—¿En serio? —Una voz poco impresionada arrastró las palabras. Era una chica, pero con el pitido en mis oídos me costaba reconocerla—. ¿A esto hemos llegado?
Me giré, retrocediendo rápidamente para alejarme de la amenaza. Cinco figuras se cernían sobre mí.
—Ha pasado medio año, Dariela —dijo Weston, sonando casi tan aburrido como la locutora anterior, solo que también se oía mucho más vengativo—, así que al parecer esto es a lo que hemos llegado. Esperan que compartamos nuestro tiempo de clase con una común que no tiene ningún control en lo absoluto. Creí que con seguridad podíamos dejar que nuestros ancianos se deshicieran de ella, pero por alguna razón parecen ser incapaces de actuar, y ya que ella no recibió mi mensaje en la clase de combate durante su primer día, diría que ha pasado más que tiempo suficiente para que le mostremos que no es bienvenida aquí.
Estaba tan concentrada en su cara que no vi el movimiento a mi derecha. El pie de Calix impactó contra mi cintura, mandándome hacía atrás contra la pared de piedra. Se escuchó un chasquido.
Gemí, apenas había podido producir el sonido cuando volvió a patearme. El dolor atravesó mi costado, uniéndose al latido de mi cabeza. Intenté levantarme, aprovechando mis meses de entrenamiento en combate, pero un nuevo pie me pateó de nuevo, impidiéndolo. Los cuatro me rodeaban ahora, manteniéndome clavada contra la pared. Mi visión había comenzado a nublarse, pero no fue difícil reconocer a los mellizos y a los primos Stantorn. Al parecer me había equivocado al considerarlos inofensivos en comparación a mis otras preocupaciones.
—No tengo tiempo para esta tontería —dijo Dariela—. Estoy aquí para aprender, si ustedes quieren distraerse, adelante. Pero yo estoy fuera —Se marchó por el corredor, dirigiéndose hacia el comedor.
Sin embargo, aún no había salido de mi vista cuando una nueva figura apareció. La breve oleada de alivio al pensar que podía ser un instructor o uno de mis amigos desapareció cuando reconocí la silueta.
—Lucas sabe que tenemos razón —dijo Lavinia, inclinando la cabeza hacia el recién llegado, pero su voz carecía de confianza. Debí haber prestado más atención a la advertencia de Córalie. Al parecer la aversión de mis compañeros al verme invadir una vez más su mundo había llevado a una respuesta más violenta de lo que había anticipado.
Miré más allá de Lucas esperando que no estuviera solo, pero no había nadie más a la vista. Fui a cenar más tarde de lo que me había dado cuenta. Mi mirada regresó al príncipe, mi silenciosa súplica fue interrumpida por otra patada en mis costillas que causó que mi cabeza se golpeara contra la pared de piedra. Gemí —era el único sonido que lograba hacer—, y coloqué una mano alrededor de mi cintura y la otra alrededor de mi cabeza, intentando cubrirla.
—Puedo asegurarte que no tengo el hábito de darle una golpiza a un compañero desarmado —dijo la voz del príncipe.
Calix solo resopló en respuesta a eso.
—Los príncipes no se ensucian las manos, Lavinia. Es por eso que nos tienen a nosotros, aunque no es como si estuviéramos usando las manos —Sonrió con suficiencia y mandó su pie hacia atrás para volverme a golpear.
Cuando los ataques no habían sido más que palabras los dos chicos estuvieron felices de observar y de dejar que su hermana y prima se encargaran, pero al igual que durante mi primer día con Weston, cuando se trataba de algo físico, los chicos al parecer no vacilaban en involucrarse.
A pesar de saber que era mejor no hacerlo, mi mirada voló instintivamente hacia Lucas. Algo sombrío destellaba en sus ojos, y dio un paso hacia delante, apretando sus puños. Tuve la fugaz impresión de que quería atacar, pero ¿era a mí o a Calix? Como siempre, sólo me confundía.
El enojo surgió en mi interior y con él apareció la sensación de poder. La sorpresa inicial y el dolor habían sacado de mi cabeza cualquier pensamiento de defensa, pero ahora recodé que no era la indefensa chica ordinara que creían que era.
Sin pedirlo las palabras dominantes aparecieron frente a mis ojos, y las dije, casi equivocándome con ellas por el afán. Calix se detuvo y le lanzó una mirada confundida a Weston.
Su vacilación me dio el momento extra que necesitaba para completar mi composición.
—Escuda mi cuerpo de los golpes y repele… —En el último momento me di cuenta que necesitaba un enfoque más conciso en la obra y forcé a las nuevas palabras a aparecer frente a mis ojos—… a mis cuatro atacantes sin causarles heridas serias. Finalizar dominio.
Cuando pronuncié la última palabra, el poder creció a mi alrededor, envolviéndome en una burbuja. Al mismo tiempo, cuatro zarcillos salieron disparados hacia adelante, lanzando a Calix, Natalya, Lavinia y Weston lejos de mí. Todos chocaron con fuerza contra la pared del otro lado, Lucas apenas logró salir de su camino a tiempo y evitar ser tumbado por ellos.
Durante una de mis respiraciones jadeantes, permanecí allí enroscada con el dolor aun extendiéndose por mi cuerpo, mi mirada se encontró con la suya. Lucas no se volvió a revisar a sus amigos y no pude leer la expresión de sus ojos, porque no había manera que lo que vi fuera euforia.
Entonces apartó la mirada, comenzando a caminar con pasos largos por el pasillo sin volverse a mirar a los otros que ahora estaban desplomados contra la pared, gimiendo.
Lo observé irse. Al menos había retenido el suficiente sentido común para modificar mi obra en el último minuto. Sin importar cuanta rabia sintiera contra él, sería insensato atacar mágicamente a un príncipe.
Al igual que hubiera sido insensato dejar mi composición lo bastante abierta como para causar un daño serio a un aprendiz proveniente de una familia de magos influyente. Si hubiera tenido más tiempo, podría haberla moldeado para que no los lastimara en absoluto, pero el cegador dolor de mi cintura y de mi cabeza hacia que fuera difícil arrepentirme por la falta de indicaciones.
Me las arreglé para colocarme de pie, aunque ahora mis dos brazos se envolvían alrededor de mi cintura y no podía enderezarme completamente. Tambaleándome un poco, fulminé con la mirada a mis cuatro oponentes desplomados en el suelo.
—Puedo ser una común, pero tengo control. Así que les recomiendo que me dejen sola.
Me encogí de hombros, el movimiento causó que hiciera una mueca de dolor, y me dirigí por el corredor arrastrando los pies. Solo había recorrido una pequeña distancia cuando escuché el sonido de pasos corriendo, y alguien se apresuró a poner su hombro bajo uno de mis brazos.
—Estás parada y moviéndote, esa es una buena señal —dijo la calmada voz de Acacia—. En ese caso, vamos a llevarte a mi oficina.
Dejé que me guiara, y gemí de nuevo cuando me ayudó a sentarme en una silla.
—Te ves peor que la primera vez cuando nos conocimos —dijo, sonriendo mientras seleccionaba una serie de pergaminos que tenía dentro de su túnica y cajones.
—Eres un monstruo —gemí.
Acacia rasgó el primer pergamino, y su fría neblina se posó sobre mí, trayendo consigo aquel entumecido alivio.
—Retiro mis palabras —dije—. Eres un orgullo para la Academia.
Ella solo sacudió la cabeza, sonriendo, mientras rasgaba otro pergamino. Este era notablemente más grande que los que le había visto usar en esta oficina durante mi primer día. Intenté ignorar el rechinante sonido que precedió al repentino aumento de mi capacidad de poder respirar con libertad.
Acacia rasgó dos más, y me concentré en respirar profundo mientras la última neblina se posaba sobre mí. Cuando la sensación desapareció, levanté con cuidado mi ropa y examiné mi costado. La piel lucía inmaculada y perfecta, no se veía ni un moretón.
—¿Sabes? Tu primer año ha sido calmado —dijo, moviéndose por el lugar, desechando los trozos rasgados de pergamino y cerrando sus cajones—. Esperaba que, antes de hoy, ya hubieras tenido que venir aquí.
—¿Gracias?, creo —Me coloqué de pie en un salto—. Aunque no olvides mi fallo épico en la biblioteca.
—Ciertamente no, ¿cómo podría olvidarlo? Me tomó semanas reponer las composiciones que tuve que usar en ti y en Jocasta. Esas eran de las grandes —Me lanzó otra mirada de burla.
—¿Elena? —Córalie irrumpió en la habitación—. ¡Allí estás! Escuché que hubo una pelea. Gracias a los cielos que Acacia estaba cerca.
Sacudí mi cabeza. No me cabía duda que, si alguno de los otros hubiera estado lo bastante herido como para necesitar sus atenciones, habría irrumpido aquí demandando que lo atendiera primero.
—Vamos, te perdiste por completo la cena, pero te guardé algo de comida —Hizo un gesto con la mano desde la puerta para que fuera hacia ella.
Caminé arrastrando los pies, agradeciéndole a Acacia con un murmullo. No fue sino hasta mucho después de que me hube marchado que se me ocurrió preguntar cómo había sabido ella que tenía que apresurarse a venir por mí.
No sé quien habló —no podía imaginarme a los otros sintiéndose ansiosos por divulgar su ataque y consecuente derrota—, pero de alguna manera el rumor se extendió. Los susurros y miradas me seguían de igual forma que durante mis primeros días y luego del desastre de la biblioteca.
Y a la mañana siguiente cuando llegué a la clase de combate, Thorton me envió de vuelta adentro.
—La solicitan en la oficina de Lorcan —dijo mientras Natalya me sonreía con suficiencia.
La ignoré. Ella y los otros tres habían retrocedido al verme esa mañana, y dos de ellos tenían moretones visibles, así que podía manejar unas cuantas sonrisitas.
La reacción de Lorcan me preocupaba mucho más. ¿Alguno de ellos le había reportado el suceso? Solo podía imaginar cómo lo habrían descrito de ser así, y no creía que la narración tuviera mucha similitud con la verdad.
No obstante, cuando llamé a la puerta del director de la Academia, Lorcan me recibió con una amplia sonrisa.
—Entonces, parece que has estado ocultándonos algo, Elena —Hizo un gesto hacia una silla y me senté en ella—. Asumo que tus estudios con Walden finalmente rindieron frutos.
Tragué y asentí, esperando que mencionara el altercado de la noche pasada, sin embargo, no dijo nada sobre ello.
—Desde luego estoy fascinado por este acontecimiento —Me dirigió una mirada severa—, pero necesitaré que tú y Walden me mantengan informado de tus futuros progresos.
Asentí, feliz de saber que Walden sí había guardado mi secreto.
—Ahora —dijo Lorcan juntando las manos—, creo que una demostración es necesaria.
Hizo que compusiera una obra que levantara varios objetos pequeños de su mesa y los hiciera volar por la habitación. Redmond, que llegó poco después, mirándome con el ceño fruncido, me ordenó que les prendiera fuego a varios trozos de pergamino. Más o menos esperé que Lorcan se opusiera a aquella sugerencia, pero solo garabateó una composición de escudo y la rasgó tan pronto como terminó de escribir la última palabra.
El director apenas acababa de verter una jarra de agua sobre la pila ardiente, cuando Jessamine, la directora de la universidad, irrumpió en la habitación.
—¿Lo hizo? —Su mirada recorrió el lugar hasta que sus ojos se fijaron en mí—. Vine tan pronto como recibí tu mensaje.
—Imaginé que eso te traería corriendo —dijo Lorcan, con un brillo divertido en sus ojos.
Jessamine observó la empapada masa ennegrecida que estaba en el suelo.
—¿Qué me perdí?
Entonces tuve que repetir ambas demostraciones mientras que los tres observaban con diferentes niveles de fascinación, y una vez que los dos directores comenzaron a hablar, el lenguaje técnico fluyendo a montones, incluso Redmond se relajó un poco y se unió a la conversación. En cierto punto Walden fue convocado e interrogado sobre la progresión de nuestros esfuerzos y del entrenamiento y sobre los diversos métodos fallidos que intentamos.
Nadie me preguntó nada, y pronto me retiré hacia una silla que estaba al fondo de la habitación. Solo podía entender un poco de lo que estaban diciendo, y luego de un momento renuncié a intentar seguir la conversación, al menos hasta que Jessamine se volvió de repente hacia mí.
—Tú. Elena —Me frunció el ceño—, ¿estás cansada?
—Sí —dije, sintiéndome total y completamente cansada de todo este asunto.
Asintió como si hubiera estado esperando eso y regresó de nuevo a la conversación. Walden me lanzó una mirada rara, y caí en cuenta tarde a lo que en realidad debió haberse referido. ¿Me habían agotado esas pequeñas cuatro composiciones?
A decir verdad, la respuesta a eso sería no. De hecho, me sentía mucho menos cansada de lo que normalmente me sentiría a esta hora luego de una sesión de entrenamiento de combate. Aunque no me molesté en corregirla, todos ellos ya pensaban en mí como una gran curiosidad, y si había algo de verdad en lo que Córalie me había dicho, entonces aquellas noticias solo complicarían la situación.
«Si querían saber más detalles, podrían considerar incluirme en la conversación».
El sonido metálico de la campanada del almuerzo me sobresaltó, sacándome de mi semi-aturdimiento causado por mi periodo de inactividad. Lorcan levantó la mirada el tiempo suficiente para despacharme de manera distraída, antes de que todos continuaran con la conversación.
Walden me sonrió de forma amable, pero los otros dos ni siquiera parecieron notar que me marchaba mientras salía en silencio de la habitación. No obstante, cuando entré en el comedor, definitivamente notaron mi presencia. Se escuchó un siseo de sorpresa, proveniente de la mesa que a menudo era ocupada por el príncipe y sus compañeros de alta cuna.
—¡Aún está aquí! —dijo Natalya con un siseo audible.
Me acomodé en el asiento junto a Córalie, quien fulminó con la mirada a los de la otra mesa antes de volverse hacia mí.
—¿Y? ¿Te metiste en problemas?
Negué con la cabeza.
—Nadie siquiera lo mencionó. Simplemente todos estaban emocionados porque descubrí como desbloquear mi habilidad. Tuve que hacer todas estas demostraciones, y luego Jessamine llegó y la conversación se volvió demasiado técnica para mí.
Córalie sacudió la cabeza.
—Alguien en verdad quiere que te quedes aquí, y eso está volviendo loco al grupo de por allá —Sonrió.
—Estoy bastante segura que sé exactamente quienes son. Lorcan y Jessamine, ya que me ven como un fascinante objeto de estudio.
Córalie me ignoró, su mirada aún estaba fija en la mesa de Lucas.
—¿Sabes?, es algo gratificante ver que hay algo que ellos no pueden ordenar que sea como lo quieren. Deja que prueben lo que se siente no haber nacido en una de las grandes familias.
Levanté una ceja.
—Intenta ser de la plebe.
—No gracias —dijo Finnian, tomando asiento en una de las sillas frente a nosotras—. Sin ofender, Elena —Me sonrió, y no pude evitar regresarle la sonrisa, aunque también puse mis ojos en blanco.
Finnian podía haber nacido en una familia tan poderosa como la de los demás —excepto por la de Lucas—, pero de alguna manera era imposible no quererlo.
Córalie también le sonrió, y me lanzó una mirada arrepentida.
—Lo siento, Elena, a veces lo olvido.
—¿A veces? —Intenté no dejar que gran parte de mi enojo se escuchara en mi voz, porque sabía que en realidad no iba dirigido a ella, aun así, un poco se filtró—, ¿qué hay de todo el tiempo? Todos ustedes. En realidad, no tienen idea de cómo es estar allá afuera para el resto de nosotros, luchando por arreglárnoslas sin ninguno de los recursos que ustedes dan por sentado. Sin siquiera tener la habilidad de escribirnos notas los unos a los otros o de mantener alguna clase de registro.
Ambos me miraban con sorpresa mientras despotricaba.
—Todos actúan como si fuéramos idiotas, pero a mi parecer, seguramente somos más listos que todos ustedes. Tenemos que serlo para hacer algo en la vida. Solo imaginen cuánta inteligencia se requiere para dirigir un negocio sin ningún registro escrito, o sin alguna ayuda de las composiciones. Y muchos de nosotros, los comunes, hacen eso. Pasamos nuestras habilidades de generación en generación sin ninguna Academia o Universidad que nos ayude. Y, aun así, ¿qué tan a menudo alguno de ustedes, magos, habla directamente conmigo? ¡Prefieren pedirle a otro mago que ni siquiera estuvo presente las respuestas a sus preguntas, cuando yo estoy sentada justo allí con todas las respuestas!
Me detuve para respirar.
—Yo hablo contigo —dijo Finnian, luciendo impasible ante mi repentino ataque, a pesar de que su voz estaba lejos de tener su habitual tono bromista.
Me deshinché de inmediato.
—Sé que sí. Tú y Córalie son mis únicos amigos —Me froté la cara con una mano—. No debí haberme desquitado con ustedes de esa forma. Ustedes no son el problema, no realmente. El hecho de que estén aquí sentados me lo prueba.
—Bueno, no estás equivocada —dijo, tomando con calma un bocado de su comida.
—¿En serio? —Lo miré con cautela, pero él me devolvió la mirada con una expresión seria en su rostro y con serenidad en sus ojos.
—Nada de lo que dijiste es mentira, y sí lo olvidamos todo el tiempo. Incluso mi familia.
—¿Incluso tu familia? —Fruncí el ceño, confundida.
—Su padre es el jefe de los sanadores, ¿recuerdas? —dijo Córalie con voz suave—. Dirigen clínicas en todas las grandes ciudades. Clínicas que están disponibles para cualquiera.
—Cualquiera que pueda pagar —murmuré antes de morderme la lengua.
—Sí, cobran una tarifa —Finnian suspiró—, de no ser así estarían invadidos de gente, y no tendríamos los recursos para continuar —Hizo una mueca—. Los magos no trabajan gratis, ¿sabes?, y tenemos un suministro limitado de energía. En especial cuando se necesita tantos sanadores en las fuerzas armadas.
Abrí la boca para hablar, pero me interrumpió.
—Y, sí, sé que tampoco hay suficientes sanadores allí. Y que a menudo los soldados sucumben a sus heridas antes de que puedan ser llevados a un sanador, pero de seguro es mejor que no tener ninguno.
Asentí con renuencia. De todos modos, muchas personas morían, y no había duda que la fuerza de los sanadores siempre iría primero a cualquier oficial herido, ya que los oficiales eran todos magos, miembros de la disciplina de las fuerzas armadas. Pero al menos los comunes que servían en las fuerzas armadas no necesitaban pagar una tarifa para acceder a los sanadores.
Un chico de Kíngslee había regresado de su periodo de servicio, justo el año anterior, con historias de que su brazo se había regenerado casi por completo. Aquello le había dado esperanzas a mi familia de que los sanadores podrían curar a Clementine, por supuesto eso era tan pronto como Jasper fuera lo bastante rico y pudiéramos permitirnos pagar sus tarifas.
—Aparte del raro mago solitario que vende composiciones, los sanadores son la única disciplina que activamente está disponible para los comunes —añadió Córalie—. Es por eso que los sanadores normalmente comprenden más a los sin-sangre.
—No somos los únicos que ayudamos —dijo Finnian—, los creadores, cultivadores y manipuladores del viento realizan trabajos que benefician a todos: construyen caminos, se aseguran que los cultivos crezcan, etc. Pero tengo que admitir que lo hacen bajo indicación real o por orden del Consejo de Magos. Ellos no trabajan para ayudar a individuos.
—Individuos ordinarios —dije, dándole una mirada significativa—. Apuesto que si tu familia necesitara ayuda para construir alguna mansión o para rescatar alguna granja, estarían dispuestos a ayudar.
Finnian hizo una mueca.
—No necesitaríamos pedirlo. Hay bastantes magos Callinos en todas esas disciplinas que nos ayudarían en su tiempo libre.
Córalie suspiró.
—Esa es la diferencia entre las grandes familias y el resto de nosotros. Nosotros tenemos que depender en quien tenemos, y no siempre tenemos las habilidades adecuadas —Me lanzó una mirada—, pero supongo que al menos tenemos algunas habilidades.
Logré sonreír por su bien.
—Realmente lamento haberte atacado así, Córalie. Claramente eres la persona más abierta de aquí —Suspiré—. Supongo que eso es lo que me deprime a veces.
—Y, aun así, aquí estoy sentado —dijo Finnian en voz baja.
Volví rápidamente mi mirada hacia él, y Finnian me miró fijamente a los ojos.
—Solo por estar aquí generas un cambio, Elena. Y si los rumores que escuché sobre tus actividades recientes son ciertos, entonces van a venir muchos más cambios —Levantó una ceja, y con reticencia asentí—. ¡Ah! —Se recostó contra su silla. Sus ojos brillaban con interés—. ¿Así que en verdad puedes ejecutar composiciones verbales?
Asentí de nuevo, y él volvió su mirada hacia Córalie.
—Tengo este extraño presentimiento que todo nuestro mundo lucirá diferente para cuando te gradúes, Elena. No subestimes cuánta diferencia puede hacer una persona.
Quise dejar que sus palabras me alentaran, pero era obvio que no sabía que no había forma de que fuera a graduarme. Solo tenía hasta que cumpliera dieciocho. Y dado que la primavera ya había llegado —lo que significaba que mi cumpleaños número diecisiete se acercaba con rapidez—, solo me quedaba un año más.
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