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Voz de poder capítulo 6

Ilustración del mapa por Rebecca E Paavo

Publicado el 8 de enero del 2024

Capítulo seis


Podía escuchar las patas de las sillas rechinar contra el suelo mientras la gente se paraba, y por el rabillo del ojo pude ver figuras ataviadas con túnicas blancas inclinándose hacia acá, intentando verme por encima de los demás. Pero permanecí en mi lugar embelesada por los ojos verdes frente a mí.

El príncipe aún no había mirado a nadie más, y ahora una pequeña sonrisa apareció en su rostro, como si hubiera sabido con exactitud el resultado que sus palabras producirían y lo estaba disfrutando bastante. Pero mientras lo miraba, la sonrisa desapareció y una mirada más oscura la remplazó.

Se levantó, colocando las manos sobre la mesa e inclinándose tanto como podía. Sin ser consciente, también me incliné hacia adelante, cerrando el espacio entre nosotros.

—Lorcan puede creer que pertenece aquí, pero hay otros que pueden ver la verdad —su tono de voz era bajo, sus palabras eran solo para mí, y su entonación oscura me mantenía cautiva, reflejando la amenaza que vi en su rostro—. No es una de nosotros, Elena de Kíngslee. Nunca lo olvide. Descubriremos sus secretos. Tarde o temprano. No puede esconderse.

Se enderezó y por primera vez desde que entró en la habitación, apartó la mirada de mí. Inhalé de manera temblorosa, dándome cuenta de repente que me había olvidado de respirar. Por un momento solo sentí sorpresa, y entonces el enojo surgió en mí, alejando lo que sea que me había mantenido en mi lugar.

Me levanté de un salto, pero el príncipe Lucas ya estaba desapareciendo fuera de la habitación, su comida quedó casi sin tocar. Me arriesgue a mirar una vez alrededor de la multitud de aprendices dando vueltas con gran confusión, muchos de ellos se acercaban más y más a mí. Aquella vista fue suficiente para hacer que saliera a toda velocidad de la habitación.

Si bien no creía que quisieran usar la violencia contra mí, no planeaba quedarme para descubrirlo. No con el enojo pulsando por mi cuerpo. Era bastante probable que dijera algo que no debía.

Subí los escalones de a dos, y cerré la puerta de un golpe, echándole llave por seguridad. Sólo cuando me recosté contra ella, mi corazón latiendo como si me hubieran estado persiguiendo en vez de la carrera a solas que había hecho, me tomé un momento para respirar.

Y para considerar que más había visto en el rostro de Lucas. Había habido otra emoción acechando en algún lugar bajo la diversión, la superioridad, el enojo y la amenaza. Una que reconocí, porque durante el último día la había sentido mucho: Miedo.

Y mientras me metía en la cama para dormir, mi mente aun le daba vueltas una y otra vez a un pensamiento. ¿Cómo podría haber llegado a suceder esa situación? ¿Cómo era posible que un príncipe de Ardann tuviera miedo de mí?

Dormí más profundo de lo que hubiera creído posible. Así que cuando la campana resonó por el edificio, me sobresalté y casi me caigo rodando de la cama. Luego de respirar varias veces, recordé donde estaba y gemí. Volví a rodar hacia el centro de la cama y coloqué una almohada sobre mi cabeza.

Pero muy pronto otra campana sonó. Suspirando, me obligué a salir de la cama y a colocarme uno de mis nuevos atuendos. Encima de él me coloqué una túnica blanca. Un espejo largo había sido pegado a la parte de atrás de mi puerta y me detuve por un momento para evaluar mi reflejo. Mi ondulado cabello castaño —ni liso, ni rizado, ni oscuro ni claro— colgaba alrededor de mi cara. Busqué en los suministros que me proveyeron hasta encontrar un lazo y rápidamente lo até lejos de mi rostro. Con mi cabello atado, mis ojos parecieron crecer en mi cara.

Eran casi tan confusos como mi cabello, no eran capaces de decidir si eran marrones, dorados o verdes. A menudo el verde solo se mostraba cuando me sentía sobre todo emocionada, pero hoy lucían brillantes y más verdes de lo que podía recordar haberlos visto. Miré con furia mi reflejo. Estar aquí atascada en constante peligro y rodeada de magos era la última cosa que quería. No estaba emocionada por el día de hoy.

«Pero podrían enseñarte a leer», dijo una vocecita traicionera en la parte de atrás de mi mente. Pero la empujé lejos y me aparté del espejo. No estaba emocionada. Me rehusaba a estarlo.

Solo había dado dos pasos hacia la puerta cuando una frenética lluvia de golpes sonó. Me apresuré y la abrí. La chica parada en la entrada abierta pareció sobresaltarse y luego arrepentirse.

—Oh, lo siento. No estaba segura si debía tocar, solo que no te vi en el desayuno y ahora vamos a llegar tarde, y creí que no sabrías a donde ir —Se detuvo para respirar y me sonrió ampliamente. La reconocí de la noche anterior en el comedor, la chica de rostro sincero que se había sentado junto a mí y hecho la mayoría de preguntas.

No dije nada, y alternó su peso de un pie a otro con impaciencia antes de detenerse y saltar en el lugar una vez.

—Oh, por cierto, soy Córalie. Creo que olvidé presentarme anoche. Soy terrible en ello, mi familia siempre está reprendiéndome por eso. Por supuesto, tú eres Elena. Eso lo recuerdo. Y como dije vamos a llegar tarde para la clase de la mañana.

Respiré ya que ella no parecía planear detenerse para hacerlo. La primera campana debió haber señalado el desayuno, y al parecer había vuelto a dormirme antes de la segunda campana porque me lo perdí. Mi estómago retumbó en protesta, pero ahora no podía bajar corriendo las escaleras y exigir comida. No si Córalie dijo que íbamos tarde para clase.

—Gracias —dije como respuesta ante su mirada expectante—. Tienes razón, no sé a dónde ir.

—¡Ja! ¡Lo sabía! —Sonrió y se alejó de la puerta. Con reticencia la seguí, teniendo cuidado de cerrar la puerta con seguro tras de mí.

Mientras bajábamos juntas las escaleras, Córalie mantuvo un flujo casi constante de palabras, aunque dijo pocas cosas de gran importancia. Y al parecer había decidido manejar la extrañeza de mi situación evitando hacer cualquier pregunta. Algo que apreciaba. De hecho, entre más hablaba, más me suavizaba hacia ella a pesar de su estatus. Era difícil no hacerlo.

Cuando llegamos al final de la escalera, me guio directamente hacia las amplias puertas delanteras. Había esperado que nos dirigiéramos a una de las aulas de la planta baja, pero en cambio salimos a un gran patio, la brillante luz del sol se reflejaba en la magnífica fuente que había en el centro.

—Córalie —interrumpí su oleada de palabras.

De inmediato se cortó y me sonrió, sin verse ofendida en lo absoluto. Logré devolverle la sonrisa. Casi le había dicho el título de cortesía de los magos, lady, cuando recordé las palabras que Damon me había dicho ayer. Me gustara o no había sido lanzada a este mundo y si quería sobrevivir necesitaba jugar con sus reglas, y comenzar a actuar como si perteneciera a aquí.

Me aclaré la garganta y continué:

—¿A dónde vamos?

—A la clase de la mañana, desde luego —Se detuvo por menos de un segundo antes de apresurarse a decir—. Oh, por supuesto que no sabes cuál es la clase de la mañana. En las mañanas tenemos combate, así que es en el exterior. En la tarde tenemos composición. Desde luego prefiero más composición, pero mi madre me dijo que me asegurara de trabajar extra duro en combate. Nunca sabes cuándo puedes quedarte sin provisión de composiciones y no tener tiempo para componer nuevas. ¿Cuál crees que preferirás?

Una mirada de consternación cruzó su rostro, como si acabara de recordar que su pregunta violaba la regla de no preguntas que parecía haberse impuesto a sí misma.

Me mordí el labio, aun intentando adaptarme a las noticias de que esperaban que entrenara en combate. O en composición. Se me ocurrió que sin lugar a dudas todos ya sabrían como leer y escribir, y me sentí increíblemente tonta. Por supuesto que no estarían enseñando algo tan básico en la Academia. Entonces, ¿cómo admitía que ni siquiera podía leer o escribir? Mucho menos componer una obra mágica.

—No importa —se apresuró a decir Córalie, cuando no respondí—. Henos aquí. Los de primer año practican en este patio —Me había guiado alrededor del edificio, hacia la parte trasera, y a través de los jardines. Ahora señalaba a uno de los cuadrados de tierra compacta que había visto desde mi ventana.

Miré alrededor hacia los otros patios. Sólo dos estaban ocupados, aunque con solo verlos no pude identificar de que año eran. Mi mirada saltó hacia la arena que estaba más adelante, y la mirada de Córalie debió haber seguido la mía.

—No comenzaremos a practicar en la arena sino hasta segundo año —Se estremeció—. Gracias a los cielos. Estoy segura, de que seré aplastada por completo —Pero una sonrisa brillante le siguió a esa declaración mientras pasaba sobre la cerca baja que rodeaba nuestro patio.

«¿Aplastada?» ¿Qué quería decir? ¿Qué sucedía en la arena? Una vez más levante la vista hacia ella, pero una orden ladrada desde el interior del patio me hizo saltar con rapidez la cerca y seguir a Córalie.

—Llegan tarde —Un hombre alto y de apariencia dura nos observó con expresión molesta.

Esperaba que Córalie se lanzara en una explicación locuaz, pero no dijo nada.

—Tres vueltas —dijo el hombre—, y serán seis si mañana repiten el insulto.

—Sí, señor —dijo Córalie con tono impávido. Salió corriendo alrededor del interior de la cerca.

Cuando vacilé, el hombre levantó una ceja hacia mí, y de inmediato me puse en movimiento, luchando para alcanzar a Córalie. Cuando dimos la vuelta al otro lado del patio, habló por un lado de la boca.

—¡Solo tres! Debe sentirse generoso ya que es tu primer día.

Tragué. De ninguna manera había parecido generoso o comprensivo.

—Él es el instructor Thornton —dijo, era evidente que podía mantener una conversación mientras corría a un paso decente, a pesar de haber dicho que no le gustaba la parte física de nuestro entrenamiento—. El instructor de combate. El supervisa todos los cursos, pero siempre le dedica algunas de las primeras semanas a los de primer año. Todos dicen que es el más estricto, pero Redmond me asusta más. Él es un Stantorn y ellos siempre me han aterrorizado. Juro que toda esa familia nace siendo adusta.

Volvió a guardar silencio mientras completábamos la vuelta y pasábamos corriendo junto al instructor y a los otros alumnos de primer año. Sopesé sus palabras. Kíngslee era demasiado pequeña para tener alguna familia de magos residente, e incluso una visita pasajera, como la que había iniciado todo el problema, era rara. Pero incluso nosotros sabíamos que la familia Stantorn era una de las cuatro grandes familias de magos. La misma reina Verena había sido una Stantorn antes de casarse con el rey Stellan. Lo que supongo hacía al príncipe Lucas mitad Stantorn.

Me abstuve de voltear a mirarlo. Desde nuestra llegada había estado bastante consciente de su presencia y había tenido cuidado de mantener mi camino lejos de donde estaba parado. Sin duda se veía lo suficiente severo y altivo para ser un Stantorn.

Al menos me arriesgué a mirar al instructor. Córalie lo había llamado Thornton. ¿Los instructores les daban un tratamiento especial a los estudiantes de sus propias familias? Hice a un lado el pensamiento. Ya sea que lo hicieran o no, nadie iba a darme un tratamiento especial, eso era seguro.

Cuando otra vez estuvimos dando la vuelta al otro lado del patio, Córalie siguió donde lo había dejado.

—Weston y Lavinia también son Stantorn. Deberías mantenerte alejada de ellos. Yo lo hago. En especial de Weston. Estoy segura que ve a todo el mundo como su enemigo. Uno creería que eso lo guardaría para los kallorwénianos —dijo el nombre como una maldición, y por reflejo escupí al suelo, aunque me arrepentí cuando se alejó de un respingo en respuesta a lo que hice.

Por su tono los magos no sentían más cariño por nuestros agresivos vecinos occidentales de lo que sentíamos los comunes. Pero dudaba que escupieran cada vez que el reino de Kállorwey era mencionado. Por otro lado, ellos no estaban llamados a servir filas y a morir a lo largo de nuestra frontera occidental. Luego de treinta años de constante guerra, de seguro no había una sola familia en todo el reino que no odiara Kállorwey. Pero hice una nota mental de abstenerme a escupir en el futuro.

—Son primos —prosiguió Córalie, aunque me tomó un momento recordar que debía estar hablando de Weston y Lavinia, quienes quiera que fueran. Supongo que son otros aprendices de primer año—, y están bastante orgullosos de su vínculo distante con Lucas —Puso los ojos en blanco e intenté no verme tan confundida como me sentía.

Cuando por tercera y última vez le dimos la vuelta al patio, me miró con compasión.

—Debe ser mucho que asimilar, pero no te preocupes, con el tiempo los conocerás a todos. Solo quédate cerca de mí por un rato —Miró sobre su hombro al resto de la clase—. Seguramente fue bueno que tuviéramos que correr porque ellos ya se emparejaron. Ahora tendremos que emparejarnos las dos.

—¿Por qué estás siendo tan amable conmigo? No soy una de ustedes —espeté las palabras antes de poder pensarlas bien, pero la tensión estaba comenzando a molestarme. Seguía esperando que dejara el acto y que revelara sus verdaderas intenciones.

Ella solo me sonrió.

—Soy curiosa de naturaleza, no puedo evitarlo —bajó el tono de su voz—. Y te aseguro que los demás también se están muriendo de la curiosidad. ¿Una sin-sangre que puede controlar el poder? ¿Con una palabra hablada? Es inaudito. Imposible. Increíble —Su sonrisa se amplió—. Emocionante.

Negué con la cabeza. Había omitido algunos adjetivos como confuso y aterrador.

Habló rápido mientras rodeábamos el otro lado del patio y nos acercábamos una vez más al grupo.

—El resto está conteniéndose porque no han decidido si saciar su curiosidad vale la pena la potencial perdida de estatus. Además de seguro están esperando ver cuál es la postura oficial que tomarán sus familias respecto a ti.

La miré con horror. ¿Respecto a mí? ¿Hablaba en serio sobre las grandes familias de magos tomando posturas en el asunto?

Córalie no pareció notar el efecto que tuvieron sus palabras sobre mí.

—Pero no me preocupo por eso. En realidad, no tengo mucho estatus que perder —Su sonrisa permaneció en su rostro, su alegría se mantuvo impávida con la revelación–. Solo soy una Cygnus.

Abrí la boca, pero ella me interrumpió.

—Sí, como el ave. Y sí, seguramente nunca has escuchado de nosotros. Somos una familia pequeña y para nada importante —Pareció henchirse de orgullo—, excepto por la instructora Jocasta. Es la asistente del director de la biblioteca y la primera Cygnus en ganarse una posición de instructora en la Academia. En algún momento la conocerás.

Bajó la voz para susurrar sus últimas palabras.

—Araminta y Clarence también son de familias menores, pero él está demasiado concentrado en los libros para pensar en algo más. No puedo imaginármelo entablando una amistad con una nueva estudiante —Negó con la cabeza, riéndose—. Y Araminta está demasiado aterrada para pensar en alguien más, pobrecita —La diversión desapareció de su rostro mientras sacudía la cabeza—. Está asustada de reprobar, y yo también lo estaría si mi control fuera tan pobre como el de ella.

La entusiasta Córalie se estremeció y mantuve la boca cerrada mientras regresábamos a la clase. ¿Qué quiso decir con aterrada? ¿Qué pasaba si reprobábamos?

Justo lo que necesitaba, otra preocupación que añadir al montón.

Pero apenas tuve tiempo de preocuparme por ello. Thornton nos hizo unir a la existente línea de cinco parejas, uno frente al otro. No se molestó en dar explicaciones, solo nos hizo un ademán para que participáramos en el ritmo que los demás ya habían establecido. La secuencia de golpes de Córalie era débil e inútil, y con facilidad los bloqueé usando los movimientos correspondientes.

Por un momento Thornton nos observó con los ojos entrecerrados, pero al parecer decidió no comentar, y en su lugar se movió hacia la siguiente pareja. Pero nada de aquello me engañaba. Tenía un nivel decente de acondicionamiento físico por mis frecuentes incursiones al bosque y el tiempo que pasaba ayudando en la tienda de mi familia. Podía manejar correr, pero nunca había tenido demasiado tiempo para entrenar en combate.

Algunos de los chicos de Kíngslee se habían dedicado a ello, a practicar entre si cuando tenían la oportunidad de hacerlo. Aquellos que ya habían sido seleccionados para tomar la responsabilidad de la conscripción familiar. Pero para cuando me di cuenta de que aquel rol caería sobre mí, estaba demasiado ocupada ayudando a mis padres —tanto con Clementine como con la tienda— como para unirme a sus filas.

Por supuesto cuando podía los había observado y Jasper me había enseñado los movimientos simples que sabía. Pero él tampoco le había dedicado tiempo a ello, había estado ocupado con una diferente clase de entrenamiento.

Sin embargo, había observado lo suficiente a los chicos de la aldea como para reconocer el nivel de habilidad, y cada aprendiz de aquí manejaba los movimientos asignados como si fueran básicos y demasiado fáciles. Incluso Córalie estaba suavizando sus golpes a propósito, podía verlo. Sin duda todos estos magos habían estado entrenado desde que eran niños, preparándose para asistir a la Academia.

Sabía que estaría muy atrasada en todo lo que tuviera que ver con la lectura, escritura y composición, pero no me había dado cuenta de que también estaría completamente superada en otra área. Esta situación parecía cada vez más una broma. Una en donde yo era la parte graciosa.

Thornton nos pidió que nos separáramos y que comenzáramos una serie de ejercicios de resistencia. Y por una hora, dejé que mi mente se relajara y me empujé al límite, contenta de ser competente en algo.

Pero luego él nos pidió volver a formar parejas. Cuando miré a mi alrededor, buscando a Córalie, ella estaba a cierta distancia de mí, una chica bajita que se veía ansiosa estaba agarrando su brazo y susurrándole con urgencia. Córalie miró hacia donde estaba, era obvio que se sentía dividida, y entonces un chico alto apareció en mi línea de visión.

—Parece que somos pareja, Kíngslee.

—Es Elena —dije sin pensar, la mitad de mi concentración aún estaba en Córalie.

—Creo que es lo que sea que diga —Su tono me hizo concentrarme en él. Era alto y esbelto, su expresión era fría y las líneas de su rostro eran calculadoras. Tragué.

—Soy Weston —dijo, y solo me tomó un momento ubicar su nombre. El aprendiz Stantorn que veía a todos como su enemigo. La única persona de la que me habían advertido expresamente mantenerme alejada.

Tragué de nuevo, y una sonrisa se extendió lentamente por su rostro. No tenía nada de la amabilidad de Córalie.

Sin quererlo mi mirada se dirigió a mi lado y encontró los ojos del príncipe. Por un segundo, pensé que quería intervenir, pero luego se volteó hacia el otro lado y recordé que era muy probable que hubiera puesto a Weston en esto. Lo que sea que esto fuera a ser.

—Entonces, vamos a pelear, Elena —dijo Weston, justo cuando Thornton gritaba instrucciones.

No reconocí casi nada de lo que el instructor dijo, y aún estaba mirando frenéticamente a mi alrededor, a las otras parejas, intentando descubrir que se supone que teníamos que hacer, cuando aterrizó el primer golpe.

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