Aún no había procesado bien sus palabras cuando descubrí que estaba en una gran habitación al otro lado de la planta baja, con alguien entregándome una pila de tela blanca.
—Si necesitas más túnicas, ven a mí —dijo la chica que las había colocado en mis brazos luego de tomar mis medidas con su mirada—, aunque esto debería bastar —Me sonrió—. Normalmente no tenemos alguien que comience tarde el año escolar, por lo que tienes suerte que hayan quedado tantas. Pero este año es un grupo pequeño el que entró, así que tengo más túnicas de lo que sé qué hacer con ellas.
Sin poder formar las palabras, logré asentir en reconocimiento a sus palabras, antes de que el criado que me había traído hasta aquí me hiciera gestos para que volviera a salir de la habitación.
—Es bastante cierto —dijo mientras nos acercábamos a las amplias escaleras y comenzábamos a subir—. Si puedes creerlo, solo hay once aprendices de primer año —Se detuvo y me miró con arrepentimiento—. Lo siento, doce. Por un momento lo olvidé.
—Yo no soy…
—¿No eres una de primer año? —Se rió entre dientes—. Bueno con seguridad no eres una de segundo. Te aseguro que ninguno de los cursos es tan grande. Conozco el nombre de todos los estudiantes.
Lo intenté de nuevo.
—No soy una maga.
Eso me ganó otra risita.
—Bueno, por supuesto que aún no. Después de todo es por eso que estás aquí. Mi nombre es Damon y soy el jefe de los criados de la Academia. Necesitas algo, vienes a mí. Ya van dos décadas en las que he estado cuidando a los aprendices y no he encontrado un problema que no pueda solucionar.
Me guiñó el ojo, e intenté regresarle una temblorosa sonrisa. No era de extrañar que estuviera tan relajado a pesar de creer que pertenecía a una de las familias de magos. Pero, ¿cómo reaccionaría cuando supiera la verdad? A pesar del tamaño de la Academia, no creía que los rumores tardaran mucho en recorrerla.
—Así que al ser un curso pequeño —continuó— tienes de donde escoger tu habitación. Bueno, no exactamente, ya que por supuesto los otros once ya están acomodados. Debería decir diez. Su alteza tiene una suite en la planta de los de cuarto año —Me guiñó el ojo—. Supongo que ser de la realeza tiene sus ventajas.
¿Su alteza? Por supuesto mi arremolinada mente giró más y más. Él solo podía referirse al príncipe Lucas, pero…
Sostuve con más fuerza el montón de túnicas. Creí recordar que el príncipe era un año mayor que yo. De seguro no es un aprendiz de primer año. De seguro Lorcan no esperaba que en verdad me uniera a las filas de estos jóvenes magos. Que pretendiera ser uno de ellos. Que estudiara junto con el príncipe.
Pero las amenazas escondidas de Romulus aun rondaban por mi mente, junto con la promesa de Lorcan sobre que los más poderosos desearían estudiarme. ¿Quién sabe qué destino podría traer sobre mi familia si me rehusaba a obedecer su plan, sin importar lo loco que fuera?
Y por ahora estaba viva. Lo que significaba que aún tenía la oportunidad de cumplir dieciocho y enlistarme en el ejército. Aún tenía la oportunidad de salvar a Clementine. Así que necesitaba sonreír, asentir y obedecer.
Tragué. Nunca había sido buena en eso. Hasta ahora el shock me había ayudado, pero sabía que Jasper se reiría ante la idea de que pudiera mantener la fachada por cualquier periodo de tiempo. Casi podía oírlo en mi mente y sentir su mano revolviendo mi cabello.
«Tan pronto como veas alguna injusticia no serás capas de morderte la lengua. Te conozco».
Pero me rehusaba a creer su fantasmal voz. Podía hacer esto. Tenía que hacerlo.
Al parecer Damon había continuado hablando porque me lanzó una mirada inquisitiva.
—Lo siento —dije—, no escuché…
—No te preocupes —dijo, bajando la voz—. No eres exactamente la primera recién llegada nerviosa a la que le muestro su habitación, aunque la mayoría de ellos intentan esconderlo. Los magos aún tienen que inventar una composición que se deshaga de los nervios —Una vez más se rió entre dientes—. Y si me preguntas eso es algo bueno. Es mejor mantenerse alerta en la Academia.
Tragué, y mis ojos deben haberse ampliado porque sus labios se contrajeron.
—Estarás bien, mi lady.
Rápidamente negué con la cabeza.
—Es solo Elena.
Sonrió de oreja a oreja.
—Ese es el espíritu. Ahora, ¿preferirías una habitación grande, o una con vista? Las de atrás son más pequeñas pero las ventanas dan a la parte de trasera de la Academia.
Una vez más se detuvo, y me di cuenta de que quería que escogiera. Yo. Podía escoger una habitación para mí en este magnífico edificio. Alejé esos pensamientos antes de que olvidara la verdad. Solo era por ahora. Aún faltaba que llegara la prueba y luego de eso quien sabe que más.
Pero por ahora iba a tener una habitación.
—Me gustaría tener una vista, por favor.
—Buena elección —Damon por fin dejó de subir las escaleras y señaló hacia la derecha, hacia un pasillo amplio—. Los dormitorios de los de segundo año, están por allí. Los de primer año por aquí —Me guio hacia la izquierda—. Las suites de los de tercer año están en el piso de abajo, y las de cuarto año en el de más abajo. El siguiente piso luego de ellas son las suites de los instructores y las aulas. Y entonces en la planta baja por supuesto están las oficinas y los talleres como el que viste cuando obtuviste esas túnicas. También encontraras el salón comedor allá abajo.
Intenté obligar a mi abrumada mente a internalizar sus palabras. Se sentía casi imposible imaginarme trotando a clases y al salón comedor para comer, cuando antes de esta mañana ni siquiera había salido de Kíngslee.
Damon se detuvo frente a una de las puertas cerradas y sacó un gran anillo de llaves. Con algunos balbuceos, seleccionó una llave y la desenganchó. Pasándomela, hizo un gesto para que abriera la puerta. Hice malabares para poder sostener las túnicas con una mano y obedecí sin pensar.
La habitación al otro lado de la puerta, me hizo contener el aliento. ¿No había dicho que era pequeña? Se veía enorme, la cama individual dejaba un montón de espacio para un gran baúl, un armario, una mesa de estudio y dos sillas. El suelo estaba cubierto con alfombras de colores vivos y unas cortinas gruesas escondían las ventanas.
Damon cruzó la habitación y las descorrió de par en par, dejando que la luz entrara a raudales en la habitación. Una vez más jadeé, y corrí hacia ellas, dejando caer mi carga en la cama sin prestarle atención. Lejos, debajo de nosotros, los jardines daban paso a una extensión de hierba verde y a varias áreas cercadas de tierra compacta. Tras ellas había algo que solo podía ser descrito como una mini arena, los asientos escalonados rodeaban un gran piso ovalado. Algo brillaba alrededor de ella, pero no lo examiné por mucho tiempo, mi mirada fue atraída hacia algo más allá. Estábamos lo bastante alto como para poder ver la muralla de la ciudad, y los interminables campos y colinas ondulantes que se extendían tan lejos como podía ver, el brillo del río era la única barrera entre nosotros.
—Es hermoso —murmuré.
Damon asintió hacia mí con aprobación.
—Como dije, buena elección. Algunos de los estudiantes no lo aprecian, supongo que todos los días ven algo mejor en casa, pero yo nunca me canso de subir aquí.
Otro recordatorio de que no podía ser más diferente de los otros aprendices, a pesar de cualquier extraña aberración que me había permitido un breve acceso a un estallido de poder.
—Lorcan me dijo que estás en una especie de situación inusual y que tuviste que venir sin equipaje —Damon parecía compresivo y, para mi sorpresa, poco curioso, aunque quizás solo lo escondía bien.
Cualquiera que fuera la expresión que cruzó mi rostro, la malinterpretó.
—Oh, aquí no somos muy ceremoniosos. Descubrirás que los instructores llaman a todos por su nombre, incluyéndonos a nosotros los sin-sangre —Usó el término, que había escuchado por primera vez esa mañana, con facilidad y sin rencor—. Por aquí nadie tiene tiempo que perder. No como en la corte —Una vez más se rió de su propia broma—. A algunos estudiantes les cuesta un poco más ajustarse, pero terminan aprendiendo bastante rápido.
Interesante. Entonces su plática informal había sido una clase de prueba: ¿qué tan fácil podía adaptarme a la manera de la Academia? Por supuesto, en mi caso no había ninguna ofensa altiva que tuviera que soportar. Me pregunto cómo le había ido al chico de ojos verdes. Incluso era difícil imaginar a Damon atreviéndose a bromear con él.
—Por hoy no te preocupes por las clases —continuó Damon—. Solo instálate y haré que suban algunos suministros básicos para ti. Como mencioné encontrarás el comedor en la planta baja. Ven para la cena, todos los de primer año estarán allí. Y entonces mañana puedes unírteles en las clases.
Y con eso se marchó, mientras yo aún estaba parpadeando. ¿Comenzar las clases mañana? ¿Qué tipo de clases?
«Clases de composición. Clases de escritura». Entonces ¿qué pasaría cuando se dieran cuenta que no tenía idea de cómo acceder o controlar el poder que había emergido de mí anoche?
Aún estaba caminando de un lado a otro en mi habitación, considerando esta pregunta, cuando llamaron a la puerta, y una criada tímida me entregó varios paquetes grandes. Comenzó a desenvolverlos, pero la despaché. No tenía nada más que hacer durante la tarde.
Para mi alivio, ella regresó de inmediato con una bandeja de comida y me senté a la mesa a comer antes de desempacar algo. Incluso mis nervios solo habían podido mantener el hambre lejos por un tiempo.
Los paquetes contenían varias mudas de ropa —de estilo práctico pero que eran mucho más finas que cualquiera que haya poseído o usado antes— y otras necesidades como esa. Pero el paquete más pequeño era el más interesante. Contenían una pila nueva de pergaminos y un suministro de plumas y tinta.
Con manos temblorosas los coloqué en la mesa y los miré por un largo tiempo. ¿Sería verdad? ¿Realmente iba a aprender a leer? ¿A escribir?
Cuando pensé en mi familia, en el destino incierto que colgaba sobre nuestras cabezas, me sentí avergonzada. Pero no podía negar la añoranza que había en mi interior. La llamada de la página en blanco y el recuerdo de la forma de las letras. Siempre había asumido que todos se sentían así, que sentían las palabras llamarlos. Era la batalla más grande para aquellos que no habían nacido en una de las familias de magos. Un sacrificio que debíamos hacer cada día para protegernos.
Pero ahora que la pregunta fue formulada, ahora que la posibilidad colgaba frente a mí… La añoranza se hizo más fuerte y presionó contra mi voluntad. Todos esos libros en el estudio de Lorcan. ¿Cómo debería ser bajar uno de ellos y descubrir los secretos que contenía?
Deseé poder sentarme a la mesa y escribirle una nota a mi familia para dejarles saber que estaba a salvo. Pero la idea era ridícula desde cada ángulo. Aun si pudiera escribir tal cosa, mi familia no sería capaz de leerla. Y no tenía dinero para contratar a un mensajero que memorizara mi mensaje y se los entregara. Aun si podía ir al mercado y contratar a uno. No había nada que pudiera hacer por mi familia excepto mantenerme con vida y no ofender a nadie importante.
Me cambié, colocándome uno de los atuendos que me entregaron, pero mis ojos continuaban desviándose a aquellas seductoras páginas en blanco sobre la mesa. Cuando la campana resonó por todo el edificio, me sobresalté, mi mirada voló hacia la ventana. En efecto, la luz había comenzado a atenuarse, el sol cada vez más bajo.
¿Ya era hora de comer? Miré con inquietud una de las túnicas blancas que ahora colgaban en orden en mi armario. Estaba a punto de entrar en una habitación llena de magos, bueno, aprendices. Lo último que quería era sobresalir más de lo que ya lo haría. Entonces, ¿todos estarían usando sus túnicas, o no?
Ellos las habían estado usando cuando los vi por los corredores antes, pero de seguro habían estado de camino a las clases. Suspiré y deslicé sobre mi cabeza una túnica. Si nadie más estaba usándola, siempre podría quitármela, mientras que si era al revés eso requeriría volver a subir todas esas escaleras.
Saliendo de mi habitación, me apresuré a bajar la larga escalera. Nadie más se me unió y me pregunté si todos saldrían directamente de las clases. Cuando llegué a los pisos inferiores, algunas personas aparecieron, sus ojos bien pasaban sobre mí una vez veían mi túnica blanca o permanecían sobre mí con curiosidad si sus miradas notaban mi rostro. No hice contacto visual con nadie.
Mi primera emoción al llegar a la planta baja fue alivio. Se veía atiborrada de túnicas blancas, y todos parecían dirigirse en una dirección. Me uní a la corriente con tanta sutileza como pude, pero aun podía sentir las ondas expandiéndose desde mi lugar, una perturbación causada por mi presencia. Los susurros siseaban y crujían por el corredor.
Damon había dicho que conocía cada estudiante por nombre y cara. ¿Cuánto más debía ser cierto para los mismos aprendices, que sin duda también habían crecido juntos? Había sido una tonta por creer que tenía una oportunidad de unirme a ellos sin ser detectada.
Las puertas del comedor aparecieron, y me apresuré a cruzarlas, solo para enfrentar un nuevo dilema. Dónde sentarme. Un gran número de mesas habían sido alineadas en cuatro hileras rectas. Los aprendices fluían a mi alrededor tomando sus lugares sin vacilar, y avancé dando diminutos pasos, mi mirada recorriendo a toda velocidad la habitación.
Finalmente me dirigí hacia la fila de mesas más lejana y más vacía. Los pocos estudiantes que ya estaban sentados allí lucían más jóvenes, y muchos de los asientos permanecían vacíos. Si se sentaban por curso, Damon había dicho que esta admisión de los de primer año era un pequeño grupo.
Escogí un asiento en una mesa vacía. Sabía que tenía que mantener mi mirada hacia abajo, pero no podía evitar mirar furtivamente a los aprendices. Todos usaban las mismas túnicas blancas y tenían el cabello arreglado en estilos prácticos. Mis ondulados mechones sueltos aun caían alrededor de mi cara, y los dejé caer más para ocultar mi expresión mientras al mismo tiempo deseaba haber pensado en recogérmelos.
Todos menos dos estudiantes estaban viéndome con mi misma curiosidad, solo que de manera más abierta. Intenté no pensar en el poder acumulado que esos ojos representaban. Y no solo por su habilidad de composición. El estatus, la riqueza y la posición social de sus familias flotaban alrededor de ellos, aun si las líneas de sus mismas caras reflejaban más fatiga que cualquier otra cosa. Estos no eran como los jóvenes de mi aldea y haría bien en recordarlo.
—¿Quién eres? —Una hermosa chica con expresión sincera se dejó caer en el asiento junto a mí.
Me sobresalté por no haberla visto venir.
—Soy Elena.
—Sí, ¿pero de qué familia eres? —Se escuchaba impaciente—. No te reconozco. Eres de primer año, ¿verdad? Es por eso que estas sentada con nosotros.
Tragué.
—Amm, ¿sí? —Deseé que aquello no hubiera sonado como una pregunta—. Y soy de Kíngslee.
—¿Kíngslee? —Un chico, sentado en la mesa de al lado, frunció el ceño—. No creí que hubiera alguna familia de magos en Kíngslee. ¿No es diminuta? Y tan cerca de la capital. ¿Por qué vivir allí si bien puedes vivir aquí?
Me lamí los labios.
—No es exactamente diminuta, pero supongo que es bastante pequeña. Y, no, allí no tenemos ninguna familia de magos.
—Entonces, ¿cómo puedes venir de Kíngslee? —La chica junto a mí sonaba realmente curiosa en vez de acusadora, por lo que me concentré en ella cuando respondí.
—Porque no vengo de una familia de magos.
—¿Qué? —Jadeos sorprendidos salieron de varias bocas y ahora todos los aprendices de nuestra línea de mesas estaba prestando flagrante atención a nuestra conversación.
—No lo digan —dije, de repente mi agotamiento estaba pasándome factura—, es imposible, lo sé. Y yo no pedí estar aquí, pero heme aquí. Si quieren una explicación pregúntele a Lorcan —No podía enfrentar el escepticismo y la lluvia de preguntas que sabía vendrían si intentaba explicar por mi cuenta la situación.
Algunos se tensaron, y varios pares de ojos se entrecerraron. Acababa de identificarme, al igual que mi posición inferior en la escala social, por lo que al parecer mi actitud no era apreciada. Suspiré. Mi hermano había tenido razón, aun sin estar aquí. No había durado ni cinco minutos sin decir algo erróneo.
Una nueva figura se acercó a las mesas, moviéndose despacio, pero con seguridad a través de los estudiantes congregados. Sus hombros anchos y aire de mando atraían la atención, a pesar del hecho de que se acercaba a nuestra esquina de la habitación. Muchas cabezas asentían cuando pasaba, aunque él no respondió. Sus ojos estaban fijos en nosotros. En mí.
Tragué. El chico de cabello oscuro y ojos verdes.
Su acercamiento silenció a los aprendices que estaban a mi alrededor, la mayoría volvió su atención a él mientras recorría los últimos pasos y se sentaba con fluidez en la silla frente a mí. Pero a pesar de la atención sus ojos nunca se apartaron de mí.
Como si su llegada hubiera sido una señal, los criados aparecieron con bandejas de comida. Fueron primero hacia los aprendices del otro lado de la habitación, excepto dos que se separaron del resto y se acercaron a mi mesa.
Mientras colocaban varios platos frente a nosotros, uno de ellos dirigió una media reverencia al chico frente a mí.
—Su alteza —murmuró el hombre.
Me enderecé. El príncipe. Tenía que serlo. El príncipe Lucas de Ardann. Damon me había dicho que estaba aquí, y debí haber sabido que sería este chico, quien más sobresalía de los otros sin esfuerzo. Entonces era de primer año.
¿Qué significaba que hubiera escogido sentarse a mi mesa? Lorcan había hablado sobre informar al palacio. De seguro el príncipe ya sabía mi historia, aun sí de momento residía en la Academia en vez de con su familia.
Un chico en la mesa de al lado se inclinó hacia delante y hacia nosotros.
—La chica asegura ser de primer año, y no pertenecer a una de las familias de magos. ¿A qué está jugando Lorcan? ¿Lo sabías?
El príncipe tomó con calma un bocado de comida, sus ojos aún no se apartaban de mi cara.
—Eso es correcto, Calix. No viene de una familia de magos. De momento hasta donde sabemos, es una sin-sangre. Y aun así, a pesar de no tener entrenamiento, ayer compuso una obra controlada, usando una sola palabra hablada.
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