Sophie tuvo que cubrirse la cara mientras examinaba su nuevo entorno. La enorme puerta metálica frente a ellos brillaba tanto como la luz del sol, casi cegándola.
—Bienvenida a Everglen —le dijo Fitz, guiándola hacia las puertas—. ¿Qué te parece?
—Es muy brillante.
Fitz se echó a reír.
—Sí. La puerta absorbe toda la luz para que nadie pueda saltar directamente dentro. Mi padre trabaja en el Consejo así que le gusta tener privacidad en casa.
—Supongo —Después de una mañana estresante era bueno saber que estaría a salvo, pero no pudo evitar preguntarse que estaban tratando de mantener afuera. Dudaba que King Kong pudiera traspasar esas enormes puertas.
Se oyó un leve chasquido y la puerta se abrió hacia dentro. Una impresionante figura estaba de pie al lado de un claro cubierto de hierba, rodeado de los mismos árboles grandes que había visto a lo largo del río de la capital. Llevaba una capa azul medianoche que le caía hasta el suelo y estaba sujeta alrededor de sus hombros con un broche con forma de alas con diamantes amarillos incrustados. Era alto y esbelto con los mismos vibrantes ojos verde azulado y el mismo ondulado pelo negro de Fitz. Era imposible pasar por alto el parecido familiar.
—Sophie, este es mi padre Alden —lo presentó Fitz.
Sophie no sabía si debía inclinarse, hacer una reverencia o estrecharle la mano. ¿Cómo se saludaba a un elfo? Se las arregló para dar un tímido saludo con la mano.
—Encantado de conocerte, Sophie —dijo Alden con un acento más marcado que el de Fitz—. Veo que Fitz no estaba bromeando sobre tus ojos cafés. Bastante inusual.
Sophie sintió que se le encendían las mejillas.
—Ah, mmmm. Sí.
Alden sonrió.
—No tienes por qué avergonzarte. Creo que el color es muy bonito, ¿verdad Fitz?
No fue capaz de mirar a Fitz cuando él se mostró de acuerdo. Su cara se sentía como si estuviera ardiendo.
—¿Le dijiste a alguien más dónde estaba Sophie? —preguntó Fitz.
—Solo al Consejo, ¿por qué?
—Sophie dice que alguien intentó capturarla esta mañana.
Alden abrió los ojos de par en par.
—¿Estás bien? —preguntó examinándola como si le estuviese buscando alguna herida.
—Sí. Nunca se acercó lo suficiente para cogerme, solo parecía como si quisiese hacerlo.
—Humanos —murmuró Alden.
—De hecho, Sophie piensa que pudo ser un elfo —le dijo Fitz.
Padre e hijo intercambiaron una mirada. Entonces Alden negó con la cabeza.
—El secuestro es un delito humano. Nunca he escuchado de un elfo que siquiera lo considere, mucho menos de uno que lo intente. ¿Qué te hizo pensar que era uno de nosotros?
—Puede que me haya equivocado —le respondió sintiéndose tonta y paranoica—. Es solo que no recuerdo haber oído sus pensamientos, y es algo que solo me ha pasado con Fitz. Y ahora contigo.
—Sí, Fitz me contó sobre tu telepatía —Se estiró para tocarle la frente—. ¿Te importa?
—Ammm —No quería ser maleducada, pero no pudo evitar retroceder un paso.
—No voy a hacerte daño, te lo aseguro. Me gustaría ver tus memorias del secuestrador, ¿está bien?
Le sorprendió que le pidiera permiso. Fitz en verdad tenía razón sobre las normas de los telépatas. Aunque, eso no significaba que le agradara la idea de que rebuscaran entre sus recuerdos.
Miró a Fitz y este asintió intentado tranquilizarla, pero fue la bondad en los ojos de su padre lo que hizo que aceptara.
Alden colocó dos dedos suavemente en sus sienes y cerró los ojos. Intentó quedarse quieta y no pensar en lo bien que se veía Fitz con esa chaqueta oscura, pero a medida que los segundos pasaban pudo sentir que las rodillas le empezaban a temblar.
—Bueno —dijo Alden mientras apartaba las manos—, de verdad eres una chica fascinante.
—Yo no la pude oír, ¿y tú? —preguntó Fitz con voz triunfante.
—No —Alden la cogió de las manos—. Bueno, investigaré lo que sucedió esta mañana, pero estoy seguro de que no tienes por qué preocuparte. Ahora estás aquí y nuestro mundo es completamente seguro…
Frunció el ceño y volvió la cabeza rápidamente hacia Fitz.
—Te dije específicamente que no la dejaras volver a saltar sin un nexo.
—Lo siento, lo olvidé. Sophie creyó ver al hombre que intentó capturarla, así que tuvimos que salir rápidamente, pero estamos bien. Nos cubrí.
—Ese no es el punto —Alden extendió la mano con la palma hacia arriba y Fitz sacó un pequeño brazalete negro del bolsillo de su chaqueta y se lo dio. Colocó el brazalete en la muñeca derecha de Sophie y le dio varias vueltas hasta que ajustó—. ¿Está cómodo?
Sophie asintió, mirando fijamente su nuevo accesorio. La ancha cinta tenía en el frente una solitaria joya azul verdoso, un rectángulo gris por detrás y complicados símbolos grabados alrededor. Parpadeó al darse cuenta de que eran letras. Letras que formaban vocablos indescifrables, lo cual era una manera bastante rara de adornar un brazalete. Pero, ¿qué no era raro en ese mundo?
Alden giró otra vez el brazalete y este chasqueó rotundamente.
—Ya está. En su sitio.
—Am, ¿qué es esto?
—Una medida de seguridad. Tu cuerpo tiene que romperse en pequeñas partículas para que la luz te arrastre y el nexo contiene juntas esas partículas hasta que tu concentración sea lo suficientemente fuerte para hacerlo por ti misma. Fitz no debió haberte dejado saltar sin uno, aun con la estresante circunstancia.
—Pero Fitz no tiene —Señaló su muñeca desnuda.
—Me lo quité pronto. Mi concentración es lo suficientemente fuerte para tres personas, y es por eso que estamos bien. Sophie ni siquiera se desvaneció un poco y lo sabes.
—Solo los necios sobreestiman sus capacidades, hijo. Nunca te ha tocado ver cómo alguien se desvanece. Quizás si te hubiera pasado serías más cauteloso.
Fitz clavó su mirada en el suelo.
—¿Qué significa desvanecerse? —preguntó Sophie en voz baja.
Alden respondió después de un momento y parecía como si estuviese observando un recuerdo.
—Es cuando pierdes mucho de ti mismo en un salto. Tu cuerpo no es capaz de reconstruirse completamente y al final la luz jala lo que queda de ti y estás perdido para siempre.
Se le puso la piel de gallina. Alden se aclaró la garganta.
—Solo ha pasado pocas veces y preferimos que se quede así —Le lanzó una mirada reprobadora a Fitz.
Fitz se encogió de hombros.
—Bien, la próxima vez que me envíes en una misión secreta a buscar una elfa perdida desde hace tiempo, me aseguraré de ponerle el nexo antes de hacerla saltar aquí.
Alden parecía tener ganas de sonreír mientras le hacía un ademán a ambos para que lo siguieran por el camino.
—No deberíamos hacer esperar más a nuestros huéspedes.
Sophie se frotó las manos en sus jeans y respiró profundo antes de seguirlo por el estrecho sendero flanqueado de árboles en flor azules y rojos, rosas y violetas, de todos los colores del arcoíris. El aire estaba tan cargado del aroma de las flores que casi la mareaba. Era un cambio agradable después de haber respirado el aire lleno de humo de casa.
—Exactamente, ¿cómo esta prueba va a decidir mi futuro?
—Te van a probar para ver si calificas para Luminiscencia —Fitz hizo una pausa como si aquello significara algo.
—¿Qué eso no es una cualidad de los hongos bioluminiscentes? —preguntó.
Alden se carcajeó. Fitz pareció ofenderse un poco.
—Es nuestra academia más prestigiosa.
—¿Nombraron su academia más prestigiosa en honor a los hongos?
—Luminiscencia representa un haz de luz en un mundo oscuro.
—Pero… una luz que viene de los hongos.
Fitz puso los ojos en blanco.
—¿Quieres dejar de decir la palabra «hongo»? Solo aquellos con los talentos más fuertes son aptos para Luminiscencia y si no entras ya puedes irte despidiendo de tu futuro.
Alden puso una mano sobre el hombro de Sophie.
—Tienes que perdonar a mi hijo. Está muy orgulloso de ir a Luminiscencia y, desde luego, es todo un mérito. Pero no dejes que te preocupe. Los primeros cursos son una especie de prueba para ver quien desarrolla habilidades que los haga aptos para continuar con sus estudios.
La idea de asistir a una academia élfica hacía que su cabeza diera vueltas. ¿Tendría que escaparse cada día? No veía la manera de que aquello pudiera funcionar, además dudaba de que sus padres la dejaran saltar en la luz a una academia élfica secreta.
Si es que de verdad eran sus padres…
Los escalofríos se mezclaron con una náusea repentina mientras los problemas de la noche anterior volvían a aparecer, pero empujó ese enfermizo pensamiento a un oscuro rincón de su mente.
Un problema a la vez.
—¿Va a ser difícil entrar en Luminiscencia? —preguntó.
—El consejero Bronte es difícil de impresionar —admitió Alden—. Considera que tu infancia y tu falta de educación apropiada deberían descalificarte. Además, a él no le gustan las sorpresas. El Consejo no tenía ni idea de que existieras hasta el día de hoy, y él está algo más que molesto. Pero solo necesitas dos votos de tres. Solo haz lo mejor que puedas.
¿El Consejo no sabía que ella existía? Entonces ¿por qué Fitz dijo que llevaban doce años buscándola?
Antes de que Sophie pudiera preguntar, llegaron a otro claro, y todos sus pensamientos lógicos se desvanecieron.
Docenas de criaturas bajas con piel marrón y enormes ojos grises cuidaban un jardín que pertenecía a los cuentos de hadas. Plantas frondosas crecían a lo largo del claro, al lado del camino y en diagonal a este. Una de las criaturas pasó arrastrando los pies cargando una cesta repleta de centellantes frutas moradas.
—¿Qué…? —Fue la única palabra salió de su boca.
—Supongo que no te imaginabas así a los gnomos, ¿verdad? —preguntó Alden.
—Ummm, no —Esos definitivamente no eran pequeños ancianos con sombreros en forma de punta, como las figuras de jardín del señor Forkle—. Así que… ¿tienen gnomos como sirvientes?
Alden se detuvo para mirarla fijamente.
—Nosotros nunca tendríamos sirvientes. Los gnomos escogieron vivir con nosotros porque es más seguro en nuestro mundo, y nos ayudan a mantener los jardines porque les gusta hacerlo. Tenemos el privilegio de contar con ellos. A la hora del almuerzo podrás probar por primera vez los productos gnómicos. Te van a encantar.
Sophie observó a un gnomo sacar de la tierra babosos tubérculos amarillentos que parecían enormes babosas. Esperaba que no formaran parte del menú.
Apartó la mirada de la insólita escena mientras Alden la guiaba fuera del jardín y la llevaba hacia un prado con una casa en el centro, tan enorme y elegante que no podía creer que alguien pudiera llamarla «hogar». Parte castillo, parte mansión estaba casi toda construida de cristal intrincadamente tallado y, entre los numerosos torreones y gabletes se alzaba una torre parecida a un faro.
Atravesaron dos enormes puertas hechas de plata trenzada y entraron en un vestíbulo circular que resplandecía como un prisma contra la luz solar.
—Por aquí —le indicó Alden
La cogió de la mano y la guio por el pasillo más amplio, el cual estaba flanqueado con una serie de fuentes las cuales botaban coloridos chorros de agua sobre sus cabezas. El pasillo terminaba en una puerta doble incrustada con un mosaico de piedras preciosas: dos unicornios de diamantes corriendo en un campo de flores de amatistas. No pudo evitar pensar en lo rica que debía ser la familia de Fitz para poder vivir en un lugar como ese. Aunque todo lo que había visto en el mundo élfico mostraba riqueza. Era bastante intimidante.
Alden le apretó la mano.
—No tienes de que asustarte.
Intentó obligarse a creerle mientras Fitz jalaba las puertas y los conducía hacia el elegante salón. Unas delgadas cortinas de seda cubrían las paredes de cristal, llamando la atención hacia la enorme lámpara —una cascada de largos cristales resplandecientes— que colgaba sobre la mesa redonda con bandejas abovedadas y lujosas copas. Tres figuras con tiaras en la frente las cuales tenían cristales incrustados se levantaron de las afelpadas sillas con forma de trono que rodeaban la mesa.
Dos segundos después se dio cuenta de que debía haber hecho una reverencia, aunque no era como si supiera hacerla.
Miró fijamente sus capas plateadas que estaban sujetas en la base del cuello con un broche que parecía una brillante llave dorada, y se sintió horriblemente desnuda. Todos llevaban joyas y elegantes telas excepto ella y Fitz, y eso que él iba «disfrazado».
—Consejeros, ella es Sophie Foster —Alden la presentó con una rápida reverencia—. Sophie ellos son Kenric, Oralie y Bronte.
Kenric tenía la fisonomía de jugador de fútbol americano, rebelde cabello rojo y una amplia sonrisa. Oralie parecía una princesa hada con mejillas sonrosadas y largos rizos dorados. Y luego estaba Bronte.
En cuanto se topó con su fría mirada, enseguida comprendió lo que Alden quería decir sobre él siendo difícil de impresionar. Era el más pequeño de los tres, tenía el cabello castaño a ras y rasgos afilados. No era feo, pero había algo extraño en su aspecto que no acababa de determinar.
Jadeó cuando se dio cuenta de lo que era.
—¿Qué? —demandó Bronte.
Cinco pares de ojos azules se clavaron en ella mientras miraba al suelo y murmuraba:
—Lo siento. Me sorprendió ver sus orejas.
—¿Mis orejas? —repitió Bronte confundido.
El cuerpo entero de Fitz se sacudió con una enorme carcajada. Sophie empezó a retorcerse avergonzada mientras uno a uno los demás se unían a Fitz. A Bronte no le hacía gracia que lo dejaran fuera de la broma.
—Creo que está sorprendida de que tus orejas sean… puntiagudas —respondió por fin Alden—. Nuestras orejas cambian de forma con la edad. Al final, nos sucederá a todos.
—¿Tendré orejas puntiagudas? —Colocó rápidamente sus manos en su cabeza como si ya se hubieran transformado.
—No antes de unos miles de años —le prometió Alden—, y dudo que para entonces te importe mucho.
Sophie se dejó caer en una silla notando a duras penas que Fitz se sentaba a su lado. Su cerebro estaba en modo de repetición automática. «Miles de años, miles de años, miles de años».
—¿Cuánto viven los elfos? —preguntó.
Todos se veían jóvenes y vigorosos, incluso Bronte.
—No lo sabemos —dijo Kenric, acercando su silla más de lo necesario a la de Oralie—, hasta el momento nadie se ha muerto de vejez.
Sophie se frotó la frente. Su cerebro literalmente le dolía de tanto esforzarse por entender esto.
—Así que están diciendo que los elfos son… ¿inmortales?
—No —Un rastro de tristeza se escondía en la voz de Alden—, podemos morir, pero nuestros cuerpos dejan de envejecer cuando llegamos a la adultez. No nos salen arrugas ni se nos pone el pelo gris. Solo nuestras orejas envejecen —Le sonrió a Bronte, quien lo miró con advertencia—. Bronte pertenece a un grupo que llamamos los Antiguos, por eso sus orejas son tan distintas. Por favor, sírvanse —añadió señalando las bandejas ovaladas frente a cada uno.
Sophie se destapó las orejas y se esforzó por ocultar su mueca. Ese montón de tiras negras y la blanda y pegajosa sustancia morada no decía exactamente «cómeme». Se obligó a probar un bocado y quedó perpleja al descubrir que aquel trozo de masa violácea sabía a la hamburguesa de queso más jugosa que había probado.
—¿Qué es esta cosa?
—Es raíz de carniza machacada. Las tiras negras son hojas de ocre —le explicó Alden.
Probó una hoja.
—Sabe a pollo.
—¿Comen animales? —le preguntó Fitz como si le estuviera preguntando si comían residuos tóxicos.
Sophie asintió moviéndose incomoda al ver la expresión de desagrado de Fitz.
—Deduzco que los elfos son vegetarianos.
Todos asintieron.
Tomó otro bocado para esconder su horror. No era que le gustara comer animales, pero no podía imaginar vivir solo de vegetales. Por supuesto, si los vegetales sabían a hamburguesas de queso, quizás no sería tan malo.
—Así que… Sophie —Bronte pronunció con desprecio su nombre como si le molestara decirlo—. Alden me dijo que eres una telépata.
Se tragó el bocado y este le cayó en el estomagó como un golpe seco. Se sentía mal hablar de su secreto tan abiertamente.
—Sí. Ha leído mentes desde que tenía cinco años, ¿verdad Sophie? —le preguntó Alden cuando ella no respondió.
Sophie asintió.
Kenric y Oralie se quedaron con la boca abierta.
—Es la cosa más absurda que he oído —discutió Bronte.
—Es inusual —le corrigió Alden.
—Entonces veamos qué tan buena eres. Dime qué estoy pensando.
La boca de Sophie se secó cuando todos guardaron silencio esperándola.
Miró con disimulo a Fitz recordando sus advertencias sobre las reglas de la telepatía.
—Él te dio permiso —le dijo Fitz.
Sophie asintió respirando profundamente para calmarse. Al parecer, la prueba había comenzado.
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