Una de las paredes del despacho de Alden era un ancho y curvado ventanal con vista a un lago plateado. El resto del espacio lo cubría un acuario que se extendía desde el suelo hasta el techo. Sophie esperó sentada en un enorme sillón orejero frente a Alden, que estaba sentado detrás de un escritorio negro lleno de libros y pergaminos. La ansiedad apretó su pecho cuando las paredes de la pecera parecieron cerrarse sobre ella.
Respiró profundo para recordarse a sí misma que no se estaba ahogando y señaló hacia el montón de periódicos humanos apilados junto a su sillón. Los artículos estaban marcados con círculos en rojo y tachados.
—¿Manteniéndote al día con las noticias?
—Te estábamos buscando —Alden sacó otro periódico de un cajón y le pasó el artículo con una foto suya enmarcada en un círculo.
—¿No sabes quién te lo envió? —le preguntó Sophie.
—Tengo algunas teorías. No tienes por qué preocuparte.
—No paras de decir lo mismo —Un tinte irritado penetró en su voz.
—Porque es verdad.
Suspiró.
—Bueno, si lo descubres quizás puedas explicarme cómo me conocía el reportero. Mis padres estaban súper molestos con el tema.
Su corazón se detuvo varias veces al ver que el rostro de Alden se desencajaba.
—Creo que ya sé lo que vas a decir —le dijo cuando él abrió la boca para hablar. Necesitaba decirlo primero, era la única manera de sobrellevarlo—. Me vas a decir que no estoy emparentada a mi familia —Sintió un tirón en el pecho cuando las palabras se deslizaron por su boca, como si se estuvieran llevando una parte de ella consigo.
—Sí, tenía pensado hablar de eso —Su cara se ensombreció—, pero de lo que realmente tenemos que hablar es del porqué no puedes seguir viviendo con ellos.
Sus palabras flotaron en el interior de su cabeza, resistiéndose a cobrar sentido.
Alden se ubicó junto a ella, apoyándose en el sillón y le cogió la mano.
—Lo siento mucho, Sophie. Nunca nos hemos enfrentado a algo como esto y no existe una solución perfecta. No puedes ocultar tus habilidades para siempre; especialmente cuando se vuelvan más fuertes. Tarde o temprano, alguien sospechará que eres algo distinto, y no podemos permitir que eso pase, por tu seguridad y por la nuestra. Ahora que el Consejo sabe que existes, decretaron que te mudes aquí. Inmediatamente, de hecho.
Sintió que la sangre abandonaba su rostro cuando procesó sus palabras.
—Oh.
Aquella palabra tan simple no podía comunicar lo que sentía; pero no se le ocurrió nada mejor. Una parte de ella se resistía a creerle, se resistía a aceptar las cosas imposibles que le estaba diciendo. Esa misma parte quería patear, gritar y llorar hasta que la llevaran a casa con su familia. Pero una diminuta voz racional se lo impidió.
En lo más profundo de su interior, debajo del miedo, del dolor y de la pena, sabía que él tenía razón. Desde los cinco años, había vivido cada día con el constante miedo de ser descubierta. No estaba segura cuanto más podría mantenerlo. Los dolores de cabeza derivados de su telepatía eran casi insoportables y si se iban a volver más fuertes…
Por no hablar de la soledad. Nunca se había sentido bien con su familia. Nunca había tenido amigos. No pertenecía al mundo de los humanos y estaba harta de fingir que lo hacía.
Pero saber que él tenía razón no hacía que doliera menos, ni hacía su situación menos aterradora.
—¿Podre visitar a mi familia? —preguntó en un intento de aferrarse a algo para calmar el miedo que amenazaba con abrumarla.
Alden negó con la cabeza, sin mirarla.
—Lo siento. Me temo que será imposible. Llamamos ciudades prohibidas a las zonas donde viven los humanos. El acceso está restringido por una razón. Además, van a pensar que estás muerta.
Se puso de pie sin saber que se había levantado.
—¡¿Me vas a matar?!
—En lo que concierne a tu familia y al resto de los humanos… sí.
Por un momento estuvo demasiado aturdida para hablar. Escalofriantes imágenes de lápidas con la inscripción «Aquí yace Sophie Foster» llenaron su mente. Pero hubo una imagen que era aún peor.
Cerró los ojos, desesperada por bloquear la horrorosa imagen mental, pero solo consiguió que se volviera más nítida: sus padres inclinándose sobre la lápida, con los rostros manchados de lágrimas.
—No puedes hacerle eso a mis padres — susurró, y pestañeó varias veces para contener las lágrimas.
—Debemos hacerlo. Si desapareces, nunca van a dejar de buscarte, Atraería demasiada atención a todo esto.
—Pero… no sabes que les hará esto
—Desearía que hubiera otra manera.
Se negaba a aceptarlo. Los elfos podían viajar en un rayo de luz, leer las emociones y escrutar las mentes. Tenía que haber una manera de que su familia no sufriera.
Una idea enfermiza le llegó
—¿Puedes hacer que me olviden?, ¿hacer como si yo nunca hubiera existido?
Alden se mordió el labio.
—Sería más complicado, pero se puede hacer. Pero ¿de verdad sería mejor? Tendrían que ser reubicados, perderían su trabajo, su casa, a todos sus amigos…
—Es mejor eso que pensar que su hija está muerta.
Sus palabras parecieron golpearlo y dio media vuelta mirando fijamente el interior del acuario.
—¿Qué hay de ti? —le dijo Alden, después de un largo silencio— Son personas que amas, Sophie. Si te eliminamos, no te echarán de menos, ni siquiera sabrán que existes. ¿No sería eso demasiado doloroso?
Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.
–Sí, pero solo para mí. Para ellos… —Enderezó los hombros y apretó la mandíbula—. Es lo mejor para ellos.
Pasaron varios segundos antes de que Alden se volviera hacia ella, con evidente dolor en sus ojos.
—Si eso es lo que quieres, así lo haremos.
—Gracias —susurró.
A duras penas creía lo que estaba diciendo. Sentía como si su cerebro se estuviese apagando, demasiado abrumado como para funcionar. ¿De verdad acababa de acordar que borraran su vida entera?
Se hundió en el inmenso sillón orejero. Las lágrimas corrieron por su rostro y se las secó frenéticamente.
—¿Podre despedirme?
Alden negó con la cabeza.
—El Consejo me prohibió específicamente llevarte de vuelta.
La habitación empezó a dar vueltas y un pequeño sollozo salió de su boca. Nunca se le ocurrió que, esa mañana cuando salió de casa para ir al colegio, sería la última vez que vería a su familia. Era demasiado.
—Por favor. Necesito decirles adiós.
Alden examinó su rostro durante un largo minuto antes de asentir.
—No puedo llevarte sin arriesgarme a un tribunal, pero puedo darte veinte minutos antes de que avise al Consejo del cambio de planes y Fitz puede llevarte. Tendrás que cambiarte de ropa antes de irte y salir de allí antes de que alguien te vea; de lo contrario, será muy malo para él. ¿Puedes hacerlo?
Asintió, y se limpió las lágrimas.
—Gracias.
Alden se dirigió rápidamente hacia la puerta y llamó a Fitz. No pudo concentrarse en lo que le explicaba a su hijo. Estaba demasiado ocupada intentando pensar en lo que les diría a sus padres.
¿Cómo iba a decirle adiós a sus padres?
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