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La guardiana de las ciudades perdidas capítulo 8

Ilustración del mapa por Francesca Baerald

Publicado el 26 de junio del 2024

Capítulo ocho


Sophie necesitaba pasar la prueba. Quería recibir la educación apropiada que Fitz había mencionado. Quería aprender como realmente funcionaba el mundo. Así que cerró los ojos, intentando relajarse lo suficiente para concentrarse.

Lo alcanzó con su mente como había hecho el día anterior con Fitz. La mente de Bronte se sentía diferente de la de él, de alguna manera era más profunda, como si estuviera expandiendo su sombra mental mucho más lejos. Y cuando finalmente sintió sus pensamientos, estos eran más como una gélida ráfaga que una suave brisa.

—Está pensando que es el único en esta mesa con algo de sentido común —anunció—. Y está harto de que Kenric no pare de mirar fijamente a Oralie.

Bronte abrió la boca con sorpresa y la cara de Kenric se puso tan roja como su pelo. Oralie bajó la vista hacia su bandeja y se le sonrosaron las mejillas.

—Entonces, supongo que es cierto, ¿no? —preguntó Alden, escondiendo su sonrisa detrás de su mano.

Bronte asintió, luciendo enfadado, disgustado e incrédulo al mismo tiempo.

—¿Cómo puede ser? Una mente antigua es casi impenetrable.

—La palabra clave allí es «casi» —le recordó Alden—. No te sientas mal, también traspasó el bloqueo de Fitz.

El sentimiento de culpa creció en su conciencia cuando vio como Fitz se ruborizaba. Especialmente cuando Bronte sonrió y dijo:

—Parece que el chico de oro de Alden no es tan infalible como todos piensan.

—Más bien es que Sophie es excepcionalmente especial —le corrigió Alden—. Ayer Fitz también la vio levantar más de diez veces su peso con telequinesis.

—¡Estás bromeando! —jadeó Kenric, recuperándose de su vergüenza—. ¿A su edad? Eso lo tengo que ver.

Sophie se encogió en su silla.

—Pero… no sé cómo lo hice. Simplemente pasó.

—Solo relájate. ¿Por qué no lo intentas con algo pequeño? —Alden señaló la copa de cristal frente a ella.

Eso no sonaba tan difícil… y quizás era como con su telepatía: otro sentido que debía aprender a manejar.

Volvió a reproducir el accidente, recordando cómo había encontrado la fuerza en su interior y la había sacado a través de sus dedos. ¿Podría volverlo a hacer?

Levantó el brazo y se imaginó alzando la copa con una mano invisible. No pasó nada durante unos segundos, y le empezaron a sudar las palmas de las manos. Entonces algo empezó a jalar en su estómago y el cristal levitó por encima de la mesa.

Miró la copa, maravillada.

—Lo hice.

—¿Eso es todo? —resopló Bronte, poco impresionado.

¿Necesitaba más? ¿En serio?

—Dale un segundo. Todavía se está acostumbrando a su habilidad —Alden puso una mano sobre el hombro de Sophie.

—Respira profundo, relájate y entonces mira que más puedes hacer. Y recuerda que tu mente no tiene límites a diferencia de tu cuerpo.

La apacible seguridad de Alden le dio el coraje de intentarlo con más esmero. Intentó pensar en la pista que él le dio. Sin límites. ¿Qué querría decir?

Quizás podía levantar más de una cosa a la vez. Exhaló, y pretendió que tenía cinco manos imaginarias más para extender. El tirón en su barriga fue más agudo, pero valió la pena cuando las otras copas se levantaron como platillos voladores de cristal.

Kenric aplaudió.

—Excelente control.

Se le sonrojaron las mejillas al oír el halago.

—Gracias.

Bronte bufó.

—Son un par de vasos. Creí que se suponía era capaz de levantar diez veces su peso.

Se mordió el labio. No estaba segura cuánto más podía manejar, pero estaba decidida a impresionarlo.

Debía ser mucho más fuerte de lo que pensaba ¿si no de que otra manera había sido capaz de detener la farola? Volvió a respirar profundo y empujó cada onza de la fuerza que podía sentir en su centro hacia la silla vacía que estaba al lado de Bronte.

Un jadeó colectivo resonó en el aire cuando tres sillas se levantaron del suelo, incluida la silla en la que Bronte estaba sentado.

—Increíble —susurró Alden.

No tuvo tiempo de celebrar. Su estómago se encalambró por el esfuerzo y su agarre se rompió. Gritó cuando las copas se hicieron añicos contra la mesa y las sillas se estrellaron contra el suelo, volcando a Bronte de espaldas con un estruendo.

Durante un segundo, nadie dijo nada solo miraban fijamente con la boca abierta por la sorpresa. Pero, cuando el Consejero vociferó para que alguien lo ayudara a levantarse todo el mundo estalló en risas.

Todos menos ella. Había tirado a uno de los consejeros. Estaba bastante segura de que había sellado su futuro para siempre con ese error.

Kenric le dio unas palmaditas en la espalda sacándola de sus preocupaciones.

—Nunca he visto semejante talento natural. Incluso hablas naturalmente nuestro lenguaje. Tu acento es perfecto, casi tan perfecto como el de estos chicos —Señaló a Alden y a Fitz.

—Perdón, ¿qué? —dijo Sophie asumiendo que lo había oído mal.

Fitz se echó a reír.

—Llevas hablando la lengua Lumenaria desde que saltamos aquí, igual que hiciste ayer.

Estaba hablando en otra lengua…¿con acento?

—Nuestro lenguaje es instintivo —le explicó Alden—. Lo hablamos desde el nacimiento. Estoy seguro de que la gente pensaba que eras un bebé muy interesante. Sin embargo, para los humanos nuestro lenguaje suena como un balbuceo.

Sus padres siempre estaban bromeando sobre lo ruidosa que era de bebé. Agarró la mesa.

—¿Hay alguna palabra en su lengua que suene como «Soybean»?

—¿Soybean? —preguntó Alden.

—Lo decía de bebé. Mis padres pensaron que estaba intentando pronunciar mi nombre, pero lo hacía mal. Incluso se convirtió en mi apodo, el cual es realmente molesto —Se ruborizó cuando Fitz soltó una risilla junto a ella.

Kenric se encogió de hombros.

—No sé qué puede ser.

Fitz y Oralie asintieron, pero Alden se veía pálido.

—¿Qué es? —le preguntó Bronte, todavía sacudiéndose la capa luego de su caída.

—Seguramente nada —Alden les quitó importancia a las palabras con un gesto de la mano.

—Yo decidiré si no es nada —insistió Bronte.

Alden suspiró.

—Es… posible que estuviese diciendo suldreen. Pero es poco probable.

Bronte apretó los labios hasta que solo fueron una línea.

—¿Qué significa suldreen? —preguntó Sophie.

Alden vaciló antes de contestar.

—Es el nombre propio de una alondra de luna, una especie rara de pájaro.

—¿Y eso es malo por…?

Odiaba la forma en que todos la estaban mirando, como si fuese un rompecabezas que no podían resolver. Los adultos siempre la miraban de esa manera, pero normalmente podía oír sus pensamientos y saber por qué estaban tan preocupados. Ahora extrañaba eso.

—No es malo, solo interesante —dijo Alden en voz baja.

Bronte resopló.

—Lo que es, es problemático.

—¿Por qué sería problemático? —le preguntó.

—Porque sería una incómoda coincidencia. Pero lo más seguro es que estuvieras intentando pronunciar tu nombre. Lo oías constantemente, así que es normal que lo intentaras repetir —dijo Alden, como si quisiera convencerse a sí mismo tanto como a ella.

—Bueno, yo creo que ya he oído lo suficiente como para tomar mi decisión —vociferó Bronte apartando todos los pensamientos sobre alondras de luna de la cabeza de Sophie—. Voto en contra. Y no me van a convencer de lo contrario.

A Sophie no le sorprendió, pero tampoco pudo hacer a un lado su pánico. ¿Había fallado?

Kenric sacudió la cabeza.

—Estás siendo absurdo. Voto a favor. Y no vas a convencerme de lo contrario.

Contuvo la respiración mientras todas las miradas se volvían hacia Oralie para el voto final. Ella no había dicho ni una palabra en todo ese tiempo así que no tenía idea cuál era su posición.

—Dame la mano, Sophie —le dijo Oralie, con una voz tan frágil y dulce como su rostro.

—Oralie es una émpata —explicó Fitz—. Puede sentir tus emociones.

Su brazo tembló mientras extendía la mano. Oralie la agarró con delicadeza.

—Siento mucho miedo y confusión —susurró Oralie—. Pero nunca he sentido tanta sinceridad. Y hay algo más… no sé si pueda describirlo —Abrió sus enormes ojos celeste y la miró fijamente—. Tienes mi voto.

Alden aplaudió mientras sonreía de oreja a oreja.

—Entonces, eso lo decide.

—Por ahora —le corrigió Bronte—. Esto será reconsiderado. Me aseguraré de ello.

La sonrisa de Alden se desvaneció.

—¿Cuándo?

—Deberíamos esperar hasta finales de año. Darle a Sophie un tiempo para adaptarse —anunció Kenric.

—Excelente —convino Alden.

—Tontos —gruñó Bronte—. Invoco mi derecho como consejero veterano para exigir un escrutinio.

Alden se levantó mientras asentía.

—Ya lo había planeado. Arreglé todo para llevarla con Quinlin tan pronto acabemos aquí.

Sophie sabía que seguramente debía celebrar, pero estaba demasiado ocupada intentando descifrar el significado de «escrutinio». Eso no sonaba nada divertido.

—¿Qué es un escrutinio? —le preguntó a Fitz mientras Alden acompañaba a todos fuera de la habitación.

Fitz se recostó en su silla.

—Una manera diferente de leer tu mente. No es gran cosa. Sucede constantemente cuando entrenas la telepatía, lo que al parecer es lo que harás. No puedo creer que hayas aprobado, por un minuto pareció estar incierto.

—Lo sé —suspiró Sophie—. ¿Por qué Bronte exigió un escrutinio?

—Porque es insoportable. Bueno eso y creo que también porque está preocupado de que mi padre no pudo leerte la mente.

—¿Preocupado?

—Supongo que «molesto» es una mejor palabra. Mi padre es realmente bueno, y yo también —Esbozó una rápida sonrisa arrogante—, así que, si nosotros no podemos leer tu mente, es algo como ¿quién podrá?

—De acuerdo —dijo Sophie e intentó darle sentido a lo que él estaba diciendo—. Pero ¿por qué le importa si nadie puede leerme la mente?

—Probablemente por tu crianza.

Respiró profundo, reticente de decir sus próximas palabras.

—Quieres decir, el hecho de que mi familia es humana y yo no.

Pasó un momento antes de que él asintiera.

Una sensación de vacío explotó en su interior. Así que no era un error, en verdad no estaba emparentada con su familia… y Fitz lo sabía. Él no la miraba y pudo notar que estaba incómodo. Ahogó el dolor, reservándolo para más tarde cuando fuera capaz de lidiar con él a solas. Se aclaró la garganta, e intentó hablar con normalidad.

—¿Por qué eso le preocuparía?

—Porque nunca ha pasado.

La cálida y resplandeciente habitación se sintió fría de repente.

—¿Nunca?

—No.

Era una pequeña palabra, pero las insinuaciones que llevaba eran enormes.

¿Por qué estaba viviendo con humanos?

Antes de que se lo pudiera preguntar, Alden entró nuevamente en la sala.

—Sophie, ¿por qué no vienes conmigo y te conseguimos algo más para que vistas? Fitz, será mejor que te cambies también.

Sophie dudó. Lo más seguro es que debería hacer que la llevaran a casa, a esas alturas sus padres ya debían saber que se había saltado las clases. Por otro lado, ya estaba en problemas, así que bien podía postergar el castigo el mayor tiempo posible. Además, todavía no estaba lista para volver a casa. Necesitaba más respuestas.

—¿Adónde vamos? —preguntó mientras lo seguía fuera del salón.

Alden sonrió.

—¿Cómo te gustaría ver Atlantis?

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