Con la idea de mi conscripción alentándome, terminé uniéndome también al grupo de estudio de las fuerzas armadas, aunque todo eso me confundía. ¿Por qué algún mago escogería unirse a las fuerzas armadas y volverse un oficial cuando eso significaba, con casi toda seguridad, que terminaría en las líneas de frente? Supongo que solo los magos a los que les gustaba hacer explotar las cosas se unirían.
Era una extraña yuxtaposición el estudiar cómo destruir a alguien un día y luego al día siguiente estudiar cómo sanarlo, pero sin duda alguna ambas habilidades me vendrían bien. Y al menos cuando los aprendices de las fuerzas armadas se reunían, no tenía los ojos de Lucas clavados en mí. Al parecer su segunda disciplina era cuerpos de seguridad. No era que hubiera estado prestándole atención, ni nada por el estilo.
Probé en mi misma algunas de las composiciones curativas más simples, mientras estaba en la privacidad de mi habitación, pero no tenía donde experimentar el tipo de composiciones usadas en las fuerzas armadas. Incluso las menos violentas, usadas para rastrear los movimientos enemigos o para ocultar nuestras propias tropas, no se prestaban para usarse dentro de la Academia.
Aunque Córalie me aseguró que tendría bastantes oportunidades de practicarlas durante mi segundo año.
—Recuerda, la clase de combate se moverá a la arena —Se estremeció—, y entonces nuestras peleas incluirán, además de las armas, composiciones. Ya estoy aterrada de enfrentarme a Dariela o a Weston. Me despedazarán.
Noté su obvio intento de evitar mirar en mi dirección.
—No necesito que me recuerden lo que me harán si tienen la oportunidad —dije— Eso solo es una razón más por la que debo estudiar ahora. Podrías acompañarme, ¿sabes?
—En realidad es una idea muy sabia —dijo Finnian desde el otro lado de la mesa.
Lo observé.
—Pero, déjame adivinar, ninguno de ustedes me acompañará.
Sonrió ampliamente.
—Querías que nos esforzáramos más por comprender a los comunes, bueno aquí hay algo de conocimiento sobre nosotros los magos: es una antigua y honrada tradición de la Academia evitar tanto trabajo como sea posible. Los aprendices han estado estudiando y perfeccionando esas técnicas por años —Me guiñó el ojo.
—Lucas está en las clases.
Agitó el aire con una mano.
—Oh, la realeza no es igual al resto de nosotros. De seguro ya notaste eso.
Le lancé un panecillo y me di por vencida en intentar convencerlos de acompañarme en las clases.
Mis estudios me consumían tanto tiempo que no me había aventurado fuera de la Academia desde que fui arrastrada ante el Consejo de Magos. Pero, justo al final de la primavera, el brillante cielo azul de un día particularmente cálido, me tentó demasiado como para quedarme sentada leyendo.
Córalie había desaparecido en algún lugar, dado que hace mucho tiempo había renunciado a la esperanza de que me uniera a ella en nuestro día de descanso, así que me aventuré sola fuera de la Academia. El aroma de la llegada del verano me recordó que la Academia suspendería sus clases a mitad de año, durante los meses más cálidos, y esperaba tener la oportunidad de regresar a casa a ver a mi familia. Solo podía imaginar lo que Clemmy diría si volvía a casa solo para admitir que, durante mi estancia de casi un año, no había visto nada de la capital.
Deseé tener algo de dinero para así poder comprarle a mi hermanita algo lindo en alguno de los mercados de la ciudad, pero no tenía forma de recaudar fondos. Aun sí pudiera ser capaz de escribir una composición, los aprendices tenían prohibido venderlas hasta que se graduaran y adquirieran el completo estatus de magos. Desde luego, en ese momento pocos escogerían en verdad hacerlo. Y aunque yo quisiera, aquel permiso no me haría mucho bien. No a menos que encontrara alguien que necesitara hacer algo de inmediato en vez de esperar adquirir posesión de la composición para usarla a su conveniencia.
De todas formas, no tenía ninguna expectativa real de graduarme, pero aun así me encontré soñando sobre las formas que podría vender mis servicios, mientras caminaba deprisa frente a las mansiones de las familias de magos, que ocupaban las calles cerca de la Academia. La sanación parecía ser la respuesta más obvia, y una vez más decidí no dejar las clases de sanación hasta que la necesidad me alejara a la fuerza de la Academia.
Ya había buscado las composiciones que podrían curar a Clemmy. Algunas de las más simples que aliviarían dolencias específicas estaban dentro de mi nivel de habilidad actual, pero curar el problema subyacente de su sistema inmune débil, sería mucho más complejo. Lo más seguro es que requiriera una formación en la disciplina sanadora antes de alcanzar ese control y entendimiento del cuerpo humano.
Me encantaba la idea de poder hablar y verla mejorarse de inmediato, pero el espectro del duque Lennox me recordó que cualquier intento, incluso el de curar un insignificante resfriado, sería imprudente. Mientras que los otros aprendices tenían permitido practicar sus composiciones bajo la supervisión de sus familias, dudaba seriamente que aquel mismo permiso se extendiera a mí. Ninguno de los magos quería que compusiera lejos de los vigilantes ojos de la Academia. Y no planeaba darles a los jefes Stantorn y Devoras una razón para arrestarme.
Cuando las barandillas que protegían las mansiones de los magos dieron paso a los escaparates de las tiendas, disminuí la velocidad. Estas eran tiendas mucho más grandes de las que frecuentaría alguna vez —aun sí tenía dinero—, pero igual me interesaban.
Miré las telas hermosas, la deslumbrante joyería, y las especias exóticas y exquisitas a través de los grandes paneles de vidrio. Una de las tiendas estaba totalmente llena de juguetes intricados y complejos para niños, mientras otra tenía cada variedad de herramientas de escritura que se pudiera imaginar.
Mis pasos disminuyeron aún más cuando pasé una tienda llena de estanterías de libros. El dueño me sonrió, invitándome a entrar, desde el otro lado del cristal, y me aparté rápidamente, aumentando el paso antes de recordar que estaba usando mi túnica blanca. Con razón se vio acogedor en vez de amenazante. Asumió que era una maga de nacimiento.
Debía ser un mago, tal vez uno proveniente de las familias menores, para que le permitirán pasar sus días rodeado de palabras.
Cuando las tiendas se acabaron, la parte de los comunes en la ciudad comenzó, y mis pasos se aceleraron. Esta era el área que quería visitar. El área en la cual mi familia soñaba vivir algún día.
Me distraje intentando adivinar la función de los edificios de arenisca roja independientes que pasaba. Al menos uno parecía ser una clínica, y otro estaba marcado como el centro del cuerpo de seguridad, la marca que usaron era el símbolo que los comunes usaban para designar el cuerpo de seguridad. Un pequeño parque casi me hace desviar del camino, el pasto estaba lleno de niños corriendo y riendo, pero mi nariz me incitó a continuar. Debía estar cerca del mercado.
Mientras lo buscaba, me deleité ante el pensamiento de mi familia viviendo tan cerca de todos estos recursos. Cuán satisfactorias serían sus vidas viviendo aquí en Corrin en vez de estar atrapados, como lo estaban ahora, en los confines de Kíngslee y en el interminable trabajo diario de su tienda.
La plaza del mercado pronto apareció a un costado, atiborrada de gente afanada que se abría paso entre aquellas personas que iban más lento, aquellos que estaban allí para hablar y buscar con calma a lo largo de los puestos. El rugido de mi estómago me hizo desear haberle rogado a alguien del personal de la cocina de la Academia que me diera un almuerzo para llevar, pero ya era demasiado tarde para ello.
Me zambullí entre la multitud, lista para abrirme paso a codazos como siempre había tenido que hacer durante las reuniones de la aldea, pero para mi sorpresa la multitud se separó para mí. Nadie me prestó mucha atención, pero, de alguna manera, donde quiera que caminaba un espacio se abría a mi alrededor.
Por un momento me sentí desconcertada, mientras examinaba la multitud que me rodeaba con confusión. Y entonces un destello de blanco hizo que mentalmente me pateara a mí misma. Una vez más había olvidado mi túnica.
Deseé haberla dejado en la Academia. Había planeado pasar algunas horas entre los de mi clase, pero claramente me veía fuera de lugar aquí. Su falta de curiosidad sugería que no era la primera aprendiz o estudiante universitaria a la que le faltaba el dinero necesario para comprar en las costosas tiendas de magos, pero eso tampoco significaba que perteneciera aquí.
Quise gritarles a las personas que pasaba: «¡no soy una maga!», pero me mordí la lengua.
Después de todo mi túnica me delataba. Era una maga, aún si los mismísimos magos no podían aceptarme. Y entonces me golpeó con fuerza cegadora lo que eso significaba. Había estado ansiosa por regresar pronto a casa, pero ahora no tendría un mejor lugar en mi aldea de lo que lo tenía en este mercado. Me había vuelto una extraña hibrida que vivía inquieta entre los magos, esperando a menudo que se volvieran contra mí, pero ya tampoco tenía un hogar entre los comunes.
Sin dinero para comprar algo, y sin poder disfrutar de la anonimidad, pronto salí del mercado. Cuando regresé a la calle me integré un poco más, perdiéndome en el tráfico de caballos, carretas, carruajes y otros peatones. Cuando un peatón cerca de mí me esquivó, al menos pude pretender que se movió para evitar un caballo o un parche irregular en los adoquines.
Los altos edificios de piedra gris en esta parte de la ciudad parecían monótonos, pero las macetas de balcón que había por todos lados lo compensaban. Recordé haberlas notado cuando entré por primera vez a Corrin el otoño pasado. No obstante, en este momento estaban llenas de vida con flores y vividos colores alegres.
Intenté concentrarme en ellas, ya que no tenían ojos que apartaran su mirada de la mía, pero una estridente voz de nuevo volvió mi atención a los que estaban en las calles.
—¡Déjeme en paz, mujer!
Un hombre con túnica roja empujó a una mujer común que estaba apretujándose muy de cerca contra él. Su rostro estaba lleno de lágrimas, su expresión era histérica y no parecía ser consciente de la escena que estaba creando.
—Se lo dijo, necesito reportar un crimen.
—¿Parezco un secretario? Déjeme ir.
—¡Pero se está escapando!
El hombre bajó la mirada hacia la mujer, fulminándola.
—No. Me. Importa. Todos ustedes siempre están volviéndose unos contra otros. Tengo cosas más importantes por las que preocuparme.
Mis pasos se detuvieron mientras lo miraba en estado de shock. Tenía una túnica roja y claramente había estado descendiendo las escaleras de un edificio de arenisca grande marcado con el símbolo del cuerpo de seguridad. Él había escogido esa disciplina, ¿cómo podía ser tan insensible sobre un reporte de crimen?
La rabia ardió en mi interior. Era claro que solo le importaban los crímenes contra los magos.
Di un paso al frente con la intención de enfrentarlo, pero él le dio un último empujón a la mujer, con la suficiente fuerza como para tirarla al suelo, y se marchó airado de allí antes de que pudiera llegar a ellos.
De todas maneras, continué caminando deprisa, queriendo ayudar a la mujer a levantarse, pero un guardia con uniforme rojo y un secretario —miembros comunes del cuerpo de seguridad— bajaron corriendo las escaleras del edificio para asistirla. Mis pies continuaron llevándome hacia ellos, mi enojo hacía que me fuera imposible marcharme, pero una mano agarró mi brazo.
Deteniéndome abruptamente, me volví para confrontar un par de ojos verdes familiares.
—¡Suéltame! —Mi rabia se volcó sobre el príncipe, pero él no se encogió ni me soltó.
—Ella no quiere tu ayuda —Su voz sonó más suave de lo que esperé, y me hizo detenerme a pensar, parpadeé, mirándolo con confusión.
—¿De qué estás…?
Hizo un gesto hacia mi túnica blanca, y contuve un gruñido frustrado. ¿Cómo pude haberla olvidado de nuevo?
Me desaminé y me relajé bajo su agarré. Lucas de inmediato me soltó y dio un paso atrás. Cuando volví a mirar a la mujer, la vi desapareciendo dentro del edificio.
Aún continuaba temblando, al haberme sido negada incluso la más pequeña forma de desahogo para mi enojo y disgusto. Desearía que hubiera habido algo en lo que hubiera podido ayudarla.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Me giré para ver a Lucas—. ¿Me estás siguiendo?
Levantó las cejas, y de inmediato me sentí tonta. Por supuesto que el príncipe de Ardann no había estado siguiéndome todo el día.
—Tenía algunos asuntos en la ciudad. A veces los tengo, ¿sabes? —dijo, y creí detectar una pizca de diversión y condescendencia.
—Entonces supongo que estás acostumbrado a ver cosas como esa —le respondí mordazmente—. Y desde luego no considerarías intervenir y recordarle a ese hombre que es exactamente lo que conlleva su trabajo en el cuerpo de seguridad.
Lucas negó con la cabeza.
—Tu desdén por los magos es algo demasiado obvio, Elena. Es posible que quieras trabajar en eso.
—Y es posible que tú quieras trabajar en tu desdén por nosotros, la gente común. Después de todo conformamos la mayoría de los súbditos de tu familia.
—Quizás —No sonaba convencido—. Por otro lado, no es mi vida la que depende de ello.
—¡No, es la de ellos! —Lo miré fijamente, mi pecho subía y bajaba agitadamente mientras mi mente se ponía al día con mi boca—. Espera, ¿qué quieres decir con que mi vida depende de ello? ¿Cambió algo desde que el Consejo votó por dejarme en paz?
—Recuerdas esa asamblea del Consejo de Magos, ¿no es verdad? —Levantó una ceja con incredulidad—. Alguna gente importante ha estado trabajando duro para mantenerte oculta y a salvo, a pesar de tu aparente falta de interés por ayudarles. Al menos podías pretender esforzarte por lucir menos como una amenaza.
—¿Gente muy importante? ¿Quién? ¿Tú?
Cuando Lucas solo parpadeó, me sonrojé. ¿De dónde había salido eso?
—Lorcan me viene a la mente —dijo finalmente, arrastrando las palabras—. ¿O no has notado el poco énfasis que colocó en tus estudios? ¿Qué tan lento los está dejando desarrollarse? —Se rió entre dientes—. Debe haberlo estado matando el refrenar su curiosidad, pero siempre ha sabido como jugar un juego largo. La mitad del tiempo parece un académico distraído, pero entiende la intriga de la corte mejor que muchos otros. Me asombró que lograra postergar esa reunión del consejo por tanto tiempo.
Me encogí de hombros, aunque sus palabras me hacían sentir incomoda. De repente me encontré repasando todas mis interacciones con el director de la Academia.
—Qué mal que no pudo postergarla por siempre —murmuré.
—No, era inevitable —Lucas me miró con ojos severos—, pero había pasado demasiado tiempo. Incluso aquellos que se oponían con mayor fervor a tu posición en la Academia se habían acostumbrado de alguna forma a la idea, ya sea que se dieran cuenta o no.
—¿Cómo sabes todo esto? ¿Supongo que Lorcan lo consultó contigo? —dije llenando mi voz con todo el sarcasmo que pude reunir.
—No, por supuesto que no —Suspiró—, pero sé cómo piensa. Los miembros del Consejo de Magos pueden mantener sus posiciones durante décadas. Puedes estar segura que es un asunto de gran interés, para mi familia, entender el funcionamiento interno de sus mentes.
Guardé silencio, considerando sus palabras. Había aprendido tanto en mis meses de estudio, pero Lucas me hacía sentir inexperta, tonta e ingenua. Algunas cosas no podían aprenderse de los libros, y había tantas sutilezas sobre este mundo de magos que no entendía.
Miré a mi alrededor sobresaltada. No estaba del todo segura cómo lo había hecho, Lucas ciertamente no me había vuelto a tocar, pero de algún modo había hecho que nos moviéramos mientras hablábamos. Ya estábamos bien encaminados por el Paso del Sur, dirigiéndonos hacia el norte, hacia la Academia.
Estaba vestido de la misma manera que yo, con nuestras túnicas de aprendices. Lo miré de reojo, un pensamiento repentino me golpeó.
—¿Dónde están sus guardias reales, su alteza?
Cuando comencé a hablar se había vuelto a verme, pero cuando terminé mi pregunta, apartó la mirada. No respondió.
Sacudí la cabeza.
—No me digas que tus asuntos no eran tan oficiales después de todo. ¿Ahora quien está siendo imprudente?
Lucas entrecerró los ojos, pero no tuvo tiempo de responder antes de que un enorme brazo me agarrara y me jalara a un callejón lateral.
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