aquellos que investigaban los estallidos descontrolados de poder.

Sin duda alguna alguien había venido por mí, pero no era quien nosotros habíamos estado esperando. Me moví para rodear a mi madre, pero el sonido de la voz del mago me hizo titubear.

—¿Dónde está el mago? Él o ella debe someterse inmediatamente a una inspección y revisión.

Capítulo anterior    Lista de capítulos    Capítulo siguiente

Publicar un comentario