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La guardiana de las ciudades perdidas capítulo 10

Ilustración del mapa por Francesca Baerald

Publicado el 27 de junio del 2024

Capítulo diez


Cada parte de Sophie quería echar a correr lejos, muy lejos de ese insecto mutante de destrucción, sobre todo porque la iba a llevar a que le hicieran un escrutinio. Pero apretó los dientes, corrió hacia el carruaje y se recostó en el banco para estar lo más lejos posible del espantoso escorpión marino.
—¿Adónde? —le preguntó entre risas el conductor a Alden.
—Al despacho de Quinlin Sonden, por favor.
El conductor sacudió las riendas y el escorpión gigante sacudió la cola contra el agua, iniciando el paseo.
—¿Así que… quién es ese tal Quinlin? —preguntó.
Alden le sonrió.
—Es el mejor investigador que conozco. Si alguien puede deslizarse dentro de tu cerebro, es él.
Algo en la palabra «deslizarse» le daba escalofríos. Intentó pensar en algo más para permanecer calmada.
—¿Por qué trabaja aquí abajo? —Atlantis no era un mal lugar, pero imaginaba que viajar hasta allí podría ser fastidioso luego de un tiempo.
—Atlantis es nuestra ciudad más segura. Cualquier persona o cosa que necesite protección extra está aquí, incluido tu expediente.
—¿Tengo un expediente?
—Uno altamente clasificado.
—¿Qué hay en él?
—Pronto lo verás.
Abrió la boca para hacer otra pregunta, pero él negó con la cabeza y señaló al conductor. Tendría que esperar hasta que estuvieran solos.
El carruaje entró en una especie de distrito de negocios. Las calles estaban llenas de elfos con largas capas negras y los edificios plateados se erigían más altos que los demás, con hileras de ventanas redondas a cada lado y carteles luminosos que exhibían sus nombres. «TESORERÍA. REGISTRO. SERVICIOS DE INTERESPECIES».
Pero la mitad de los símbolos eran ilegibles.
—¿Por qué tienen esas series de letras aleatorias? —preguntó, señalando hacia un edificio con un galimatías en la señal.
Alden intentó seguir su mirada.
—¿Las runas?
—¿Esto son runas? —Estiró la muñeca pasando los dedos sobre las tonterías escritas en él.
Alden asintió.
—Es nuestro alfabeto antiguo.
—¿No puedes leerlo? —dijo Fitz sonando más sorprendido de lo que a ella le hubiera gustado. Ser la única que no sabe nada se estaba volviendo viejo bastante rápido.
Alden se acarició la barbilla.
—¿Pero puedes deducir que son letras?
—Síp, pero es un gran revoltijo. ¿Va a ser un problema para la escuela? —Contuvo la respiración. ¿Qué pensarían los demás chicos si ni siquiera podía leer?
—Nah, se usa raramente —dijo Fitz, y ella pudo volver a respirar—. Solo cuando quieren ser sofisticados o algo.
Vaciló, odiaba tener que expresar su siguiente pregunta otra vez.
—¿Es malo que no lo pueda leer?
—La lectura tendría que ser instintiva —admitió Alden—, pero a lo mejor tu educación te afectó de alguna manera. Nunca hemos tenido a nadie con una crianza como la tuya, así que es difícil decirlo.
Otra vez esa palabra. «Crianza». Esa gigante brecha entre ella y todos los demás.
¿Cómo se supone que encajara si era la única niña que volvía cada noche a casa de sus padres humanos? Pero ¿qué otra opción tenía? No había forma de que sus padres la dejaran mudarse allí. Ni siquiera le permitían mudarse al otro lado del país para ir a la universidad.
—¿Cómo…? —empezó a preguntar, pero Alden la cortó.
—No hay razón para que te preocupes, Sophie. Estoy seguro de que lo resolveremos con más pruebas.
Aquello no era lo que iba a preguntar, pero la idea de más extrañas pruebas élficas le hizo olvidar sus otros problemas. Esperaba pasar la siguiente sin tirar a un miembro del Consejo.
El carruaje giró por un tranquilo y estrecho canal bordeado con árboles morados de gruesas y anchas hojas, similares a algas marinas. El agua terminaba directamente en un único edificio plateado: una torre cuadrada sin ventanas ni ornamentación más que una pequeña señal con letras blancas bien claras que decían «QUINLIN SONDEN: JEFE MENTALISTA». Todo rastro de vida se había desvanecido y la pequeña puerta negra estaba cerrada con llave. Pero el escorpión marino ralentizó el paso hasta detenerse, y Alden sacó un pequeño cubo verde de su bolsillo. El conductor lo pasó por el brazalete sobre su hombro y se lo devolvió al hacer un suave ping.
A Sophie le temblaban las piernas mientras seguía a Alden hacia la puerta. A pesar de lo que le había asegurado antes Fitz, no podía evitar preguntarse si el escrutinio dolería. O, peor aún, que humillantes recuerdos podría Quinlin encontrar.
Alden rodeó a la recepcionista del sombrío vestíbulo y se dirigió hacia el único despacho que había detrás. La pequeña habitación cuadrada olía a humedad y la mitad del espacio estaba ocupada por una gigante mesa de piedra. Un elfo alto, de piel oscura y cabello negro hasta la barbilla saltó de su asiento e hizo una elegante reverencia.
—Por favor, no hay necesidad de ceremonia, amigo —dijo Alden con un guiño de ojo.
—Por supuesto —La mirada de Quinlin se posó en Sophie—. ¿Ojos marrones?
—Definitivamente únicos —concordó Alden.
—Eso es una subestimación —La miró el suficiente tiempo como para hacerla retorcerse—. ¿De verdad la encontraste después de todos estos años?
Y todavía no le habían explicado por qué la habían estado buscando.
—Tú dime —le dijo Alden a Quinlin—. ¿Tienes su expediente?
—Justo aquí —Quinlin levantó un pequeño cuadrado de plata y se lo entregó a ella.
—Lámelo —le explicó Fitz—. Necesitan tu ADN.
Intentó no pensar en lo poco higiénico que era mientras le daba un diminuto lametazo al cuadrado. El metal se calentó y Sophie casi lo deja caer cuando un holograma se proyectó desde el centro: dos hebras de ADN rotaron en el aire con un brillo sobrenatural. La palabra «CONCORDANCIA» brillaba frente a ellos con un color verde resplandeciente.
Sophie tardó un segundo en darse cuenta de que había dejado de respirar.
Era una concordancia. De verdad pertenecía a ese lugar.
—Así que es por esto por lo que Prentice lo sacrificó todo —dijo Quinlin en voz baja mirando con atención las resplandecientes hélices dobles como si estuviera viendo a un niño perdido desde hace tiempo.
¿Prentice? ¿Era un nombre? ¿Y qué sacrificó?
Alden respondió antes de que ella pudiera preguntar.
—Él seguro tenía sus razones. Ya lo verás cuando intentes el escrutinio.
Sophie se sobresaltó cuando Alden le apretó los hombros. Lo más seguro es que tuviera la intención de tranquilizarla, pero no le ayudó cuando Quinlin se estiró para tocarla.
—No es gran cosa, Sophie —le prometió Fitz.
—Acabaré en menos de un minuto —añadió Quinlin.
Se tragó sus miedos y asintió.
Dos dedos fríos y delgados presionaron sus sienes y Quinlin cerró los ojos. Contó los segundos mientras iban pasando. Transcurrieron doscientos setenta y ocho antes de que él se separara. Ahí iba eso de terminar en menos de un minuto.
Quinlin abrió completamente la boca.
—Es lo que pensé —murmuró Alden casi para sí mismo. Se dio la vuelta y empezó a pasearse de un lado a otro.
—¿Tampoco pudiste oír nada? —le preguntó Sophie. Una parte ella estaba aliviada; odiaba la idea de que sus pensamientos privados fueran invadidos, pero tampoco le gustaba la expresión de Quinlin; era como si le hubieran sacado todo el aire.
—¿Qué significa eso? —preguntó Quinlin en voz baja.
—Significa que cuando sea mayor será la mejor guardiana que hayamos conocido —dijo Alden, con un suspiro.
Quinlin resopló.
—Si no lo es ya.
Alden se congeló a mitad de un paso. Cuando se volvió para mirarla se veía pálido.
—¿Qué es un guardián? —preguntó Sophie.
Pasó un momento antes de que Alden le respondiera.
—Hay información que es demasiado importante para ser anotada, así que la compartimos con un guardián, un telépata altamente entrenado y lo dejamos a cargo de proteger el secreto.
—¿Entonces por qué ya sería una?
—Quinlin estaba bromeando —La sonrisa de Alden no se reflejó en sus ojos, lo que hacía que fuese difícil creerle.
Por otra parte, el único secreto que ella guardaba en esos momentos era el sitio donde había escondido el karaoke de su hermana para no tener que oír a Amy cantando fuera de tono todo el tiempo. ¿Cómo podía ser una guardiana?
—Tal vez deberíamos hablar arriba —Alden señaló hacia el vestíbulo, donde la recepcionista estaba inclinada hacia ellos, tomando notas. Claramente espiando.
Quinlin los condujo hasta el fondo del pequeño despacho. Lamió una tira plateada que había en la pared y una puerta estrecha se deslizó hasta abrirse, revelando una escalera de caracol. Subieron los escalones hasta una ovalada habitación vacía en cuyas paredes se proyectaban videos en vivo de incendios forestales.
Un escalofrío se instaló en el cuerpo de Sophie al reconocer la ciudad.
—¿Por qué estás viendo los incendios incontrolados de San Diego? —Señaló hacia la vista aérea de California del Sur. Cinco líneas de fuego formaban casi un semicírculo perfecto alrededor de San Diego.
—¿Conoces la zona? —preguntó Quinlin.
—Sí, vivo allí.
El jadeó de Quinlin hizo que le zumbaran los oídos. Cuando Alden contempló las imágenes, se formaron unas finas líneas en su frente.
—¿Por qué no me dijiste que había incendios? —le preguntó a Fitz
—No sabía que eran importantes.
—Yo no te pedí que me dijeras lo que era importante. Te pedí que me dijeras todo —Alden se volvió hacia Quinlin y preguntó—. ¿Por qué estabas vigilando los incendios?
—Están ardiendo con fuego blanco. Contra el viento, como si fueran provocados por alguien que sabía lo que estaba haciendo. Además…, ¿no se parece a la señal?
Sophie no tenía ni idea de lo que era «la señal», pero no le gustaba nada como se profundizaron los surcos de preocupación en la frente de Alden.
—Supongo que así es cómo encontraste el artículo que me enviaste —murmuró—. Me preguntaba por qué estabas buscando allí. Descartamos esa área hace años.
—¿Qué artículo? —preguntó Quinlin.
—Aquél sobre una niña prodigio en San Diego, me llevó directamente hasta Sophie.
El reflejo de las brillantes llamas hizo que Quinlin luciera aún más agobiado cuando cambió su peso de un pie al otro.
—No te envié ningún artículo. ¿Tenía una nota mía?
Alden frunció el ceño.
—No, pero eras el único que sabía lo que andaba haciendo.
—No el único —dijo Quinlin en voz baja.
—¿Qué está pasando? —preguntó Sophie. No le importaba haber interrumpido, ni la advertencia que le intentaba comunicar Fitz moviendo las manos—. ¿Qué señal? ¿Qué está mal con los incendios? ¿Debería avisar a mi familia para que se vaya de ahí?
No poder leer las mentes se estaba volviendo más frustrante de lo que hubiera imaginado. Las respuestas que necesitaba estaban allí mismo a su alcance, pero ¿qué pasaría si la atrapaban tomándolas?
No quería descubrirlo.
—No hay razón para que te preocupes, Sophie —le prometió Alden—. Sé que todo esto te parece muy raro, pero te aseguro que tenemos todo bajo control.
El tono sereno de su voz le hizo sonrojarse. A lo mejor estaba exagerando.
—Lo siento. Es que ha sido un día muy extraño. Entre el chico que quería secuestrarme esta mañana y…
—¿Qué? —la interrumpió Quinlin, su mirada viajó varias veces de Sophie a Alden y viceversa—. ¿Era un…?
—¿Elfo? —terminó Alden—. Lo dudo.
—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó Quinlin.
Alden se volvió hacia Sophie.
—¿Por qué no pudo secuestrarte?
Sophie se estremeció recordando la desesperación en los ojos del secuestrador antes de que interviniera el señor Forkle.
—Mi vecino amenazó con llamar a la policía.
—¿Lo ves? —le dijo Alden a Quinlin—. Ellos nunca se habrían echado atrás tan fácilmente.
—¿Ellos? —A Sophie no le gustaba lo que la idea implicaba: una entidad sin rostro y sin nombre al acecho.
Alden sonrió.
—Me refería a un elfo, cualquier elfo. Has visto lo rápido que podemos saltar en la luz, si uno de nosotros en verdad estaba allí para atraparte ningún humano amenazando con llamar a las autoridades lo hubiera detenido. Simplemente te habrían cogido y saltado.
Sophie se estremeció al pensarlo.
—Pero, ¿qué hay de los incendios? ¿Por qué son blancos?
—El pirómano de seguro usó un acelerante químico. Los humanos adoran sus químicos. Lo investigaré —le prometió Alden—. Sigo pistas sospechosas todo el tiempo, y nunca conducen a nada. Los humanos siempre están haciendo cosas locas y peligrosas. Si no están prendiendo fuego a algo, están derramando petróleo en el océano o explotando algo. Cada vez que lo hacen investigo para asegurarme de que las cosas no se les vayan de las manos, pero eso nunca sale de esta habitación. La postura oficial del Consejo es dejar a los humanos a su suerte. Esa es otra razón por la que Quinlin trabaja aquí abajo: el Consejo raras veces se toma el tiempo de visitar e investigar qué estamos haciendo.
—Aunque Bronte tiene a su niñera sentada delante de mi despacho todo el día, tomando notas —refunfuñó Quinlin—. Al menos podría haber escogido a alguien que fuera una recepcionista decente.
Alden puso los ojos en blanco, luego volvió a sonreír.
—Al menos es igual de mala espiando. Deberías haber visto la cara de Bronte cuando se enteró sobre ella, creí que iba a salirle humo de las orejas.
Quinlin se echó a reír.
—Tiene que ser un récord, mantener ese secreto durante doce años.
—¿Por qué el Consejo no sabía que me estaban buscando? —Sophie tuvo que preguntar. ¿Por qué tanto secretismo?
—Bronte nos ordenó específicamente que ignoráramos la evidencia que habíamos encontrado sobre tu existencia —le explicó Alden—. Él creyó que el ADN que descubrimos era un fraude y que mi búsqueda era una pérdida de tiempo. Es por eso por lo que fue tan duro contigo hoy. No le gusta equivocarse, y realmente no le gusta saber que yo he estado trabajando a sus espaldas. Así que, ¿puedo confiar en que mantendrán esto en silencio? —Alden esperó a que Sophie y Fitz asintieran.
Sophie no pudo evitar sentir que algo faltaba por lo que no estaba lista para acceder.
—¿Me prometes que me mantendrás informada sobre los incendios?
Alden suspiró.
—Lo haré si hay algo importante, ¿de acuerdo?
Asintió, e intentó darle sentido a los fragmentos de información que había aprendido. ¿Por qué su ADN sería un fraude? ¿Cómo siquiera pudieron conseguirlo?
Alden se volvió hacia Quinlin.
—Envíame todo lo que tengas sobre los incendios. Necesito llevar a Sophie a casa.
—La información te estará esperando —le prometió Quinlin con una leve reverencia.
—Gracias. Me alegra haberte visto, amigo.
El paso de Alden se sintió apresurado cuando los condujo a Fitz y a ella escaleras abajo y pasó por delante de la recepcionista dedicándole únicamente una breve despedida con la cabeza. Paró otro carruaje de escorpión marino, pero esta vez Sophie estaba demasiado distraída para preocuparse por la criatura de aspecto malvado que los llevaba por los canales.
Hechos aleatorios flotaban en su mente. Prentice. Concordancia de ADN. Guardianes. Incendios blancos envolviendo la ciudad donde vivía. Una «señal», había mencionado Quinlin. ¿Una señal de qué?
¿Y por qué nadie podía leerle la mente?
Estaba lejos de hallar la respuesta cuando el carruaje redujo el ritmo hasta detenerse. Llegaron a una pequeña laguna costera azul tan alejada de la ciudad que los capiteles plateados no eran más que un diminuto destello en la distancia. Relucientes dunas blancas rodeaban la pequeña laguna y en la orilla oeste se levantaba una extraña estatua negra con una redonda base estrecha que se erguía al menos dos pisos de altura, en la parte superior había un amplio círculo hueco. Una película iridiscente titilaba desde el centro del círculo dándole al aparato una apariencia similar a la de una varita gigante de burbujas de jabón.
—Agárrense fuerte —dijo Alden mientras se colocaba entre Sophie y Fitz y los cogía a ambos de la mano.
Antes de que ella pudiera preguntar por qué, los pies de Alden se levantaron del suelo y sus fuertes brazos los jalaron mientras salía flotando del carruaje. Sophie apretó su mano con toda su fuerza, y mientras el suelo se hacía más y más lejano, chilló.
Se ruborizó al oír la risita de Fitz. Necesitaba mejorar en cómo mantener la calma.
Pero, ¿ahora los elfos podían levitar? ¿Qué no podían hacer?
—¿Quiero saber lo que estamos haciendo? —preguntó mientras Alden los guiaba hacia la estatua.
—Ya lo veras —le dijo Fitz.
Atravesaron el centro del círculo y la película iridiscente se estiró formando una gigantesca burbuja alrededor de ellos.
No pudo resistir tocar uno de los lados de la burbuja, la cual era cálida y húmeda como el interior de su mejilla. Un grave murmullo atrajo su atención.
Bajó la vista justo a tiempo para ver un gigantesco géiser salir disparado desde la laguna, lanzando la burbuja fuera de Atlantis.

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