La habitación en sí era más grande que cualquiera que hubiera visto antes. Extendiéndose hasta ser de dos pisos, se expandía lejos de mí en cada dirección. Una gran mesa curva estaba ubicada justo en frente de mí, pero no podía apartar mis ojos de las estanterías tras ella que recorrían la habitación de arriba abajo en líneas rectas, ocupando la mayoría del espacio. Solo alrededor del borde de la habitación, en un anillo gigante, habían dejado un espacio libre de estanterías y que en cambio estaba lleno de mesas y sillas dispersas.
Y entonces en una de las paredes, más estanterías, estas llegaban completamente hasta el segundo piso, aunque los estantes de arriba de seguro solo debían ser para impresionar. Nadie podía llegar a ellos a salvo.
Pero nada de esto era lo que me tenía embelesada. Lo que no podía entender era el contenido de las estanterías. Había una infinidad de libros y pergaminos que se extendían en todas las direcciones. Me había asombrado el estudio de Lorcan, pero comparado con esto era una gota en el océano. ¿Cómo era posible que tantos escritos pudieran existir en el mundo? ¿Cómo era que todo el lugar no había desaparecido entre el humo hace mucho tiempo?
—¿Puedo ayudarte?
La voz me sobresaltó tanto que aparté mi mirada de todos los libros y la fijé en la mujer bajita y delgada que estaba tras la mesa. Tenía el cabello gris, pero la suavidad de su cara y el brillo de sus ojos sugería que había encanecido joven en vez de ser por una edad avanzada.
—Los aprendices, incluso los de primer año, no tienen permitido deambular durante el tiempo de clases —Tamborileó sus dedos contra el escritorio—. No vemos muchos estudiantes de primer año en la biblioteca en absoluto.
Negué con la cabeza, sintiéndome aun atónita. No podía imaginar por qué no, sabía que yo nunca querría dejar este lugar ahora que lo había encontrado.
Su rostro se suavizó cuando me vio darles otra mirada a los libros.
—Es bastante impresionante, ¿no? Es incluso más grande que la biblioteca del palacio. Solo la de la universidad tiene una colección de libros más extensa.
Parpadeé. ¿Había dos lugares más como este? ¿Y todos cerca de este edificio? La idea era casi incomprensible.
La mujer me frunció el ceño.
—Admito que nunca he prestado mucha atención a los rostros de los jóvenes, en cualquier caso, no hasta que aparecen en la Academia, pero el tuyo es uno que en definitiva no reconozco. Soy Jocasta la asistente del director de la biblioteca.
Con rapidez torció la boca hacia abajo.
—¿No me digas que eres la chica común que Lorcan insistió en admitir?
Abrí mi boca, pero ella levantó una mano para impedir que hablara.
—Por supuesto que lo eres. No me involucro en las manipulaciones y posturas políticas, una de las ventajas de provenir de una familia menor, así que no tengo ningún interés en ese juego. Pero sí quiero saber porque estás aquí, perturbando mi biblioteca. Tengo la sospecha de que sé la razón y no me gusta ni un poco.
—Redmond me envió.
—Supongo que no puedes leer —dijo antes de que pudiera continuar—. Es lógico. Si pudieras los grises te habrían descubierto hace mucho y te habrían eliminado rápidamente —Suspiró—. Y desde luego el poderoso Redmond no se rebajaría a enseñar tal cosa. E imagino que todos están ansiosos por ver qué sucede cuando intentas una composición normal. Solo espero que no piensen que será pronto. Estas cosas toman tiempo, ¿sabes? En especial si el control es su objetivo, y solo puedo suponer que es su mayor prioridad.
La miré fijamente. Lorcan había dicho algo acerca del control y supongo que eso tenía sentido. Si podía usar magia hablando todos estábamos en peligro hasta que hubiera aprendido cómo controlarla. Y este era el lugar donde los magos aprendían esa habilidad. Por supuesto, mi problema parecía ser acceder al poder en vez de hacerlo explotar —algo por lo cual solo podía estar agradecida—, pero el riesgo aun persistía.
—Lo haré lo mejor que pueda —dije sin estar segura de que más decir.
Me observó fijamente por un momento y luego suspiró.
—Por allí hay un pequeño salón de estudio que podemos usar —Señaló hacia mi derecha—. Espérame adentro.
Encontré con bastante facilidad la puerta de la que hablaba y tomé asiento en la larga mesa que había. Alrededor de ella había seis sillas, pero aparte de eso la habitación de piedra estaba vacía y no tenía adornos. Ni siquiera tenía una ventana. Sin distractores.
Esperé por varios minutos hasta que escuché la voz de Jocasta mezclarse con varias voces más. Escuché mi nombre. Caminando con sigilo hacia la puerta, eché un vistazo alrededor, escuchando con atención.
—No sé cómo esperan que ella haga algún progreso si no la dejan sola para que estudie —dijo Jocasta sonando indignada.
—La pregunta sobre si se le debe o no permitir que estudie no ha sido resuelta —El hombre ataviado con una túnica dorada parecía ser un extraño.
Lorcan, que estaba parado junto a él, se aclaró la garganta.
—Creo que el asunto sobre el entrenamiento mágico sigue residiendo en la Academia Real de la Palabra Escrita y en su director. No en la guardia real, general Thaddeus. De cierto modo estoy sorprendido de verlo aquí. Esperaba a Lennox y a Phyllida, pero a usted…
El general se irguió más.
—Debo recordarle que este edificio está ubicado a una distancia muy corta del palacio real, y que un miembro de la familia real reside actualmente dentro de sus pasillos. Le aseguro que cualquier amenaza potencial es un asunto para el jefe de la guardia real.
Me mordí el interior de mi mejilla. Debí haber recordado que significaba la túnica dorada. Solo los oficiales magos de la guardia real las usaban, el color hacia juego con el uniforme rojo y dorado de los guardias. Y este no era cualquier oficial sino el mismísimo jefe. Solo los jefes —pasados y presentes— de la guardia real y de las fuerzas armadas tenían el rango de general, e incluso yo sabía que las fuerzas armadas eran dirigidas por el general Griffith de Devoras. Aunque solo fuera para poder maldecir su nombre junto al resto de los habitantes de Kíngslee.
Jocasta miró en mi dirección y rápidamente me aparté.
—Si la prueba debe hacerse ahora, entonces hagámosla sin demora —dijo.
—Desde luego —dijo Lorcan—. Cualquier preocupación del general deber ser apaciguada de inmediato.
Me apresuré a sentarme de nuevo antes de que Jocasta asomara su cabeza en la habitación y me hiciera un gesto con la mano para que saliera.
—Después de todo no podemos empezar de inmediato. Una gran cantidad de gente importante apareció demandando respuestas, así que parece ser que serás probada antes de que comencemos —No ofreció ninguna explicación en cuanto a que se podría referir con eso, y resistí el impulso de limpiarme mis sudorosas manos en mi túnica limpia. ¿Qué clase de prueba exactamente?
Lorcan asintió hacia mí y me guio fuera de la biblioteca, hacia el corredor. El general Thaddeus ya había desaparecido. Lorcan, Jocasta y yo recorrimos una corta distancia antes de entrar en otra habitación. Ésta tenía un tamaño más similar al del aula de composición, aunque sin las mesas. Sin embargo, había sillas bordeando las paredes y algunas de ellas ya habían sido ocupadas. La habitación estaba inundada con túnicas de diferentes colores.
Lorcan saludó con la cabeza a los magos reunidos.
—Entra, Lorcan —dijo una dama cuyo cabello gris parecía haber sido obtenido legítimamente por la edad. Volvió sus entusiastas ojos hacia mí, su rostro brillaba con inteligencia a pesar de las líneas en él—. No dudamos de la veracidad de tus composiciones. ¡Pero tal cosa! Es inaudito. ¿En verdad puedes culparnos por querer verlo por nosotros mismos?
Lorcan se rió entre dientes y negó con la cabeza.
—De ti, Jessamine, no esperaba menos.
Los ojos entrecerrados de varios de los otros asistentes sugerían que ellos en cierto modo tenían menos fe en Lorcan, pero en realidad nadie dijo tal cosa.
Lorcan se volvió hacia mí.
—Esta es su excelencia, la duquesa Jessamine de Callinos, la directora de la universidad —Noté que vestía la misma túnica negra que Lorcan.
Señaló a otra mujer, esta vez ataviada con una túnica gris que hizo que me estremeciera ligeramente.
—Y esta es la duquesa Phyllida, también de Callinos, jefa de los buscadores. Sin duda quiere estar segura de que sus magos no han flaqueado en sus deberes en lo que a ti concierne.
Me lamí los labios.
—Nunca en mi vida he leído una palabra, ni escrito una.
Phyllida, mucho más joven que Jessamine, con su brillante pelo castaño recogido en un apretado moño contra su cabeza, apenas me observó con ojos fríos.
Sin embargo, un hombre sentado al otro lado de la habitación habló:
—Eso dice. Estamos aquí para ver la verdad de ello con nuestros propios ojos.
Lorcan se volvió hacia él.
—Oh, y no nos olvidemos del duque Lennox de Ellington, jefe del cuerpo de seguridad —Su túnica roja sobresalía claramente en la habitación de negros y grises, sólo la túnica dorada del general Thaddeus era más brillante. El general estaba sentado varías sillas más allá del jefe del cuerpo de seguridad, y ambos parecían haber traído un séquito más grande que aquel que acompañaban a las dos duquesas.
Esta vez sí me limpié las manos en mi túnica tan discretamente como pude. Si esperaban una demostración de mi poder, todos iban a estar muy decepcionados. Y no quería descubrir lo que pasaría si tanta gente importante se decepcionaba.
—¿Asumo que vinieron preparados? —Lorcan miró a Lennox con su túnica roja y luego a Phyllida ataviada en su túnica gris—. Ya usé dos composiciones complejas para…
—Oh, relájate, Lorcan —soltó Thaddeus—, nadie está pidiéndote que gastes más de tus valiosos recursos.
—Vine preparada —dijo Phyllida—, como estoy segura que también lo está Lennox. No eres el único capaz de tales composiciones, Lorcan.
¿Era eso diversión lo que había en su tono calmado? ¿Cuánta competencia existía entre los diversos jefes? Aun así, sus palabras me aliviaron. Al parecer las pruebas iban a ser una repetición de los exámenes mágicos que Lorcan había hecho a mi llegada. En otras palabras, indoloros, y requerían poco de mí. No obstante, intenté no dejar que el alivio se mostrara en mi cara. Intenté no dejar que nada se mostrara en mi cara. Quería causar la menor impresión posible en estas personas.
Al menos eso explicaba porque había tantos de ellos. Era de suponer que quisieran minimizar el uso de sus composiciones, incluyendo tantos testigos como fueran posibles en una prueba. Debían requerir un montón de poder —o tal vez solo un montón de habilidad— para componerlos. Deseé que la escuela de Kíngslee hubiera profundizado con mayor detalle en la forma que funcionaban las composiciones mágicas. Pero escasamente había parecido un aprendizaje esencial para un puñado de niños de aldea.
Sabía que cada una de las disciplinas mágicas —el cuerpo de seguridad, los buscadores, los sanadores, los cultivadores, los manipuladores del viento, y los creadores— tenía un jefe, al que se le otorgaban el título de duque o duquesa de por vida. Y que esos seis líderes, junto con el director de la Academia, la directora de la universidad, y los jefes de las fuerzas armadas y de la guardia real, formaban un consejo de diez magos que asesoraban al rey y ayudaban a escribir nuestras leyes. Incluso sabía que sólo los magos de una de las cuatro grandes familias de todos los tiempos tenían la habilidad y control necesarios para ascender a uno de estos puestos. Y sabía que las cuatro grandes familias eran los Devoras, Stantorn, Callinos y Ellington.
Pero no sabía casi nada sobre cómo componían realmente sus obras, o por qué estarían provocándose entre sí sobre la composición necesaria para mi prueba.
—Suficiente —dijo Lennox colocándose de pie, ataviado de rojo, y extrayendo un pergamino enrollado—. Escuchemos la verdad de sus labios —Lo rasgó en dos y tiró los pedazos al suelo, frente a él. El brillo rojo que se produjo floreció más que el que había estado sobre el escritorio de Lorcan.
Lorcan negó con la cabeza, la diversión persistía en sus ojos, y retrocedió, dejándome sola en medio de la habitación.
Lennox dio un paso adelante y fijó sus ojos en mí. Esta vez estaba lista para sus preguntas, y lista para la mentira cuando me pidió que la dijera. Tan pronto como el color negro aceitoso se desvaneció del brillo rojo, probando la composición, las preguntas me bombardearon desde todas las direcciones.
Las respondí tan sencillo como pude. Aun cuando las mismas fueron hechas una y otra vez, y tuve que morderme la lengua para abstenerme de soltar una respuesta mordaz. Muchas de las preguntas se centraron en mi familia y sus figuras bailaron frente a mis ojos, haciendo que fuera más fácil de lo normal mantener mi paz.
—¡Suficiente! —dijo finalmente Lennox, agachándose para recoger los pedazos de pergamino y estrujándolos entre sus largos dedos—. Comienzo a pensar que dudan de mi composición.
Phyllida que no había hecho preguntas, asintió como si no estuviera sorprendida por los resultados.
—Yo misma fui a la casa de su familia.
Inhalé rápidamente y me concentré en su rostro, conteniendo apenas las preguntas que querían brotar de mí.
—No solo interrogué a sus padres, sino también a la partera que asistió en el parto de la chica, y al parecer también en el de sus dos padres antes que ella. Todos juran que la niña no pudo haber sido cambiada en la cuna —Negó con la cabeza—. Si ella de hecho tiene la sangre de una de las familias, debe estar muy atrás en su linaje. Y nadie más en su familia ha mostrado signos de control. Dejé vigilantes en la aldea, pero debo admitir que me sorprenderá si encuentran algo que reportar.
Me mordí el labio. Kíngslee nunca había tenido vigilantes. ¿Me odiaría ahora la aldea entera por mandar a los buscadores sobre ellos?
Jessamine se inclinó hacia delante, su túnica negra se movió a su rededor silbando.
—Su sangre es solo uno de los misterios que nos atrajo aquí hoy. Y, en efecto, es posible que tenga un mago en su linaje. Aunque creíamos que se necesitaba una conexión sanguínea mucho más cercana para producir la capacidad de control, se sabe que nos hemos equivocado antes.
Le dirigió una rápida mirada a Lorcan y vi que sus rostros tenían expresiones casi idénticas. Esto era lo que ella había estado esperando realmente. Eso era lo que la había atraído aquí, a pesar de que la directora de la universidad no tenía lugar en la evaluación o restricción de las amenazas contra el reino. Ella y Lorcan estaban motivados por la curiosidad, una sed visible de entender cualquier nueva forma de magia que pudiera aparecer.
Me estremecí un poco. De alguna forma ellos me asustaban casi más que los demás. Puede que para ellos no fuera una amenaza, pero ¿siquiera era una persona?
—Lo que me interesa enormemente —continuó Jessamine—, es la afirmación de que esta chica compuso una obra controlada…
Lennox se movió en su asiento, y ella lo miró.
—Al menos una obra parcialmente controlada. Incluso tú debes admitir eso, Lennox, o para empezar habríamos enviado a investigar a uno de los magos de Phyllida en vez de uno de los tuyos.
Lennox asintió con reticencia, y Jessamine continuó:
—Como estaba diciendo, si esta chica en verdad compuso una obra controlada usando solo palabras habladas…
—Una sola palabra hablada —interrumpió Lorcan.
Jessamine negó con la cabeza, sus ojos aún estaban en mí.
—Increíble. Tal control. Tal poder. Y la chica no ha tenido ningún entrenamiento en absoluto. Las implicaciones de esto… las posibilidades… —Su voz se apagó, y todos en la habitación se sentaron más erguidos.
Metí mis temblorosos puños dentro de mi túnica.
—Míralo por ti misma —dijo Lorcan haciendo un gesto hacia mí, aunque sus ojos estaban sobre Jessamine.
La duquesa se levantó con una sonrisa entusiasta en sus labios, y rasgó su propio rollo diminuto.
La luz me rodeó antes de alejarse volando para formar una imagen visible. Por segunda vez observé como se desarrollaba la escena de la tienda. La vez pasada Lorcan dijo que observó mis manos y esta vez yo hice lo mismo. Colgaban a mis lados, obviamente vacías, hasta que me levanté en las puntas de mis pies con una mirada vidriosa en mi rostro. Entonces las extendí frente a mí justo antes de que mi boca formara claramente la palabra «alto».
La oleada plateada de poder emergió una vez más, sosteniendo a los hombres en su lugar antes de romperse contra las ventanas de la tienda. La luz se desvaneció y con ella también la imagen.
—Es como dijiste —Los ojos de Jessamine brillaban con algo que se parecía mucho al regocijo—. Imposible.
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