—¿Qué los elfos nunca hacen nada de forma normal? —preguntó mientras observaba las olas romper a varios metros bajo sus pies. La burbuja se balanceaba en la brisa, en lo alto de las nubes.
—¿Qué diversión tendría? —La sonrisa de Alden levantó la preocupación que llevaba acumulando desde que habían dejado el despacho de Quinlin. Si él podía relajarse quizás las cosas no eran tan alarmantes como parecían. Además, era difícil sentir otra cosa que pura alegría mientras flotaba por encima del mundo en una burbuja gigante.
Sobre todo, cuando Fitz volvió a coger su mano.
—¿Lista para volver a casa? —le preguntó sosteniendo su buscador de caminos bajo la luz solar.
Apenas tuvo tiempo de acceder. La burbuja explotó y solo pudo lanzar medio grito antes de que la cálida ráfaga los arrastrara.
Sophie entrecerró los ojos ante la luz cegadora.
—Creí que te referías a mi casa —dijo una vez más mientras miraba fijamente las enormes puertas de Everglen.
En realidad, se sentía aliviada. Aún no le habían explicado que se suponía que debía decirle a su familia sobre todo eso. De hecho, había varias cosas que no le habían explicado. Sentía que su cerebro estaba listo para explotar con todas las preguntas sin respuesta que tenía.
—Entonces, ¿qué se supone que…?
Su pregunta fue interrumpida por un destello de luz que hizo que todos se taparan la cara. Cuando volvió a abrir los ojos, un elfo alto vestido con una sencilla túnica negra caminaba a grandes pasos hacia ellos. Su piel oliva era un fuerte contraste con su cabello rubio pálido y aunque su rostro mostraba juventud, algo antiguo se asomaba en sus ojos azul oscuro.
—¡Sí que tienes agallas al convocarme! —gritó invadiendo el espacio personal de Alden. Era varios centímetros más bajo que él, pero no parecía nada intimidado por la diferencia de altura—. Prefiero ser exiliado antes que entrenar a alguien de tu familia.
Por el rabillo del ojo, Sophie vio que Fitz apretaba los puños. Alden apenas pestañeó; dio un pequeño paso hacia atrás y sonrió.
—Sí, Tiergan, soy muy consciente de tu opinión sobre mí. Te puedo asegurar que no te habría convocado si no estuviera convencido de que eso es lo que querría Prentice.
La feroz expresión de Tiergan se desmoronó y retrocedió cruzándose de brazos.
—¿Desde cuándo eres experto en lo que Prentice querría?
—¿Quién es Prentice? —Tuvo que preguntar Sophie.
Tiergan se volvió hacia ella y sus ojos hicieron un rápido inventario, abriéndose más al encontrarse con su mirada.
—Sí —dijo Alden cuando Tiergan jadeó—. Lo que sea que pienses, sí. Tiergan, me gustaría presentarte a Sophie Foster. Es la nueva prodigio de Luminiscencia que necesita un mentor de telepatía.
Tiergan tragó saliva varias veces antes de hablar.
—Es ella, ¿no?, ¿la que Prentice estaba ocultando?
—Sí —convino Alden—. Ha estado viviendo con humanos los últimos doce años.
—Bueno, en serio —interrumpió Sophie. Era oficial: la manera en que Tiergan la miraba, como si acabara de ver a alguien asesinar a su peluche favorito, la estaba incomodando—. ¿Quién es Prentice y que tiene que ver conmigo?
—Lo siento. Eso es información clasificada, Sophie —respondió Alden en voz baja.
—Pero es sobre mí —Miró rápidamente a Fitz en busca de ayuda, pero este se encogió de hombros como si todo eso estuviera fuera de sus manos.
—Si es importante que lo sepas te lo comunicaré —le prometió Alden—. Por ahora, lo que todos necesitan saber es que tú eres la telépata más extraordinaria que hemos visto y que necesitas un mentor —Y, volviéndose hacia Tiergan, añadió—: Por eso es por lo que te convoqué. Sophie ya traspasó el bloqueo de Fitz y Bronte sin haber entrenado. Sé que estás retirado, pero creí que dadas las circunstancias podrías dejarte convencer de volver a Luminiscencia.
La rabia y el resentimiento destellaron en el rostro de Tiergan, por lo que lo último que Sophie esperó era que él asintiera.
—¿Lo harás? —preguntó Alden, con una mezcla de sorpresa y alivio en su voz.
—Sí. Pero solo durante este año. Eso será más que suficiente para perfeccionar sus habilidades. Luego me dejarás tranquilo y nunca más volverás a pedirme ayuda.
—Eso es más que razonable —convino Alden.
—Esperen —los interrumpió Sophie—. ¿No tengo nada que decir en esto?
—¿A qué te refieres? —preguntó Alden.
Necesitó respirar profundo antes de responder.
—No estoy segura de querer mejorar en telepatía —Siempre había odiado leer mentes, y eso era antes de que tuviera que preocuparse por las reglas y serias restricciones sobre esto. Y Tiergan ni siquiera parecía querer entrenarla. Quizá lo mejor era fingir que no era telépata.
—¿Estás loca? —preguntó Fitz—. ¿Tienes idea de que oportunidad es ésta…?
Tiergan levantó la mano haciéndolo callar. Avanzó un paso hacia Sophie y esperó a que ella lo mirara.
—Ser telépata alrededor de los humanos es una carga. Apuesto a que tenías terribles dolores de cabeza y has tenido que oír todo tipo de cosas contra tu voluntad, ¿cierto?
Asintió, aturdida por su súbito cambio de humor. Casi sonaba… amable.
Tiergan frunció el ceño y desvió la mirada mientras murmuraba algo que ella no pudo entender del todo, pero creyó haber oído la palabra «irresponsable».
—No tiene por qué ser de esa manera —dijo, después de un segundo—. Con el entrenamiento adecuado, aprenderás a dominar tu habilidad. Pero tienes elección, siempre debería haber elección —dijo la última parte en un tono más alto, como si fuese para el beneficio de Alden—. Si no quieres entrenar tu telepatía, no tienes que hacerlo.
Podía sentir el peso de las miradas de todos. Sabía lo que Alden y Fitz querían que dijera. Además, sería genial poder controlar su habilidad.
—Supongo que puedo intentarlo.
—Supones —bufó Fitz, en voz tan baja que seguramente pensó que no podía oírlo.
Tiergan lo fulminó con la mirada y Fitz apartó la mirada, sonrojándose.
Alden se aclaró la garganta.
—Bueno, eso lo arregla, entonces. Le notificaré a dama Alina que vas a regresar a Luminiscencia. Pero el nombre de tu prodigio se mantendrá clasificado. El Consejo no quiere que nadie sepa que Sophie es una telépata hasta que sea mayor.
—¿Por qué tengo que ocultarlo? —le preguntó. Las palabras de Alden habían tocado una herida. Pensó que ya no tendría que esconder sus habilidades.
—No tendrás que esconderlo para siempre —le dijo Alden, con gentileza—; solo por un poco más, para dar tiempo a los demás de que se adapten a ti. Mientras tanto, la clase figurará como estudios correctivos en tu horario.
«Adaptarse». Como si ella fuera un problema al que se tenían que acostumbrar. ¿Y de paso por qué no lo llamaban lecciones élficas para tontos?
—Sé que todo esto es muy confuso, Sophie, pero haré lo mejor que pueda para explicarte todo cuando entremos, ¿de acuerdo? —preguntó Alden.
Sophie asintió. ¿Qué otra opción tenía?
—Bien —Alden se volvió hacia Tiergan, que se había alejado unos pasos de todos—. Asumo que no quieres entrar.
—Por fin una suposición correcta —La voz de Tiergan era fría, pero se volvió cálida cuando se dirigió a ella—. Te veo el martes —Levantó el buscador de caminos hacia la luz y se desvaneció en un destello brillante.
Alden se echó a reír.
—Bueno, eso fue mejor de lo que esperaba —Lamió un panel situado en las enormes puertas y la cogió de la mano mientras se abrían hacia dentro—. Vamos, Sophie. Veamos si puedo responder a algunas de esas preguntas que estoy seguro rondan por tu cabeza.
La condujo por los vastos terrenos de Everglen mientras le explicaba que su nuevo horario escolar tendría dos sesiones al día más el almuerzo y sala de estudio. Ella sería una «prodigio» —la manera en que llamaban a los estudiantes— y tendría ocho asignaturas, la mayoría de las cuales serían clases particulares impartidas por un mentor, que era un miembro de la nobleza. Sophie se estremeció ante la idea de tener sesiones particulares con la realeza. Hablando sobre la presión de tener éxito.
Sin mencionar lo retrasada que estaría. El año escolar ya estaba en marcha y empezaría en segundo curso, el nivel adecuado según su edad. Así que estaría comenzando de nuevo, reaprendiendo todo lo que le habían enseñado, y ya iba atrasada. Era una gran diferencia luego de haber sido la primera de la clase durante toda su vida.
Con cada paso que daba, sus inseguridades pesaban más sobre sus hombros, pero las resistió. Pertenecía a ese lugar. Necesitaba creerlo —su vida fragmentada por fin, empezaba a unirse.
Bueno… casi.
—¿Qué se supone que le diga a mi familia? —le preguntó a Alden—. No van a dejarme desaparecer cada día sin una explicación.
Alden se mordió el labio mientras le abría las puertas de Everglen y se hacía a un lado para darles paso a ella y a Fitz.
—Sophie, necesitamos hablar sobre ese tema.
La tristeza en su mirada le hizo sentir como si se hubiera tragado algo baboso. Estaba claro que no iba a ser una conversación agradable.
—Por aquí está mi oficina —dijo Alden, guiándola por otro resplandeciente corredor—. Allá podremos hablar. Hay mucho que disc…
El sonido de una discusión lo interrumpió cuando entraron en un espacioso salón lleno de sillones mullidos y elegantes estatuas, allí encontraron a una chica de cabello oscuro de la edad de Sophie que parecía estarse gritando a sí misma.
Una mujer ataviada con un elegante vestido morado de gala apareció de la nada junto a la chica y dijo:
—Estás en casa.
Sophie chilló. Fitz se rió con disimulo. Ahí iba lo de intentar mantener la calma.
—Sophie, esta es mi esposa, Della —Alden tenía las mejillas tensas; como si estuviera intentando no reírse—. Y mi hija, Biana —añadió, señalando hacia la chica—. Cariño, no creo que nuestra invitada este acostumbrada a estar entre desvanecedores.
—Lo siento mucho —dijo Della, sonriéndole a Sophie. Tenía una voz musical con un toque del acento de Alden y Fitz—. ¿Estás bien?
—Si —murmuró, e intentó no mirarla demasiado.
La belleza de Della era como una fuerza que atraía todas las miradas cada vez que apartaba su cabello color chocolate y fruncía sus labios con forma de corazón. Biana había heredado los mejores rasgos de sus padres, combinados de la mejor manera posible. Era difícil no sentirse como una trol desgarbada, sobre todo cuando ella arrugó la frente y preguntó:
—¿Ese es mi vestido?
—Sí —intercedió Alden—. Sophie necesitaba que se lo prestaras para hacer unos recados.
—Me puedo ir a cambiar —propuso Sophie.
—No, está bien —dijo Biana, desviando la mirada—. Te lo puedes quedar. Es algo desaliñado.
—Oh… gracias.
—Quinlin envío los archivos que pediste —le dijo Della a Alden—. Los dejé en tu oficina —Su sonrisa se desvaneció—. Y el Consejo rechazó nuestra solicitud, pero aprobaron la de Grady y Edaline.
Alden pasó la mano por su cabello, tal como hacia Fitz cuando estaba frustrado.
—En ese caso será mejor que haga una llamada —Se volvió hacia Sophie—. Y luego hablaremos un buen rato, ¿de acuerdo?
Sophie asintió, sintiéndose un poco indecisa cuando él emprendió el camino por el pasillo. Tenía la sensación de que sabía lo que le iba a decir, y no estaba preparada para oírlo. Pero no estaba segura sobre que decirles a Della y Biana. Podía sentir sus miradas en ella.
—El Consejo envió esto para ti —dijo Della, con una sonrisa radiante. Le mostró unos pequeños paquetes envueltos en grueso papel blanco mientras se acercaba a ella, titilando a cada paso que daba como una luz estroboscópica.
—No se da cuenta de que lo está haciendo —le explicó Fitz, al ver que abría los ojos como platos—. Los desvanecedores permiten que la luz atraviese sus cuerpos por lo que pueden volverse invisibles, incluso cuando se mueven.
Della desenvolvió los paquetes.
—Recógete, ese precioso cabello rubio, ¿quieres?
Hizo lo que le pidió y Della le abrochó una gruesa cuerda de plata en el cuello. Se ajustaba como una gargantilla, con un único dije: un círculo de plata surcado con grabados y con un pequeño cristal transparente en el centro. Su medallón de registro, le explicó ella. Todos tenían que usar uno para poder ser localizados fácilmente. Era algo bonito, pero sobre todo era otra cosa élfica que tendría que explicarle a su familia.
Della le dio un diminuto cubo verde.
—Cada vez que tengas que pagar algo, solo da esto. Tu fondo de nacimiento ya fue activado.
Tardó unos minutos en registrar las palabras «Fondo de nacimiento»
—¿Tengo dinero?
Della asintió.
—Los cinco millones corrientes.
—¡¿Dólares?!
—Lusters —le corrigió Fitz, riéndose—. Un luster probablemente vale un millón de dólares.
—¿Qué es un dólar? —interrumpió Biana.
—El dinero humano.
Biana arrugó su perfecta y pequeña nariz.
—¡Puaj!
Sophie ignoró el insulto. ¿Cómo podían los elfos darse el lujo de regalar tanto dinero?
—Aquí hacemos las cosas diferentes —explicó Della—. El dinero es algo que tenemos, no que necesitamos. A nadie nunca le ha faltado.
No lo podía creer.
—Pero entonces, ¿por qué todo el mundo trabaja, si ya tienen dinero?
—¿Qué más haríamos con nuestro tiempo?
—No sé, algo divertido.
—Trabajar es divertido —le corrigió Della—. Recuerda que nuestras vidas no se limitan a los setenta u ochenta años. Una vez te acostumbres a la idea, creo que descubrirás qué nuestra manera de hacer las cosas tiene más lógica.
—Tal vez —aceptó, e intentó entender esa idea.
—¿Todo listo? —preguntó Alden, entrando de nuevo en la habitación.
Della asintió.
—¿Lograste hacerlos cambiar de opinión?
Alden negó con la cabeza y la expresión de Della se ensombreció. De hecho, todo el mundo parecía… triste, excepto Biana que lucía aliviada.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Sophie, mientras intentaba ignorar el pánico que crecía en su pecho.
Alden soltó un lago y profundo suspiro.
—Vamos, Sophie. Tengamos esa charla.
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